Brasil/ Entre lo ridículo y lo amenazador. [André Singer]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Lun Sep 27 01:30:39 UYT 2021


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Correspondencia de Prensa

27 de septiembre 2021

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Brasil



Entre lo ridículo y lo amenazador



André Singer *

Sin Permiso, 25-9-2021


https://sinpermiso.info/

Traducción de Carlos Abel Suárez



Después de la marcha troll de Bolsonaro sobre São Paulo, los demócratas
deben aislar a la derecha lunática.



El pasado mismo nunca regresa, pero sus truenos y relámpagos continúan
resonando y brillando en el tiempo. A principios de 1932, León Trotsky,
entonces exiliado a la isla de Prinkipo, cerca de Estambul, publicó un
análisis de la situación alemana. En él, advirtió del peligro que suponía el
partido Nacionalsocialista, que había obtenido el 18% de los votos en las
elecciones anteriores y juraba, cuando le convenía, respetar la
Constitución.



Ante las dudas, particularmente de la socialdemocracia (la mayor bancada del
parlamento alemán), sobre si los nazis pasarían a la acción violenta,
Trotsky escribió: “Bajo la cobertura de la perspectiva constitucionalista,
que adormece a los adversarios, Hitler quiere conservar la posibilidad de
dar el golpe en el momento oportuno”.



Convencido del diagnóstico, el autor, de quien incluso Winston Churchill, a
pesar de sus durísimas críticas, reconocía una aguda inteligencia, afirmó
que el único remedio sería la formación de un frente que reuniera a
comunistas y socialdemócratas, enemigos jurados desde 1918, teniendo entre
ellos nada menos que los cadáveres heroicos de Rosa Luxemburg y Karl
Liebknecht. Sin bloquear el avance del nazismo, las organizaciones de la
clase trabajadora, y con ellas la República de Weimar, serían desmanteladas,
alertaba el revolucionario ruso.



En Brasil, casi un siglo después, Jair Bolsonaro no es fascista, el gobierno
ya pertenece a la extrema derecha y el putsch del 7 de septiembre dio a luz
a un ratoncito domesticado. ¿Por qué, entonces, recordar un texto
nonagenario, escrito en uno de los peores inviernos europeos? ¿Por qué traer
recuerdos funestos a este final de invierno lleno de sol y pacificado por el
procónsul Michel Miguel Elias Temer Lulia?



Las analogías entre épocas deben tomarse cum grano salis. Ninguna conexión
punto a punto funciona para pensar en coyunturas específicas, pero un
elemento común entre el marco de antaño y el actual es la técnica que
utiliza Bolsonaro para engañar a los demás actores en el escenario.



Benito Mussolini, protagonista de la Marcha sobre Roma, inventó una especie
de bufonería, después adoptada por Hitler, que, mezclando deliberadamente lo
ridículo y lo amenazador, esquivaba la racionalidad a través de la cual
opera la política común. Como resultado, comprender el panorama requirió
dosis adicionales de inversión intelectual. Trotsky registra, por ejemplo,
que el Partido Comunista Italiano (PCI) “no discernía las características
particulares del fascismo” y, “excepto Gramsci” (otro analista excepcional),
no sabía que había “un fenómeno nuevo, que todavía estaba en el proceso de
formación”.



Aquí está el problema. Bolsonaro es parte de una constelación global en
desarrollo que nadie sabe a dónde conducirá. Tiene rasgos fascistas, pero no
es una nueva versión del antiguo fascismo italiano y alemán. Por eso,
propongo llamarlo, provisionalmente, “autocratismo con sesgo fascista”. La
fórmula, un tanto incómoda y que quizás necesite ser modificada más
adelante, pretende contribuir a una comprensión, que es urgente, del momento
brasileño.



Los líderes autocráticos del siglo XXI percibieron que podían utilizar las
redes sociales para operar desde una especie de “juego de rol” permanente,
en el que la fantasía y la realidad se mezclan, confundiendo todo y a todos.
El filósofo Rodrigo Nunes explicó, en un artículo en la Folha de S. Paulo,
cómo la alternative right, a la que se aliaron Trump y Bolsonaro, “descubrió
las ventajas de asumir la posición de una de las figuras centrales de la
cultura contemporánea: el troll”. Para escribir este artículo, aprendí que
“troll”, en Internet, es algo así como lanzar cebo para atrapar muggles.



La clave para entender el trolling es que busca “introducir ideas
´polémicas´ y ´controversias’ en el debate público de forma irónica,
humorística o con cierta distancia crítica, manteniendo siempre la duda
sobre cuánto hay allí de divertido o de verdadero”, dice Nunes.



Por tanto, la cuestión de si hay riesgo de golpe de Estado por parte de
Bolsonaro no puede responderse de forma inequívoca. Trump “jugó” con la idea
de un golpe hasta su último día en la Casa Blanca.  Como sonaba estrambótico
en la cuna de la democracia moderna, nadie lo creía. Luego, el 6 de enero de
2021, el presidente agitó a las huestes reunidas en Washington, entre las
que había gente disfrazada de vikingos, contra el Capitolio. ¿Divertimento
de un estafador o tentativa de golpe verdadero? Una mezcla fatal, porque,
ocupado el Congreso de los Estados Unidos durante cuatro horas, tuvo que ser
defendido a balazos, costando cinco vidas.



En el lenguaje cotidiano, la chispa de la imaginación totalitaria que está
produciendo tanta confusión se conoció como posverdad, una palabra que
atrajo la atención internacional en 2016, cuando se produjo el Brexit y la
victoria de Trump. Si, lamentablemente, el escenario global ya estaba
contaminado por narrativas inverosímiles, como, por ejemplo, que hubo armas
de destrucción masiva en Irak en 2003, la utilización organizada de inventos
troll para movilizar masas constituyó un salto, digno de los fenómenos
patológicos señalados por Gramsci en su Cuadernos de la Cárcel de 1930 para
referirse al fascismo.



La posverdad corresponde a una comunicación en la que se ignoran los hechos,
a favor de versiones, no importa cuán apartadas estén de la realidad.
Partiendo del principio de que se pueden cometer distorsiones
inconmensurables, sin castigo, los personajes posverídicos se otorgan el
derecho de hablar literalmente cualquier cosa. Está implícito que lo que
importa no es lo que ellos dicen, sino quién lo dice, pues se trata, siempre
y sólo para reforzar su propio poder, comenzando por garantizarse estar en
el centro de la noticia.



Como todo mecanismo socialmente eficaz, la posverdad se nutre de un aspecto
central de la existencia humana: la inexistencia de objetividad absoluta. En
otras palabras, siempre hay un margen de incertidumbre sobre lo que sucede.
Sin embargo, existen aproximaciones razonables a la verdad, es decir,
posibles grados de objetividad, como pronto aprenderá cualquier periodista
serio comprometido con la ética de la profesión. Ésta es una de las razones
por las que los autócratas libran una guerra privada contra la prensa
noticiosa, que debe lidiar sistemáticamente con patrones de objetividad y
control sobre la misma.



El repudio a la información confiable es un rasgo del autocratismo en
marcha, ya que tiene que distorsionar los hechos hasta el punto de
enloquecer al público. Según Theodor W. Adorno, “los llamados movimientos de
masas de estilo fascista tienen una relación muy profunda con los sistemas
delirantes”.



La Escuela de Frankfurt percibió que, aunque la raíz del fascismo se
encontraba en el modo de producción capitalista, su eficacia como movimiento
político dependía de alcanzar los rasgos inconscientes de los individuos. La
hábil propaganda nazi activó un profundo deseo de castigar a los chivos
expiatorios, canalizando contra ellos una rabia que surge del progreso de la
sociedad, sentido como adverso y peligroso.



Envueltos por esa publicidad enloquecedora, uno podría imaginar, de una
manera muy simplificada, que los adherentes a Bolsonaro creen ser parte de
un pueblo oprimido, cuya “libertad” está amenazada por una coalición que va
desde Lula hasta el Supremo Tribunal Federal (STF), pasando por China y
Faria Lima /1/.



Es una visión sin pie ni cabeza, ya que tal coalición no existe y las
fuerzas mencionadas son ajenas entre sí, si no opuestas. Al contrario: el
que quiere acabar con la libertad es el bolsonarismo, que pide una
intervención militar para instaurar una dictadura en el país. Sin embargo,
una vez que se internaliza el delirio, es inútil intentar aclararlo.



Ahí el peligro representado por el 7 de septiembre de 2021, la primera
ocasión en que el autocratismo con sesgo fascista demostró su capacidad para
movilizar masas en Brasil. Para ellos, la “prueba” del autoritarismo del
“sistema” Lula-China-Faria Lima-STF estaría en las prisiones decididas por
el ministro Supremo Alexandre de Moraes.



La detención más importante alcanzó al exdiputado Roberto Jefferson,
presidente del Partido Trabalhista Brasileño (PTB), a mediados de agosto.
Jefferson fue detenido porque, en lenguaje abierto y posteos en los que
aparecía armado, pidió a las Fuerzas Armadas que apoyaran una intervención
en el STF, además de amenazar con que “si no hay voto impreso (…), no habrá
elecciones el próximo año. ¿Trollagem?



Desde ese punto de vista, la conmemoración inaugurada en el Día de la Patria
no fue por los dos siglos de la Independencia de Brasil, sino por el
centenario de la Marcha sobre Roma, que, en octubre de 1922, reunió a
fascistas de toda Italia para presionar, con éxito, al rey Vitor Emanuel III
y nombrar primer Ministro a Mussolini. Con la diferencia significativa de
que la marcha troll sobre São Paulo fue sólo el comienzo de un ciclo de
movilización contra las elecciones del próximo año.



Poco después de incitar a sus seguidores a la desobediencia civil, Bolsonaro
aparentemente se echó atrás, alegando respetar la Constitución. El fascismo
inventó también una forma sibilina, adoptada por los líderes autocráticos
actuales, de naturalizar la ruptura con el estado de derecho. El escritor
Stefan Zweig sintetizó cómo funcionaba el método hitleriano. “Una dosis a la
vez, y después de cada dosis un breve descanso. Siempre sólo un comprimido y
luego esperar un rato para comprobar si no era demasiado fuerte, si la
conciencia del mundo podía tolerar esa dosis”.



Trump y Bolsonaro utilizan, consciente o inconscientemente, el arsenal
forjado un siglo atrás. A diferencia del fascismo histórico, los autócratas
de hoy no tienen, hasta ahora, el objetivo principal de contener un
movimiento obrero de izquierda o promover un expansionismo militar, ambos
característicos del cuadro posterior a la Primera Guerra Mundial. Sin
embargo, pusieron en marcha artificios con efectos similares.



Las fuerzas auxiliares de los autócratas contribuyen a sofocar la
“conciencia del mundo” y naturalizar la corrosión democrática. En general,
estos aliados ocasionales piensan que se enfrentan a algo extraño y, por lo
tanto, fugaz, que pueden usar y luego descartar. Quizás este sea el caso de
los militares brasileños, que mantienen una aterradora ambigüedad sobre el
ocupante del Planalto. Por un lado, participan activa y abiertamente del
mandato, hasta el punto de no estar seguros si éste es del presidente o de
los uniformados. Por otro lado, parecen respaldar entre bastidores que los
grupos más enloquecidos de la galería bolsonarista sean reprimidos por el
STF. Para una mayor “tranquilidad” del establishment civilizado, siempre
cuando se les consulta en off, oficiales en servicio activo dicen que no se
adhieren a las aventuras.



La misma duda se puede observar por parte del Centrão, grupo decisivo del
Congreso Nacional. Por un lado, sostiene a Bolsonaro, con el presidente de
la Cámara de Diputados bloqueando de manera decisiva los pedidos de juicio
político en su contra. Por otro lado, rechaza la aprobación del voto
impreso, que instrumentalizaría Bolsonaro para socavar las elecciones de
2022. Recuerda en esto al Partido Republicano de Estados Unidos, que derrotó
el impeachment contra Trump en el Senado, pero no aceptó participar del
putsch vikingo contra la nominación de Biden.



Una oscilación similar se observa en el medio burgués. Si bien una parte del
gran capital señala que está en contra de Bolsonaro - un lugar que sus
similares estadounidenses también ocuparon en relación con Trump - franjas
del agronegocio, el sector de servicios y las pequeñas y medianas empresas
continúan simpatizando con el “bolsonarismo”. La guerra de manifiestos
empresariales que tuvo lugar hace unas semanas lo demuestra.



Hannah Arendt cuenta que la burguesía alemana pretendió instrumentalizar a
Hitler. Cuando se dio cuenta de que estaba sucediendo lo contrario, ya era
demasiado tarde. ¿Cuándo, finalmente, será “demasiado tarde” aquí? Para esa
pregunta del millón de dólares no hay respuesta.



El autoritarismo sigiloso, bien descrito por Adam Przeworski, está
erosionando lentamente la democracia, sin rupturas definitivas. Es un
proceso “lento y constante”, en el que la erosión, liderada por funcionarios
electos, ocurre en gran medida dentro de la ley y está llena de altibajos.
Usa las brechas legales disponibles para restringir la libertad de
expresión, cambiar la composición de los órganos judiciales, alterar las
reglas del sistema electoral, desorganizar el Estado, prohibir o dificultar
las asociaciones, atemorizar a los opositores, espiarlos, enjuiciarlos,
arrestarlos, agredirlos físicamente, etc.



Cuando hay un escándalo, retroceden. Luego comienzan de nuevo. El “golpe” de
Trump consistió en presionar a las instituciones -primero las mesas
electorales y después al Congreso- para que reconocieran que había habido
fraude en las elecciones y que él sería el verdadero ganador. Al no
lograrlo, cedió terreno, pero incluso fuera de la presidencia no desistió.



Por tanto, la sociedad no debe correr riesgos. La oposición democrática debe
utilizar cualquier espacio disponible para resistir, tapar y reducir el
autocratismo a una franja lunática y aislada.



En Hungría, donde la autocracia de Viktor Orbán, con más de una década en el
poder, ha avanzado hasta el punto en que el Parlamento Europeo denuncia “un
claro riesgo de grave violación de valores”, la oposición de centroizquierda
ganó las elecciones de Budapest en 2019, derrotando al partido oficial. En
Turquía, donde el Parlamento Europeo se ha declarado “empeñado en incluir la
condicionalidad democrática”, las protestas estudiantiles a principios de
2021 derrocaron al rector de la principal universidad del país designado por
el presidente Recep Tayyip Erdogan.



En Brasil, la mejor manera de detener el autocratismo sería el impeachment
de Bolsonaro. Por tanto, es fundamental crear una unidad activa entre las
fuerzas de izquierda, centro y derecha, que, por su lado tienen visiones
antagónicas sobre cómo gobernar la nación en el caso de que Bolsonaro sea
destituido.



Inmediatamente, por consiguiente, el paso necesario es el reconocimiento
mutuo de las profundas diferencias que dividen a este posible frente
democrático, especialmente en lo que respecta al programa económico. Sin
legitimar las distinciones, la confianza recíproca no se establece y el
entusiasmo se desvanece.



El segundo momento sería determinar claramente cuáles son los puntos
unificadores, fuera de los cuales es garantizada a todas las corrientes la
libertad de seguir con sus respectivos puntos de vista, para ser disputados
democráticamente en las elecciones.



“Cada organización continúa bajo su propia bandera y dirección. Cada
organización observa en acción la disciplina del frente único”, recomendó
Trotsky desde el observatorio turco. A pesar de otras controversias que
involucran al personaje, vale la pena meditar sobre uno de los momentos de
la historia en el que dio en el clavo.  (Artículo publicado en Folha de São
Paulo 19-9-2021)



* André Singer  politólogo brasileño, profesor de la USP (Universidad de São
Pablo), fue portavoz del primer gobierno de Lula.



Nota



1, Faría Lima: avenida paulista donde funcionan las oficinas de buena parte
de los grupos empresarios. (Sin Permiso).

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