Venezuela/ Hacia una nueva aproximación geopolítica. [Luis Bonilla-Molina]]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Sep 1 21:29:09 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

1° de setiembre 2021

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Venezuela



Hacia una nueva aproximación geopolítica



Luis Bonilla-Molina *



El gobierno de Venezuela se reúne en México con una de las nueve fracciones
de la oposición, estrechamente vinculada al gobierno estadounidense. Un
acuerdo puede abrir las compuertas para volver a la política centrada en la
gente y que la política de los políticos deje de hegemonizar la cotidianidad
de los y las venezolanas.



Jacobin, 1-9-2021

https://jacobinlat.com/



Venezuela es una molestia para las élites latinoamericanas y occidentales. Y
esto porque se atrevió a plantear una ruta distinta al capitalismo
neoliberal en un momento en el que se anunciaba el triunfo del pensamiento
único. Las élites —locales y extranjeras— han hecho hasta lo imposible por
destruir tal iniciativa.



La violencia política auspiciada desde el exterior ha incorporado un
elemento a la vida democrática desconocida en el país en las últimas
décadas. La mayor esperanza que emerge de las negociaciones de México es que
se conjure la violencia como opción política, se retome a la normalidad de
la institucionalidad democrática y se levanten las criminales sanciones
económicas, que solo han servido para causar sufrimiento al pueblo, enroscar
al gobierno en la peor de sus facetas y nutrir el discurso acerca del
fracaso el camino socialista. Lamentablemente, en la agenda de México no
está incluida la urgencia de mejorar las condiciones salariales y de vida de
quienes viven de su trabajo.



Después del fracaso de las negociaciones de Oslo, ahora, con el auspicio de
los gobiernos de México, Noruega y el acompañamiento de Rusia, se reinstala
una nueva mesa de conversaciones. Pero esta no es continuidad de la
anterior, sino un nuevo capítulo. El gobierno venezolano se reúne en la sede
del Museo de Antropología con una de las nueve fracciones de la oposición
venezolana, estrechamente vinculada al gobierno norteamericano. Un acuerdo
puede abrir las compuertas para volver a la política centrada en la gente y
que la política de los políticos deje de hegemonizar la cotidianidad de los
y las ciudadanas.



Política, economía y geopolítica



La mayoría de los análisis que se hacen al respecto sobrestiman la dimensión
política nacional, sin tomar en cuenta las dinámicas económicas y
geopolíticas asociadas a este proceso. Por ello, se quedan atascados en la
bipolaridad de acuerdo o desacuerdo y les cuesta entender lo que está
pasando como proceso.



La actual crispación política venezolana es el resultado de no haber podido
resolver en el plano político la crisis económica que estalló hace casi
cuarenta años (1983), social (Caracazo, 1989) y geopolítica (globalización e
internacionalización del capital) generada en los años ochenta del siglo XX.
La alternativa sistémica (Caldera, Chiripero), contestataria (Causa R) y
antisistema (MBR 200) resultaron incapaces de construir un camino de
solución a esta situación en la década de los noventa.



El triunfo electoral de Chávez (1998), resultante de una alianza amplia, se
construyó en base a la posibilidad de resolverla. Durante los tres primeros
años de gobierno, Chávez hizo énfasis en el aspecto social de la crisis,
teniendo menos posibilidades en el plano económico y topándose con serias
dificultades en el geopolítico.



El sector de la burguesía importadora que había acompañado a Chávez se
sintió amenazado por las leyes aprobadas en materia de tenencia de la
tierra, control de la renta petrolera y redefinición del papel de las
instituciones del Estado. El golpe de Estado de 2002, la insurgencia popular
para retornar a Chávez al poder y la ruptura con el sector burgués que había
acompañado a Chávez crearon una nueva situación: de quiebre de la cadena
Estado-burguesía, tan necesarias en un país en el que una parte muy
importante de lo que se consume se importa.



Se produce, así, un fenómeno que no ocurría desde el periodo de Juan Vicente
Gómez (a comienzos del siglo XX), en el cual el Estado le otorga licencias
de importación a sectores cercanos a la burocracia gubernamental para
intentar resolver el abastecimiento de productos, amenazado por la ruptura
generada con el golpe de Estado de abril de 2002. Esto va generando un nuevo
entramado de acumulación de ganancias y formas perversas de relación con el
Estado que va conformando, en los años subsiguientes, una nueva burguesía,
ahora asociada al proceso de transformación bolivariano.



No obstante, algunos grupos burgueses de la cuarta república —como el Grupo
Mendoza o Cisneros— siguieron recibiendo incentivos y apoyos ante la
imposibilidad de la nueva burguesía importadora de producir mercancías en el
propio país o como resultado del intercambio de información por acceso a una
porción de la explotación petrolera. Agreguemos que esto tiene episodios de
contradicción entre el rumbo socialista formulado a finales de 2004 y las
castas burguesas (de la cuarta y quinta república), que por razones de
espacio no podemos desarrollar aquí.



A la crisis abierta en los años ochenta del siglo XX se añade este nuevo
elemento: las contradicciones (2002-2012) entre la burguesía de la cuarta y
la quinta república, para quienes la disputa del poder tiene una razón
fundamentalmente económica que se expresa públicamente con ribetes
ideológicos. Esto pasa prácticamente desapercibido por la mayoría de los
sectores populares, que apuestan por una profundización socialista del
proceso y para quienes Chávez intenta construir un entramado institucional y
de apoyos que cada vez amenazan más a la vieja y nueva burguesía.



Mientras Chávez impulsa políticas que reviertan la deuda social acumulada,
paralelamente promueve una inserción geopolítica del país que no solo es
antimperialista (fundamentalmente antinorteamericana), sino que renueva
lógicas de los no alineados a través de las alianzas con gobiernos
progresistas, consolidando además una alianza estratégica con Cuba. Este es
un factor que rompe con la relación dependiente y privilegiada que tuvieron
EE. UU. y Venezuela en el siglo XX, un aspecto que incide hoy en las
negociaciones en México y que no debe pasar desapercibido.



Chávez no arbitra la crisis abierta en los ochenta ni asume un papel
mediador entre las fracciones burguesas, sino que apuesta por una
radicalización del proceso desde abajo, dejando que surja una nueva
burguesía como parte de una estrategia económica de sustentabilidad. Su
enfermedad y posterior muerte se producen cuando el «juego» aún estaba
abierto y en pleno desarrollo; cuando ninguna fracción burguesa se había
impuesto, ni la realidad social había dado tiempo para que se afiance una
nueva correlación de fuerzas intraclase. Las llamadas finales de Chávez al
«golpe de timón» y «comuna o nada» reiteran que su apuesta era por una
salida desde el campo popular.



Así, la llegada de Maduro al poder se da de manera prácticamente inesperada,
en medio de una brutal caída de los precios del petróleo que pone en jaque
el modelo rentista, de acumulación y conformación de burguesías a partir de
la apropiación de las divisas extranjeras generadas por la industria
petrolera. Los factores políticos asociados a la vieja burguesía entienden
lo que implica esta caída de ingresos como posibilidad de generar una
ruptura que permita retomar el control del gobierno.



Entre 2014 y 2017 tienen lugar distintas actividades insurreccionales
cruzadas con agitaciones y movilizaciones que, sin embargo, no logran
desplazar del poder a Maduro. Los gobiernos de Trump, Duque y Piñera
estuvieron detrás del mayor peligro de invasión a la patria e inicio de una
guerra civil; los incidentes de Cúcuta de 2019 fueron el punto más álgido de
una escalada de violencia.



Si hay algo seguro, es que resulta imposible construir política centrada en
la gente en medio de una espiral de violencia y con la polarización política
a flor de piel. La crisis migratoria, especialmente desde 2014 a 2021,
afectó mucho más a la oposición en términos políticos, al hacerle perder
parte importante de su capacidad de movilización. No obstante, es incorrecto
señalar que «todos los que se marchan son opositores»; la mayoría son
ciudadanos que buscan sobrevivir a los estragos económicos de la crisis.



Maduro el hombre fuerte de la política venezolana



Maduro, a diferencia de Chávez, no solo asume el rol de árbitro y mediador
entre las fracciones burguesas para estabilizar la situación política, sino
que trabaja escenarios y modelos de articulación del capital nacional con el
trasnacional. Se equivocan quienes valoran a Maduro como un personaje de
reparto. Maduro no será un hombre culto, pero es un político sagaz: ha
impuesto la lógica de la burocracia sindical a la política venezolana. 



Desde su llegada al poder, paso a paso, se ha venido convirtiendo en el
hombre fuerte, alejando cualquier sombra. Primero, debilitando y
fragmentando a la oposición al combinar «zanahoria» (acuerdos con fracciones
de los partidos, apoyos a disidencias, judicialización de la política) y
«garrote» (ilegalización de organizaciones, inhabilitación, prisión de
opositores rebeldes a la negociación).



Segundo, alejando de la estructura de los partidos y el gobierno a las
figuras morales de referencia del chavismo —hasta llevar a algunas de ellas
al terrible error de reunirse con el líder de la oposición que lideraba un
intento de invasión al país—, vaciando con ello la posibilidad de construir
una referencia ética chavista tradicional con opción política real. Tercero,
expulsando de su entorno —y obligando al exilio europeo— al arquitecto
financiero de la burguesía bolivariana, alejando su sombra y consolidando su
liderazgo en este sector. Cuarto, bajando progresivamente el volumen a otros
liderazgos del partido de gobierno, quienes de aspirantes a relevo pasaron a
ser comodines (las recientes elecciones internas del PSUV así lo
demostraron, reduciendo las fuentes reales de poder en el gobierno a cuatro:
Maduro, Delcy y Jorge Rodríguez, Diosdado).



Quinto, estableciendo un nuevo modelo de control militar en las Fuerzas
armadas, consolidando el liderazgo de un militar no carismático pero hábil
Fouché de la estructura armada. Sexto, convirtiéndose en «la mano que mece
la cuna» de las oposiciones: todas las oposiciones gravitan hoy alrededor de
lo que dice o hace Maduro, prácticamente sin ninguna capacidad real de
iniciativa. Séptimo, desarrollando casi con total impunidad un modelo de
autoritarismo sobre quienes protestan ante los efectos terribles de la
crisis económica, especialmente sobre dirigencia y sectores de base de la
clase obrera. Octavo, usando el criminal bloqueo norteamericano contra
Venezuela a su favor, como justificación de las políticas de arbitraje
interburgués que procura desarrollar.



Noveno, construyendo una narrativa que se presenta como continuidad del
chavismo, pero que en realidad expresa un intento por resolver desde el
Estado la crisis burguesa generada en los ochenta. Décimo,
instrumentalizando la desesperanza ante los efectos de la inflación
desmedida, la devaluación astronómica de la moneda y la pérdida casi total
del poder adquisitivo del salario. Décimo primero, logrando que en la
mayoría de la izquierda latinoamericana prive la solidaridad automática,
alejando la capacidad crítica sobre lo que ocurre. Ciertamente, Maduro
pierde apoyos en la izquierda radical; pero en la izquierda ortodoxa y
progresista el debate sobre lo que ocurre en el mundo del trabajo en
Venezuela está aun pendiente. Décimo segundo: ha desarrollado un programa de
ajuste estructural de la economía venezolana con profundo impacto social y
en materia salarial que es justificado con las sanciones. De levantarse las
sanciones serán los gremios y sindicatos debilitados quienes tendrán que
luchar por una recomposición importante de acuerdo a los intereses del mundo
del trabajo.



Ha tenido a su favor la migración masiva de venezolanos y venezolanas, que
dejó sin una parte importante del ejercito de protesta (y base de votos) a
casi todos los partidos políticos de oposición. Cierto es que apenas un
pequeño grupo de quienes emigraron se pueden ubicar en la periferia de los
partidos de oposición, pero sí eran su base fuerte de movilización.



Maduro es el hombre fuerte de la política venezolana, y su delegación va a
las negociaciones de México con una agenda clara: a) desmontar las sanciones
norteamericanas sobre la economía venezolana para poder cumplir cabalmente
con su papel de árbitro de las burguesías y factor determinante en la
contención social; b) generar con los distintos sectores de la burguesía un
acuerdo de cohabitación que aleje la conflictividad política y social; c) al
haber conocido durante estos años que la oposición cojea de la pata
económica, intentarán llegar un acuerdo de nuevas reglas del juego político
a cambio de convertir al Estado en garante económico de sus actividades; d)
alejar la posibilidad de una convocatoria desde la oposición del revocatorio
(ello, por hacerle entender a la oposición que en estas elecciones se
concentren en alcaldías y concejalías y no en gobernaciones); e) construir
en el imaginario social que ahora son las múltiples oposiciones, quienes se
han dividido tanto, las culpables de que no exista recambio político.



En México, Maduro comienza a construir otra aproximación geopolítica, más
cercana a la socialdemocracia que al viejo concepto de no alineados; la idea
del socialismo ha quedado conjurada para el gobierno, más allá de algunas
declaraciones para tranquilizar a sectores internos. No es de extrañar que
en un —hasta ahora— hipotético proceso refundacional, el PSUV cambie su
nombre borrando la palabra socialismo para liquidar la última resistencia
del establishment norteamericano para levantar las sanciones. Ello no
implica un alejamiento de Cuba; por el contrario, puede estar haciéndolo con
la venia de la isla.



Las oposiciones venezolanas



Las oposición venezolana está fragmentada y, en muchos casos, incluso carece
de puentes entre sus distintas variantes. Todas están ancladas de manera
reactiva a la agenda del gobierno, sin capacidad de iniciativa propia y cada
vez más desprestigiadas en sus bases por el doble discurso que combina
radicalidad verbal con conciliación permanente en el plano de la acción.



La primera de las oposiciones es la conformada por los factores hoy reunidos
en México, cercanos a las fracciones políticas originales de Primero
Justicia (Borges-Capriles), Voluntad Popular (Leopoldo López-Guaidó), Nuevo
Tiempo (Manuel Rosales) y Acción Democrática (Allup). Se trata de partidos
que han sido intervenidos por la vía judicial y cuyas autoridades han sido
designadas ad hoc; de hecho, uno de los puntos de negociación es la
devolución de las siglas, cuentas y propiedades de esos partidos. A esta
oposición se la denomina «G-4».



En su mayoría (salvo AD), son expresiones políticas renovadas de los
intereses de la vieja burguesía cuarta republicana. Su agenda está
profundamente vinculada a la relación de sus intereses de clase con el
capital trasnacional; procuran la integración armónica entre capital
nacional y capital trasnacional, una tarea que ha tenido dificultades desde
los ochenta. Ante el nuevo reparto geopolítico en el mundo buscan controlar
el Estado (o una fracción de él) para capturar la renta producto de la
exacerbación extractivista que le ha asignado el capital a la región en el
marco de la cuarta revolución industrial y del consumo de bienes importados.
Es un sector sin proyecto productivo capitalista alternativo al
extractivismo.



La segunda es una oposición empresarial que actúa como su propia
representación ya que no confía en las mediaciones políticas que pretenden
representarla. Su cara más visible es Lorenzo Mendoza, quien no descarta ser
una opción presidencial.



La tercera aparece conformada por la llamada Alianza Democrática, que reúne
a Avanzada Progresista (Henry Falcón) y los llamados «alacranes»
(autoridades designadas por la intervención judicial de partidos) de Acción
Democrática (Bernabé), Primero Justicia (Primero Venezuela), Voluntad
Popular, COPEI, Venezuela Unida, Movimiento ecológico de Venezuela, Unidad
Visión Venezuela, Compromiso País, Bandera Roja, UPP89, Opina, Soluciones
(Claudio Fermín), Movimiento Republicano, NVIPA, Prociudadanos, MAS,
Min-Unidad, Alianza Centro. Este grupo de la oposición es el que más
acuerdos y negociaciones parciales con el gobierno ha realizado; por ello,
son considerados por el G-4 como una oposición relacionada al gobierno.



En la cuarta están los factores más radicales (María Corina Machado, Antonio
Ledezma y Andrés Velásquez), quienes promueven la aplicación del TIAR y la
invasión norteamericana. Están prácticamente aislados después del abandono
del republicanismo en la Casa Blanca.



La quinta es la Alternativa Popular Revolucionaria (APR), liderada por el
Partido Comunista, y de la cual hacen parte una larga lista de exintegrantes
de partidos que fueron intervenidos, como el PPT (Patria Para Todos) y
Tupamaros, pero también el Partido REDES, Izquierda unida, Nuevo Caminos
Revolucionario (NCR) y una pléyade de organizaciones locales y regionales
que acompañaron hasta hace poco al gobierno de Maduro.



Es una disidencia por izquierda, es decir, que busca empalmar con el mundo
del trabajo. Desde su conformación, la APR no ha podido mostrar capacidad de
movilización ni de articulación de su discurso con la izquierda
latinoamericana, razón por la cual no ha construido fuerza real para ser
factor a favor del mundo del trabajo en la negociación.



La sexta oposición viene conformada por los factores académicos e
intelectuales que se estructuran alrededor de la Plataforma en Defensa de la
Constitución (PDC) y Pensamiento Crítico. Se suele aludir a ella como
«chavismo disidente», aunque no representan a todas las expresiones de este
grupo. Este grupo no tiene capacidad alguna de movilización que les habilite
para ser tomados en cuenta en una negociación.



La séptima reúne a sectores de la izquierda que articulan desde el
movimiento social ecológico, indígena, feminista y educacional en defensa a
los dirigentes obreros presos, de la comunicación alternativa, entre otros.
Este sector, aunque desarticulado en el presente, es el más dinámico y
creativo. Una convergencia de sus fuerzas pueden ser factor determinante en
la habilitación de una opción política con presencia real en los
territorios. Pero hasta ahora no se ven signos claros en ese sentido.



Un punto aparte es lo que ocurrió en las recientes elecciones del PSUV,
donde emergieron nuevos liderazgos locales y regionales —muchos de ellos
alimentados por las Comunas— que en algunos casos fue respetada su elección
y en otros invalidada. El movimiento de las Comunas puede significar un
despertar del espíritu constituyente.



La octava es la izquierda radical trotskista, muy débil. Después de haber
producido un reagrupamiento significativo a comienzos del siglo XXI, se
fracturaron a raíz de la valoración del gobierno de Chávez. En la
actualidad, en el caso de Marea Socialista y el PSL vienen acompañando
luchas puntuales, pero con profundas debilidades para insertarse en
movimientos de masas; no han logrado construir un polo de referencia. En el
caso de LUCHAS, escisión de Marea Socialista, su labor se ha centrado la
propaganda, con precaria inserción en la lucha social.



La novena oposición es muy marginal: una derecha fundamentalista y
ultraconservadora, liderada por el exministro de planificación de Chávez,
Felipe Pérez Martí, que pareciera ser en el mediano plazo el germen de una
derecha al estilo de Trump o Le Pen, con el añadido del mesianismo
religioso.



La geopolítica como factor determinante



En la cita de México, una agenda oculta estará dada por confirmar a los
Estados Unidos, a la Unión Europea y a sus países aliados que Venezuela no
representa un peligro comunista, algo en lo que Maduro ha venido trabajando
en los últimos años. La separación del Partido Comunista y de los aliados
con pasado izquierdista de la coalición gubernamental y de la primera línea
de gestión ha sido una señal clara e inequívoca en ese sentido. Ahora, en
México, la delegación oficial mostrará que no solo se puede construir una
ruta amplia y democrática para las megaelecciones del 21 de noviembre, sino
que Maduro es factor determinante en el arbitraje y acuerdo entre las
distintas fracciones burguesas.



La diáspora y desarticulación de las oposiciones venezolanas confirma el
hecho de que Maduro es hoy el hombre fuerte de la política venezolana. Su
gobierno y su forma de relacionarse y negociar con la oposición de derecha,
subalternizando su trabajo, se constituyen en garantía para la articulación
de capital trasnacional con el nacional.



El problema real de la actual negociación



La reunión de México puede ser el inicio de un nuevo régimen de cohabitación
y de relación entre el gobierno de Maduro y la oposición del G-4. Ello le
traería algunas fricciones menores con sectores de la llamada Alianza
Democrática (opositora). Esta tensión y la manera en que se resuelva la
misma podría facilitar o impedir la construcción de un nuevo acuerdo de
gobierno de larga duración (que, eso sí, no contempla la alternancia
presidencial).



Pareciera que —contrario a lo que pregonan algunos— esto se expresará
modestamente en los resultados electorales de noviembre; en las actuales
circunstancias, la oposición podría obtener importantes alcaldías y
concejalías pero menguados resultados en las gobernaciones.



La suspensión progresiva, gradual y sostenida de las sanciones
norteamericanas, será un factor determinante en la estabilización política y
el fortalecimiento del cesarismo de Maduro para la convivencia y
articulación de las distintas fracciones burguesas.



Sin embargo, la paz de las principales representaciones partidarias
burguesas puede significar la ebullición de la creciente inestabilidad
social: el pueblo ha sufrido una pérdida de calidad de vida y de poder
adquisitivo de los salarios inédita y dramática.



¿Y el mundo del trabajo?



Las decenas de dirigentes obreros judicializados y detenidos muestra los
signos de la paz en curso. Con salarios mensuales que no superan los dos
dígitos, una inflación acumulada que supera el millón por ciento y la
devaluación sostenida del Bolívar (se acaba de anunciar que le quitarán
nuevamente seis ceros a la moneda) es previsible que las luchas de la clase
trabajadora, empleados públicos y asalariados en general comiencen a hacer
saltar por los aires las restricciones impuestas.



La tendencia puede dirigirse hacia la profundización del camino autoritario
del gobierno o al tránsito hacia una negociación sostenida con los gremios y
sindicatos en pos de una recuperación sustantiva de la calidad de vida. El
problema para el gobierno es que la nueva camada de dirigentes obreros que
emerge pareciera estar alejada tanto de las oposiciones como del gobierno,
quienes en ambos casos poseen maquinarias burocráticas que parecieran no
contar con la capacidad de contener la ebullición social en marcha.



¿Hay transición?



No hay transición en el corto plazo del gobierno de Maduro. Por el
contrario, lo que se consolida es su capacidad de control de la situación
política. Las oposiciones no lucen con la suficiente fortaleza para crear
condiciones favorables para la transición. Lo que puede darse es el inicio
de una cohabitación política, con el consiguiente reparto de cuotas de poder
entre el gobierno y las oposiciones de derecha.



Las alternativas de izquierda, por su parte, atraviesan una crisis propia.
Ni la plataforma en defensa de la Constitución Nacional ni la izquierda
radical cuentan con una articulación social importante como para poder
revertir la actual situación en el corto plazo. La Alternativa Popular
Revolucionaria generó expectativas superiores a las que ha podido ejecutar,
atrapada como quedó en la lógica del partido revolucionario y los frentes de
masas.



Ninguna opción a la izquierda del «madurismo» ha logrado constituirse en un
factor relevante de movilización. Ni siquiera han logrado clarificar a la
izquierda regional lo que pasa realmente en Venezuela. Se puede argumentar
la deriva autoritaria del gobierno como factor determinante, pero incluso en
situaciones de dictadura la izquierda no había perdido antes su capacidad de
movilización de masas.



En este contexto, las luchas sociales democráticas juegan un papel
fundamental en la recomposición democrática del panorama político, económico
y social. Por ello, la izquierda radical, más que preocuparse por consolidar
microaparatos partidarios, debería abrirse a nuevas y caóticas formas de
organización que les permita relacionarse con el rizoma de resistencia que
se teje en la sociedad.



¿Qué hacer?



Es hora de recomponer la izquierda a partir de los territorios. Urge salir
de las discusiones bizarras sobre teoremas políticos y reconstruirse a
partir de las luchas, dejar a un lado la epistemología de partido de
vanguardia y recuperar la humildad del acompañamiento y el aprendizaje de la
lucha social concreta. La izquierda siempre ha reinventado la esperanza
desde las catatumbas. Es hora de volver a hacerlo.



La recuperación de la esperanza y la capacidad democrática movilizadora hoy
está mucho más localizada en la actividades comunitarias, sociales y
alternativas que en los partidos políticos de derecha o izquierdas; es allí
donde pareciera resignificarse la vida nacional.



La migración puede ser el factor que incline la balanza en los próximos
años. Millones de venezolanos y venezolanos han tenido que partir del país
para sobrevivir y en ese proceso han conocido la barbarie del
neoliberalismo, pero también la mano amiga de la gente sencilla en otros
territorios. En la medida que las sanciones sean levantadas y se conjure la
violencia política muchos(as) regresarán y, potencialmente, podrán
constituirse en un factor determinante para otra Venezuela posible, una
Venezuela de justicia social, equidad, solidaridad y democracia.



¿Será que podemos recuperar la capacidad de hacer política de calle? Esa
política, y no otra, es la que sueña, vibra y abre paso al cambio radical.



* Luis Bonilla-Molina, nvestigador en el Centro internacional de
Investigaciones Otras Voces en Educación (CII-OVE) de CLACSO. Premio
Internacional de Justicia Social 2020, otorgado por el Proyecto Democrático
Paulo Freire de la Universidad de Chapman, EE. UU. Profesor universitario.

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