Cultura/ Manediting. Katherine Mansfield, diarista. [María José Santacreu]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Ago 28 00:05:53 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

28 de agosto 2022

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Cultura



Katherine Mansfield, diarista



Manediting



Una nueva edición de los Diarios de la escritora neozelandesa vuelve a poner
sobre la mesa el problema de las purgas y las manipulaciones de las que
históricamente han sido objeto los diarios y las cartas de las escritoras de
los siglos XIX y XX por parte de «los hombres de la familia».



María José Santacreu

Brecha, 26-8-2022

https://brecha.com.uy/



Katherine Mansfield murió de tuberculosis en 1923. En los 34 años que pudo
vivir, escribió algunos de los mejores cuentos en lengua inglesa y hoy es
considerada una de las más importantes cuentistas del Modernismo europeo.
Esto no siempre fue así.



Tras su muerte y la publicación de su diario y sus cartas, hubo un desmedido
interés por su vida y personalidad, que llevó a la construcción de una
figura falsamente etérea y mística a la que su esposo John Middleton Murry
contribuyó en gran medida. Curiosamente, esta operación en torno a la figura
de Mansfield comenzó en Francia, donde hasta entonces su obra de ficción era
desconocida. Y es que gracias a la intermediación de Murry se impuso la idea
de que, en esencia, estábamos frente a una escritora espiritual que lo que
buscaba eran las profundas verdades que le daban sentido a la vida, cuando
la vida y obra de Mansfield eran mucho más complejas, interesantes e
inusuales.



Si bien ha pasado casi un siglo, no hemos avanzado mucho en la apreciación
de Mansfield y todavía queda mucho camino por recorrer, aunque la existencia
de los llamados Katherine Mansfield Studies, en la Universidad de Edimburgo,
han aportado lo suyo a favor de una apreciación más justa y equilibrada de
esta autora tan extraordinaria, imposible de ser reducida a dos o tres
facetas cuidadosamente escogidas.



La publicación del Diario de Mansfield en español tiene una larga historia
de ediciones. La primera seguramente haya sido la de Librería Mediterránea,
editada en Barcelona en 1940, a la que le siguieron la de José Janés de 1947
y la de Plaza & Janés en 1959, esta última en un hermoso volumen de papel
biblia que recoge sus obras de ficción, su diario y una selección de cartas
que todavía puede encontrarse en las librerías de viejo montevideanas. Luego
vinieron las del Centro Editor de América Latina (1978) y la de Ediciones
del Cotal (1980), a las que siguieron la de Ediciones B (1987), la de
Parsifal Ediciones (1994), la de Factoría Ediciones (1999) y, más tarde,
Lumen (2008), Debolsillo (2011), Losada (2014) y, finalmente, Chai Editora,
en 2022. Los traductores han sido por lo menos cuatro: Ester de Andreis,
cuyo trabajo es el que se usa en la mayoría de las ediciones tempranas,
Antonio Bonanno, que estuvo a cargo de las de 1978 y 2014, Aránzazu
Usandizaga, autora de las de 2008 y 2011, y Florencia Parodi, que ha
producido la de 2022.



La cantidad de ediciones y traducciones señalan, indudablemente, más de 80
años de un interés lector sostenido. Sin embargo, todavía los
hispanohablantes permanecemos a oscuras porque seguimos traduciendo la
primera versión del Diario de Mansfield, es decir, la de 1927.



Cuando John Murry murió, en 1957, la biblioteca Alexander Turnbull de Nueva
Zelanda adquirió los cuadernos y manuscritos de Mansfield, que el profesor
Ian Gordon revisó para publicar una descripción del legado. Lo que encontró
fueron cuatro diarios con contenido escaso –de 1914, 1915, 1920 y 1922– y el
resto eran 53 cuadernos que contenían fragmentos de diversa índole: ideas
para cuentos, conversaciones, escenas sueltas, comentarios sobre lecturas,
citas textuales, cartas nunca enviadas, cuentas domésticas.



También se encontró con unas 100 páginas sueltas de materiales igualmente
heterogéneos.



Fue con el ordenamiento libérrimo de esos materiales que Murry armó primero
el Diario, publicado en 1927, y luego el llamado Scrapbook, en 1939.
Finalmente, en 1954 publicó una edición revisada del Diario que, de alguna
manera, integraba los dos anteriores y sumaba algún material inédito.
Evidentemente, la pregunta es: ¿Cómo determinó Murry qué materiales eran
«diario» y cuáles eran «apuntes»? Esta falta de rigor llevó al profesor
Gordon a maravillarse con su trabajo de edición –al que describió como «un
brillante… rompecabezas editorial»– afirmando que Murry logró crear, a
partir de materiales caóticos, un clásico modesto, y preguntándose si en los
diarios de Mansfield así publicados no habría, más bien, una coautoría.



Lo cierto es que, si bien el trabajo de Murry con los textos de Mansfield
dio como resultado un sostenido ingreso económico para el editor, también lo
expuso a un sinnúmero de críticas. «Lo bueno y lo malo estuvieron
inextricablemente mezclados en su trabajo sobre los materiales de ella.
Transcribió, editó y escribió comentarios sin parar, pero en una manera que
alentó un interés sentimental y a veces falsamente místico del talento de
Mansfield. No logró mantenerse a sí mismo fuera de cuadro, abordando el
desarrollo del arte de ella siempre en relación con el desarrollo de los
sentimientos de ella hacia él. Fue acusado de ganar dinero con su muerte y
se puso en contra a muchas personas que antes estaban muy a favor de la obra
de Katherine, provocando rechazo al mismo tiempo que la volvía más conocida.
Finalmente, al publicar más y más material de los papeles privados de su
esposa, fue inevitable revelar tensiones del matrimonio, y él se puso
públicamente en el papel del marido fallido. Pero peor hubiera sido que
dijeran, si lo hubieran sabido, que Murry estaba ignorando las instrucciones
de ella de “romper y quemar lo más posible” […]. A menudo Murry citó (mal)
la última oración de la carta de ella, que recibió póstumamente, en la que
decía “siento que ninguna otra pareja de amantes han caminado por la tierra
con más alegría que nosotros, a pesar de todo”, pero nunca imprimió la carta
completa, porque eso implicaba hacer público que ella no quería que él
“mostrara la cocina” de su creación.» (1)



Pero, alto, tampoco exageremos: Murry no falsificó el contenido, no inventó
nada. Simplemente tomó todo el material que tenía disponible y lo cortó y
pegó, omitió algunas cosas e intercaló otras, y creó así una versión posible
de los diarios y borradores de Katherine. Lo cierto es que el producto final
no fue estrictamente creado por ella: la conversación entre fragmentos es
toda de Murry. Pero incluso la edición «definitiva» de los Diarios del 54
omitía mucho material. Es recién en 1997 que se publica The Katherine
Mansfield Notebooks: Complete Edition, a cargo de Margaret Scott, pero esta
versión, que tiene la virtud de ser completa, tiene un defecto: es muy
ardua, por ser una transcripción en bruto. Recién en 2016 Gerri Kimber y
Claire Davison editaron The Diaries of Katherine Mansfield, una edición
crítica de los diarios y los cuadernos, que forma parte de los Collected
Works of Katherine Mansfield, publicados por Edinburgh Press.



Pero tienen razón los lectores. Esta es una explicación demasiado larga para
algo que es, por el momento, irremediable: la única versión en español de
los diarios que tenemos es la de 1927. ¿Es tan malo leer lo que tenemos? La
respuesta es, obviamente, que no, si uno los lee sabiendo lo que está
leyendo, si está al tanto del papel de John Murry y si, al menos, toda la
situación le despierta la curiosidad por saber más. Es raro, sin embargo,
que la edición de Chai Editora omita cualquier referencia a esta
problemática, a pesar de contar con un prólogo a cargo de Cecilia Fanti que,
a lo sumo, se atreve a postular un tímido «si le creemos a John Murry». Y
no, claro que no le creemos. Pero igual leemos.



Será invariable la presencia soberana de la escritora, la de su inteligencia
infinita y también la de su malicia y sus mil caras. Estarán allí su mirada
aguda, su dolor, su poética, su enfermedad. Estarán los apuntes para más
tarde: descripciones, sensaciones, ideas, siempre originales. También sus
lecturas y sus críticas, tan lúcidas. Estará, por fin, su cualidad de ser
extraordinaria, en el sentido más literal del término: su vida inusual, esa
libertad tan fuera de época, tan pionera. Y estará, a fin de cuentas, la
posibilidad de ver su mente funcionando, en toda su excepcionalidad. Eso
sigue siendo un privilegio, por más John Murry que se interponga. O, como
escribió Virginia Woolf ante la noticia de su muerte: «El diario termina con
las palabras: “Todo está bien”. Y, dado que murió tres meses después, es
tentador pensar que las palabras representaban alguna conclusión a la que la
enfermedad y la intensidad de su propia naturaleza la llevaron a encontrar a
una edad en la que la mayoría de nosotros vagamos entre esas apariencias e
impresiones, esas diversiones y sensaciones que nadie había amado más que
ella». (2)



Notas



1. C. K. Stead, introducción a Letters and Journals of Katherine Mansfield,
Penguin, Nueva York, 1977, págs. 10-11.

2. Virginia Woolf, «A Terribly Sensitive Mind», The Art of Fiction, 2013.

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