Debates/ La guerra en Ucrania, el relato dominante y la izquierda antiimperialista. [Alain Bihr/Yannis Thanassekos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Jul 13 22:51:44 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

13 de julio 2022

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Debates



La guerra en Ucrania, el relato dominante y la izquierda antiimperialista



Alain Bihr y Yannis Thanassekos

Revista Herramienta, 21-6-2022

https://herramienta.com.ar/

Traducción de Aldo Casas



Bajo la presión de sus contradicciones interna, la mundialización del
capital hace implosión, acumulando crisis (económicas, sociales,
financieras, sanitarias, ecológicas) y precipitando al mundo en una nueva
era de confrontaciones y de guerras interimperialistas.



La invasión de Ucrania por el imperialismo ruso es el último síntoma de esta
reorganización de las relaciones de fuerza ente los múltiples polos
imperialistas (Estados Unidos, Unión Europea, Japón, China, Rusia). Y, desde
el comienzo del conflicto, el lavado de cerebros a que se dedican con placer
los grandes medios y los intelectuales formateados que tienen vía libre,
destila una histeria guerrerista que asfixia el pensamiento. Todo intento de
explicar y comprender cómo se ha llegado a esto es inmediatamente
descalificado, o denunciado, como pro-ruso o cripto-ruso, acusado de buscar
atenuantes a la agresión rusa.



Desgraciadamente, parte de la izquierda que se considera radical participa a
su manera en este “estado de guerra” que se apodera de los espíritus.



Un relato unilateral



No basta con reconocer la responsabilidad primaria de Putin en el
desencadenamiento de la guerra y condenar con firmeza su agresión
imperialista. No basta con exigir el cese del fuego y el inmediato retiro de
las tropas rusas del territorio ucraniano. No basta con reconocer el derecho
del pueblo ucraniano a la autodeterminación y proclamar a viva voz nuestra
solidaridad con él. No basta con denunciar el régimen absolutista del
capitalismo ruso. No basta con respaldar a todas y todos los que, en la
misma Rusia, se oponen a la guerra arriesgando su libertad y su vida. No,
todo eso no alcanza.



Para estar en consonancia con el relato dominante (pues se trata sólo de un
relato y no de un análisis mínimamente reflexivo sobre la actual situación
geopolítica), es preciso además “satanizar” unilateralmente al autócrata
ruso, compararlo e incluso identificarlo con Stalin o Hitler, cuando no con
Iván el Terrible. De él, se conocían ya las agresiones brutales en
Chechenia, en Georgia y en Siria, que no habían entonces provocado semejante
conmoción: claro que en esas ocasiones, solo masacró a Caucásicos y a
Orientales, que en su mayoría ni siquiera eran cristianos.



Y el mismo relato exige sobre todo cerrar lo ojos y no decir nada sobre las
estrategias y las maniobras del imperialismo de los Estados Unidos, tanto en
Europa    como en el Indo-Pacífico. Es preciso entonces no recordar cómo,
desde 1991, imponiendo su hegemonía a los aliados europeos, sometiendo
regularmente la Unión Europea a sus diktats (entre los que la venta de
material militar a un costo extraordinario no es el menor), los Estados
Unidos extendieron la OTAN hasta las puertas de Rusia, integrando antiguas
Repúblicas soviéticas (Estonia, Letonia, Lituania), sin excluir la ulterior
integración de Ucrania misma, y sin esperar dicha integración, para enviar
desde 2014 equipamiento militar ultramoderno, entrenar tropas y establecer
consejeros e instructores militares. Y evidentemente, no es cuestión tampoco
de recordar tempranas advertencias sobre probables consecuencias de esa
extensión de la OTAN  en Europa Central y Oriental. Como la lanzada ya en
1997 por George Kenan cuando esa ampliación no era más que un proyecto:



La ampliación de la OTAN sería el más fatal error de la política americana
desde el fin de la guerra fría. Cabe esperar que esta decisión atice las
tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas de la opinión
pública rusa; que relance una atmósfera de guerra fría en las relaciones
Este-Oeste y oriente la política exterior rusa en una dirección que no
corresponde verdaderamente a nuestros deseos.[1]



No es cuestión tampoco de recordar que, operando en el marco de la OTAN pero
violando su carta, los Estados Unidos fueron los primeros en ponerse a
“rectificar” las fronteras internacionales en Europa, al intervenir contra
Serbia en 1999 para favorecer la secesión de Kosovo, violando la legalidad
internacional pues actuaron sin mandato de la Organización de las Naciones
Unidas. No es cuestión tampoco de recordar que, instrumentalizando la OTAN
u operando por fuera de ella, agredieron otros dos Estados soberanos,
Afganistán en 2001 e Irak en 2003, violando también la legalidad
internacional, y encubriendo sus agresiones con enormes mentiras en ambos
casos (el supuesto apoyo de los talibanes afganos a Al-Qaeda en el primero,
la supuesta posesión de “armas de destrucción masiva” por Saddam Hussein en
el segundo). No es cuestión tampoco de recordar el retiro unilateral en 2002
de los Estados Unidos del tratado ABM (Anti-Balistic Misiles, que limitaba y
regulaba el despliegue de misiles antimisilísticos), tratado que fue firmado
en 1972 con la URSS y reafirmado en los años 1990 por Rusia y por el
conjunto de los Estados postsoviéticos. Retiro al que siguió a partir de
2007-2008 el inicio del despliegue en Europa Central (sobre todo en
República Checa, en Polonia y en Rumania) de elementos Missile Defense (el
“escudo” antimisilístico estadounidense) en flagrante contravención del Acta
fundacional OTAN-Rusia firmado en 1997. Y, en estas condiciones, finalmente,
no es cuestión de preguntarse si, al ver estos elementos, las autoridades
rusas no tenían alguna razón para inquietarse en cuanto a las intenciones
estadounidenses, sin necesidad de invocar su legendaria obsesión paranoica.



¡A campistas, campistas y medio!



Estas y otras preguntas encontraron, pese a todo, personas, organizaciones,
líderes políticos e incluso algunos gobiernos (en América Latina: Cuba,
Nicaragua, Venezuela) que se reclaman de la izquierda antiimperialista, que
las plantearon. Algunos han llegado a justificar, en base a esto, la
agresión rusa, otros se contentan con señalar las responsabilidades
occidentales (y sobre todo estadounidenses) en la génesis de esta guerra,
rechazando en consecuencia enrolarse en una cruzada antirusa bajo una
bandera estrellada, sea la de los Estados Unidos o la de la Unión Europea.



Que fueran inmediatamente agredidos (verbalmente) y reducidos a un
cuasi-silencio mediático por el partido occidentalista no es para nosotros
sorprendente. Nuestra sorpresa nace de que, entres los cruzados en cuestión,
se encuentran también miembros de la misma izquierda antiimperialista, que
acusan a los anteriores de caer en la eterna trampa del campismo, que
pretende que el enemigo de mi enemigo puede ser, sino un amigo, un aliado
circunstancial.



Los segundos entonces acusan a los primeros de convertirse en cómplices,
objetivos sino subjetivos, de la agresión rusa, y de traicionar al pueblo
ucraniano que lucha por su liberación y su autodeterminación. Más aún,
algunos de ellos defienden la la necesidad de socorrer a ese pueblo con el
envío masivo de armas pesadas, defensivas o incluso ofensivas, lo que en la
actual situación geopolítica solo puede ser realizado por la OTAN. Llamado
por lo demás ampliamente atendido: actualmente los estrategas occidentales,
estadounidenses, británicos, españoles e incluso alemanes, inundan
abiertamente al ejército ucraniano y a sus fracciones ultranacionalistas con
armas cada vez más sofisticadas. Con la segura consecuencia de la
prolongación de la guerra, con su cortejo de víctimas y destrucciones, y
sobre todo, con el riesgo hacer estallar el polvorín: crear las condiciones
para la extensión y generalización del conflicto, como una confrontación
directa entre la OTAN y Rusia, con potenciales derivas nucleares. Asimismo,
la inminente adhesión de Suecia y de Finlandia, hasta ahora neutrales, no
hará más que agravar una situación ya extremadamente tensa.



En síntesis, aludiendo al campismo, estos “antiimperialistas” denuncian
alegremente la paja metida en el ojo de algunos de sus adversarios sin
advertir la viga que obstruye el suyo. Nos intiman, ni más ni menos, a
elegir entre un imperialismo que se dice “democrático” y “liberal” y un
imperialismo autocrático y absolutista. Y dado que concretamente, en el
campo de batalla ucraniano, sólo el primero puede garantizar la derrota del
segundo, y por tanto la libertad de Ucrania, la opción sería automática. En
sus análisis, además, omiten la dimensión interimperialista del conflicto en
curso, no viendo más que el conflicto de un joven Estado-nación enfrentando
los objetivos y acciones imperialistas de su vecino. Sin decir que cierran
púdicamente los ojos sobre las tribulaciones internas del mencionado joven
Estado-nación, cuyas virtudes democráticas no han sido demostradas, a
diferencia de sus aptitudes para la corrupción, que no tiene en verdad nada
que envidiar a su gran vecino agresor.



Sobre la cuestión nacional en el marco de conflictos interimperialistas



Desde la Gran Guerra, la izquierda radical se distinguió por un enfoque
mucho más complejo de lo que se juega en las guerras inter-imperialistas.
Guardando las proporciones, en la actual configuración del conflicto, hay
elementos de similitud con el contexto histórico que precipitó el
desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.



Todas las guerras imperialistas reorganizan invariablemente el espacio
(tierras, mares y aires) y rediseñan, también inevitablemente, las fronteras
según zonas de influencia de las potencias en guerra.



En el espacio europeo, durante la Primera y  la Segunda Guerra Mundial, los
territorios que cargaron con el pesado costo de esta reorganización de
espacios y fueron los del Centro-Este y el Sud-Este de Europa, Rusia
incluida. Lo mismo se juega hoy con la guerra en Ucrania.



Todas las guerras inter-imperialistas impulsan invariablemente al primer
plano de la escena histórica los “intereses nacionales”, subordinado sin
embargo su suerte a los objetivos que se asignan las principales potencias
imperialistas en conflicto, que usan y abusan de la pretensión de erigirse
en potencias protectoras. Así fue en junio-julio de 1914 con Serbia,
“sostenida” por el Imperio zarista, Francia e Inglaterra frente al Imperio
Austro-Húngaro y su aliado alemán; de los países bálticos, Polonia y Ucrania
(¡ya entonces!) apoyados financiera y militarmente por Francia, el Reino
Unido y los Estados Unidos frente a la joven República soviética; de Polonia
en septiembre 1939, defendida (muy mal) ante la Alemania nazi y la URSS
stalinista; de Corea del Sur defendida entre 1950 y por una coalición de
Estados Occidentales y aliados  conducida por los Estados Unidos frente a la
Corea del Norte sostenida por sus “hermanas” del campo “socialista”, y así
fue en Vietnam cuya reunificación nacional opuso los mismos dos campos.



Así,  instrumentalizando la “cuestión nacional”, las potencias imperialistas
alcanzan con una piedra dos objetivos. En el plano interno, hacen valer la
primacía de los “intereses nacionales” por encima de los “intereses de
clase” (la sacrosanta Unidad Nacional) en tanto que, a nivel internacional,
toman como rehenes las aspiraciones nacionales a la autodeterminación de los
pueblos, para dotarse de nuevos protectorados, nuevas zonas de influencia,
nuevos “espacios vitales”, sobre las ruinas de esas aspiraciones. Esta misma
configuración se juega hoy también en la guerra de Ucrania. El principio de
la “autodeterminación de los pueblos” no es un artículo de fe ahistórico.
Debe analizarse siempre en función de contextos históricos.



Las consignas antiimperialista elementales, “hacer guerra a la guerra” y
“transformar las guerras interimperialistas en guerras civiles” (entiéndase:
en guerras de clase), siguen siendo por cierto pertinentes teóricamente y su
corrección se confirmó, en Rusia y en el corazón de Europa, durante la Gran
Guerra y hacia el fin e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial,
en Yugoeslavia, en Grecia, en las revueltas y revoluciones anticoloniales en
Asia y en África. Pero hoy, desgraciadamente, en el marco de la guerra en
Ucrania, estamos lejos, en todos los aspectos, de semejante contexto, como
para esperar ver eclosionar la posibilidad de semejante radicalización
emancipatoria. Algunos militantes de la izquierda radical que respaldan el
envío masivo de armas pesadas y ofensivas a Ucrania para infringir una
derrota al invasor ruso, pretenden que con esas armas se tendría de hecho
“un pueblo en armas” que, galvanizado por la guerra de liberación,
desencadenaría una dinámica social de radicalización política contra sus
propios “oligarcas” (¡tal es la denominación local de la alta  burguesía!) y
contra sus “protectores occidentales” del momento –los Estados Unidos, la
OTAN, la Unión Europea- exigiendo sobre todo la anulación de la deuda
ucraniana. ¡Están soñando! Otros, menos optimistas, sostienen que eliminando
o al menos reduciendo al máximo la amenaza rusa, la derrota de Putin gracias
al armamento de los Occidentales tendría un doble efecto positivo: por un
lado, conduciría a una desescalada de la actual carrera armamentista y, por
el otro, haría posible una mayor resistencia de la Unión Europea a los
dictados de la OTAN. Pero también puede afirmarse  lo contrario: la derrota
de los Rusos daría aliento a los halcones del Pentágono para su estrategia
de restauración de la hegemonía del imperialismo americano –muy devaluado
luego del fiasco en Irak y Afganistán- cercando tanto a Rusia como a China
en el Indo-Pacífico (ver el tratado recientemente establecido entre
Australia-Reino Unido-Estados Unidos, AUKUS).



Ciertamente, la empatía hacia los sufrimientos del pueblo ucraniano que
lucha, que se autoorganiza y que resiste la brutal agresión rusa, es
absolutamente justificada y legítima, pero la subjetividad no debe
obstaculizar la distancia y sangre fría que exige cualquier análisis,
incluso en caliente. La hipertrofia del optimismo de la voluntad y  la
atrofia del pesimismo de la razón conducen frecuentemente, sino siempre, a
auroras decepcionantes, al fracaso de las ilusiones. En las actuales
condiciones e incluso en las que aparecerán en caso de prolongarse la
guerra, hay más chances de que se imponga la lógica de las fuerzas
ultranacionalistas ucranianas (frecuentemente subestimadas), que la lógica
de las fuerzas emancipadoras que da por descontada cierta izquierda radical
europea.



¿Qué hacer?



En vista de lo antedicho, sin dejarnos impresionar por las formales
intimaciones a alinearnos con las posiciones occidentales, proponemos a la
izquierda antiimperialista que actúa en el marco de los Estados Occidentales
a adoptar las siguientes proposiciones y hacer campaña por:



Exigir la retirada de todas las fuerzas rusas de todo del conjunto del
territorio ucraniano definido por sus fronteras internacionalmente
reconocidas.



Reafirmar el derecho de todos los pueblos (naciones, nacionalidades,
minorías nacionales, etc.) de la región a disponer de sí mismos (dándose la
forma política que escojan) al término de un proceso democráticamente
organizado e internacionalmente controlado, en un marco que no amenace a
ninguno de todos ellos.



Denunciar el envío de armas a  Ucrania como una grave amenaza al
mantenimiento de la paz mundial. Denunciar también como igualmente
peligrosos los programas de rearme que se han anunciados en Europa
Occidental (y sobre todo en Alemania) tras el desencadenamiento de la
guerra.



Apoyar a todos los individuos y movimientos que, en Rusia como en Ucrania,
luchen contra la guerra en curso y militen por el retorno de la paz. Esto
incluye sobre todo a los desertores rusos tanto como a los ucranianos.

Exigir el regreso a la mesa de negociaciones, a fin de promover la paz y no
la guerra. Presionar en favor de la conclusión de un nuevo tratado
paneuropeo, una nueva arquitectónica de la seguridad europea que incluya a
Rusia, en el marco de la Conferencia Sobre Seguridad y Cooperación en Europa
(o cualquier otro marco idóneo) bajo la égida de las Naciones Unidas.  



Nota



[1] Citado por David Teurtrie, « Ukraine, pourquoi la crise ? », Le Monde
diplomatique, febrero 2022, pag.  8. George Kenan (1904-2005) fue el que
concibió la política de « contención » (containment) del autodenominado
comunismo soviético en las administraciones Truman (1945-1953) y  Eisenhower
(1953-1961). No puede ser sospechado de rusofilia.

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