Argentina/ El fetichismo (bi)monetario, o las soluciones mágicas para el capitalismo dependiente argentino. [Pablo Anino]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Jul 17 14:37:58 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

17 de julio 2022

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Argentina



El fetichismo (bi)monetario, o las soluciones mágicas para el capitalismo
dependiente argentino



Pablo Anino

Ideas de Izquierda, 17-7-2022

https://www.laizquierdadiario.com/



En Argentina la inflación se elevó en los últimos años hasta ubicarse en
zona peligrosa en los meses recientes: hoy las proyecciones ubican la
inflación en el 79 % anual hacia fin de año [1]. Pero no se descarta que la
espiralización entre la suba del dólar y el aumento de precios lleve al
Índice de Precios al Consumidor (IPC) a superar el 100 % anual. Frente a
este panorama, se instalaron distintas propuestas para ceder lugar al dólar
como forma de intentar domar la inflación.



Javier Milei fue quien hizo circular la idea de dolarizar la economía
argentina como una suerte de varita mágica para resolver la inflación y
varios otros problemas. Pero, por fuera de las descabelladas ideas de Milei,
la discusión sobre el bimonetarismo también estuvo presente en las últimas
intervenciones públicas de Cristina Fernández de Kirchner, quien se preguntó
y respondió: “¿Qué es la economía bimonetaria? Muy simple. La importancia
del dólar en forma total y absoluta en la formación de precios” [2].



Aunque CFK no esbozó su propuesta frente al problema bimonetario, las
interpretaciones sobre el pensamiento de la vicepresidenta señalan que
podría estar evaluando impulsar cambios en el régimen monetario. Esos
cambios podrían ir desde un plan de estabilización y un cambio en el signo
monetario, al estilo del Plan Austral del gobierno de Raúl Alfonsín o el
Plan Real de Fernando Enrique Cardoso, pasando por la oficialización de la
circulación del dólar junto al peso argentino, una suerte de emulación de la
experiencia venezolana de los últimos años, la cual le permitió a Nicolás
Maduro, a partir de la “oficialización” del dólar, reducir fuertemente la
inflación.



El periodista y politólogo José Natanson en un reciente artículo entiende
que las alusiones de la vicepresidenta al bimonetarismo podrían indicar que
piensa que una inflación por encima del 100 % requiere cambios drásticos a
través de la instauración de una doble moneda [3]. Según Natanson, un caso
que observan economistas peronistas “heterodoxos” es el Plan Real que aplicó
Fernando Henrique Cardoso en Brasil en 1994, en momentos de alta inflación e
inestabilidad. El plan comenzó con la creación de la Unidad Real de Valor
atada al dólar para que actuara de guía en los contratos y precios. El Plan
Real es una suerte de Convertibilidad blanda, donde el tipo de cambio no
está fijo ni el Banco Central tiene la obligación de respaldar con dólares
el circulante de moneda nacional. El plan brasileño, como la Convertibilidad
de Cavallo, tuvo como condición para la estabilidad un fuerte ajuste fiscal,
las privatizaciones y una rápida apertura externa.



El economista y periodista Alejandro Bercovich relató que en los pasillos
del poder también se habla de una formalización de la economía bimonetaria:
“Un ‘peso fuerte’ que funcione como refugio de valor y que conviva con un
‘peso débil’ que haga de medio de pago transaccional. La dificultad para
aplicarlo es que no hay reservas en el Central y tampoco una híper que haya
licuado los pesos en poder del público. Esos ejecutivos proponen que el
respaldo del ‘peso fuerte’ sea otro: el gas de Vaca Muerta” [4].



La intervención de CFK le dio otra envergadura a la discusión sobre el
problema (bi)monetario. Además, permite hacer hipótesis sobre lo que un
sector de la coalición pueda estar evaluando si fracasan los juramentos
ortodoxos que lanzó Silvina Batakis para aplacar a los “mercados”, y se
profundizan presiones contra el peso. En perspectiva, la discusión del (bi)
monetarismo se ubica en el plano de la elaboración "programática" que
realizan las distintas variantes políticas que defienden el régimen
capitalista hacia el nuevo gobierno que surja de las elecciones del 2023.



La cuestión (bi)monetaria en la economía argentina



El bimonetarismo como programa o propuesta surge en primer lugar de la
constatación –certera– de que la moneda nacional, el peso, solo cumple
funciones limitadas. No termina de ser cabalmente dinero en todos los
sentidos: si el dinero es, según la definición tradicional de los manuales,
medio de cambio (utilizado para comprar y vender), unidad de cuenta (es
decir, base para fijar los precios de bienes y servicios) y reserva de valor
(es decir, que permite conservar la riqueza más allá de los procesos de
intercambio, ahorrar), el peso argentino cumple plenamente solo la primera
de estas funciones, y parcialmente la segunda (los bienes más valiosos, como
los inmuebles, no se valúan en pesos). Pero a la hora de ahorrar, es decir,
de conservar el valor, los pesos queman. Desde los grandes capitalistas
hasta los sectores medios que mantienen alguna capacidad de ahorro, todos
corren al billete verde, por las ventanillas legales y paralelas. Solo a
cambio de altas tasas o garantías de conservación del valor de compra
(modalidad UVA) aceptan conservar algunos activos en moneda nacional. Por
eso el Banco Central y el Tesoro se ven obligados a convalidar tasas de
interés que crean una bola de nieve de papeles en pesos en manos de bancos y
especuladores, que se terminan convirtiendo en coto de caza para la
especulación.



La centralidad que tiene el problema del tipo de cambio entre el peso y el
dólar en las decisiones que toman millones de actores en todo el entramado
económico nacional es uno de los rasgos característicos que ilustra la
condición subordinada y dependiente del capitalismo argentino. En Argentina
se da de una manera exacerbada, que no se observa en otras formaciones
capitalistas de desarrollo intermedio comparable al del país. No en todos
lados ocurre que un salto en el precio del billete verde en las pizarras de
las casas de cambio (o de las cuevas y cotizaciones financieras en tiempos
de mercados cambiarios paralelos como el actual) paralice la producción y el
comercio y dispare remarcaciones preventivas de precios o reticencia a
liquidar stock.



En el origen de la historia de este bimonetarismo podemos situar el
conflicto estructural que existe en la economía capitalista argentina por el
tipo de cambio, que tiene que ver con la disparidad de condiciones de
productividad –y por lo tanto de competitividad–. La economía argentina,
tomada en su conjunto, tiene un tercio de la productividad que tiene EE. UU.
(a mediados del siglo XX la relación era 2 a 1 en favor de EE. UU., lo que
muestra un claro deterioro de este guarismo en el país que se operó sobre
todo en los últimos 45 años). Pero este rezago de productividad no es
homogéneo en todos los sectores. Hay núcleos de la economía, como la
producción de cereales y oleaginosas y buena parte de la cadena
agroalimentaria, que muestra niveles de productividad comparables a los
estándares mundiales. Son sectores que se apoyan en la ventajosas
condiciones de suelo y clima que caracterizan a la zona núcleo, y que
también aprovecharon en las últimas décadas los desarrollos mundiales de la
biotecnología y conformaron un fuerte entramado entre proveedores de insumos
fundamentales como la semilla, los productores agrarios y el procesamiento y
exportación que permitió un salto de los rindes que compiten con los de EE.
UU. [5]. En el resto de la economía la situación es ampliamente heterogénea,
pero es donde encontramos los sectores que explican esa brecha entre la
productividad argentina y la de EE. UU.



El correlato de la menor productividad es que las empresas radicadas en el
espacio económico nacional –“nacionales” y extranjeras– producen a un costo
comparativamente más alto que sus homólogas de otras latitudes. Por eso la
reproducción del capital en vastos sectores de la economía necesita, para
compensar esa menor productividad, una depreciación del tipo de cambio, es
decir, a que la moneda nacional pierda poder de compra con relación al
dólar. Esto permite que los sectores que producen con costos mayores que los
imperantes a nivel internacional en su rama puedan funcionar sin ver
erosionada su capacidad de valorización. ¿Cómo es esto? Básicamente, la
moneda local depreciada respecto de la internacional (el dólar) permite que
los costos, mayores al promedio internacional, se vean reducidos en su
expresión de valor mundial (es decir, en dólares), respecto de los niveles
que tendrían si la moneda no estuviera depreciada [6]. El correlato de esta
depreciación cambiaria es una pérdida de poder adquisitivo de los salarios,
acompañada de una reducción de la participación de la fuerza de trabajo en
el valor generado.



Podría parecer que el tipo de cambio alto (peso depreciado en términos
reales) es una forma sostenible de compensar las desventajas de
productividad. Pero no es tan sencillo. En primer lugar, porque la
depreciación tiene un impacto contradictorio sobre la rentabilidad esperada
de nuevas inversiones. Hace más competitiva la producción nacional, pero
encarece los medios de producción importados (máquinas, tecnología, etc.)
medidos en moneda nacional. Al momento de invertir se debe utilizar una
porción mayor de plusvalía; reaparece así la desventaja competitiva. Esto
desestimula la inversión cuando el tipo de cambio está alto, contribuyendo
así a que los rezagos de productividad se perpetúen.



Pero el principal efecto que erosiona el tipo de cambio real alto es el que
tiene una devaluación en el nivel de precios. Con la devaluación, los
capitalistas que producen bienes “transables” –es decir, sometidos a la
competencia externa porque se exportan, o se producen para vender en el país
pero compiten con mercancías equivalentes que se pueden importar de otras
latitudes– trasladan a los precios locales los efectos cambiarios. Ante
esto, los demás sectores de empresarios (los productores de “no transables”)
también buscarán ajustar sus márgenes elevando precios. Se crean efectos de
retroalimentación. Esta es en buena medida la base del proceso inflacionario
en el país, alimentada también por cuellos de botella sectoriales, por los
estrangulamientos del fisco y otros factores.



En la tradición económica local, varios autores, como Oscar Braun, Marcelo
Diamand, Alberto Porto, y Norberto Crovetto, abordaron la cuestión cambiaria
desde un enfoque de “restricción externa”, que pone el acento en las
consecuencias negativas que tiene para el crecimiento de la economía el
faltante de divisas. Las definiciones de CFK tienen afinidad con este tipo
de enfoque. Estos autores se centraron en el problema que tienen las
disparidades que caracterizan la estructura productiva en el balance de
divisas (superavitario en sectores como el agro y deficitario en la
industria), aunque no abordaron la problemática desde el punto de vista de
la diferente capacidad de generación de valor que caracteriza al capitalismo
argentino respecto de los promedios internacionales. Las limitaciones de su
esquema teórico se pudieron observar durante la primera década de este
siglo, cuando el boom de los precios de los commodities hizo engordar el
superávit comercial argentino. Así y todo, el crecimiento siguió encontrando
“restricciones”, no por faltante de divisas sino por el débil proceso de
inversión productiva de las empresas que operan en territorio nacional [7].



Pero si bien este conflicto subyacente determinado por la estructura
productiva, que atenta contra cualquier estabilidad del tipo de cambio, está
en la base de las tensiones que derivan en el bimonetarismo, esta historia
no podría explicarse sin la trayectoria de crisis de la balanza de pagos, es
decir, de las cuentas que conectan la economía nacional con el mundo a
través del comercio y los flujos de rentas y movimientos de capitales. Todo
el desenvolvimiento de la economía nacional, desde los préstamos de la
Baring Brothers a Bernardino Rivadavia en 1824 en adelante, se encuentra
atravesada por disrupciones generadas por estrangulamientos producidos por
los faltantes de divisas. Durante la segunda mitad del siglo XX, al calor
del creciente desarrollo de una industrialización muy dependiente de insumos
importados, este tipo de crisis adquirió la dinámica definida como pare
siga. Pero a partir de la década de 1970, sobre estos desequilibrios
fundamentales de la estructura productiva que se mantienen, se sobreimprimió
el estrangulamiento externo producido por desequilibrios financieros. Esto
tiene que ver con importantes transformaciones que tuvieron lugar en la
arquitectura financiera de ese momento. A partir de las crecientes
desregulaciones a los movimientos de capitales que empezaron en ese momento
a revertir las restricciones que regían mundialmente desde la crisis de
1929, aumentaron las herramientas disponibles para canalizar activos fuera
del sistema financiero local con relativa facilidad.



A esto se sumó la posibilidad de un salto en el endeudamiento externo
–público y privado– alimentado por los bancos de inversión internacionales
con bases en las grandes plazas financieras como Nueva York o Londres, que
estimulaban esta espiral en todo el mundo para canalizar los llamados
“petrodólares”. El endeudamiento hizo posible acceder a moneda extranjera y,
gracias a las desregulaciones que Martínez de Hoz pudo imponer de la mano de
la dictadura, abrió el camino para la salida de capitales del país en gran
escala aprovechando los dólares que ingresaban de la deuda. Si la primera
gran crisis híperinflacionaria, el Rodrigazo, fue un salto cualitativo
respecto de las depreciaciones recurrentes que había atravesado el poder de
compra de la moneda nacional en las décadas precedentes y había terminado de
empujar a las clases dominantes a concluir que no hay ahorro confiable en
moneda nacional, la apertura financiera y el endeudamiento hicieron posible
la formación de activos externos (la “fuga” en criollo) en una escala nunca
vista.



Esta síntesis de elementos estructurales y los disruptivos efectos de la
reconfiguración de las finanzas internacionales está en las bases del
bimonetarismo argentino. Bimonetarismo que produce la paradoja de una
economía nacional recurrentemente estrangulada por la escasez de dólares
para hacer frente a las necesidades de la producción, los giros de
utilidades de las multinacionales, y los pagos de deuda, que al mismo tiempo
registra como “ahorro” de una pequeñísima proporción de sus residentes (los
más ricos, los grandes empresarios) un valor de activos externos equivalente
a un PBI.



Haciendo de la necesidad virtud



Las propuestas en discusión por estos días parten de esta constatación del
bimonetarismo realmente existente, y lo convierten en propuestas. Los
ensayos con la moneda dual cuentan con cierta historia en América Latina.
Son una variante que se queda a mitad de camino de la dolarización lisa y
llana, imponiendo algunas de las restricciones que esta implica. La
debilidad de la moneda en las economías latinoamericanas y los procesos
inflacionarios que conllevan condujeron a la instauración de regímenes
monetarios que, en diferentes grados, cedieron de manera oficial o por la
vía de los hechos algunas de las funciones del dinero al dólar
estadounidense.



Ocurrió con la Convertibilidad de Domingo Cavallo establecida en 1991, que
cedió de manera oficial parcialmente la función de reserva de valor y de
unidad de cuenta al establecer la equivalencia entre un dólar y un peso. La
ficción no duró mucho: estalló en el 2001. Pero hay otras experiencias.



El régimen venezolano pasó de promover el Sucre como moneda para las
transacciones de comercio entre los países del ALBA a abrazarse al dólar. En
noviembre de 2019, durante una entrevista, Nicolás Maduro afirmó que “Ese
proceso que llaman de dolarización puede servir para la recuperación y
despliegue de las fuerzas productivas del país y el funcionamiento de la
economía. Es una válvula de escape, gracias a Dios existe” [8]. Por ese
entonces existía un proceso inflacionario agudo. Y si bien el bolívar era la
única moneda de curso legal y existía un control de cambios flexibilizado,
no obstante, en los hechos tenía lugar una acelerada expansión de la
utilización de la moneda estadounidense a cada vez más rubros. Según
Asdrúval Riveros, economista y director de la asesora financiera
Ecoanalítica, se estima que en la actualidad dos tercios de las operaciones
comerciales y el 86 % de los depósitos bancarios están expresados en dólares
[9].



Desde aquella declaración de Maduro hasta la actualidad la inflación, aunque
sigue alta, bajó notablemente desde el 108.000 % en 2018 al 871 % en 2021
[10]. De este modo, en 2021 la inflación se ubicó por doce meses
consecutivos debajo del 50 % mensual, el umbral utilizado para hablar de
hiperinflación. La utilización del dólar como medio de cambio, unidad de
cuenta y reserva de valor en ámbitos cada vez más amplios de la economía, no
fue el único factor del “milagro” venezolano. El gobierno de Maduro, además,
desmontó controles de precios, prácticamente liberó la cotización del dólar,
lo cual implicó una devaluación gigante, destruyó salarios y derechos
laborales, instauró medidas de ajuste fiscal y avanzó en privatizaciones, en
particular en el sector petrolero [11]. No solo eso. La economía sufrió un
derrumbe enorme desde la caída de los precios del petróleo desde 2014. Los
siguientes guarismos de variación del Producto Interno Bruto (PIB) grafican
la catástrofe: -3,9 % en 2014; -6,2 % en 2015; -17,0 % en 2016; -15,7 % en
2017; -19,6 en 2018; -28,0 % en 2019; -30,0 % en 2020; -3,0 % en 2021 [12].



De este modo, se establecieron dos circuitos económicos y vinculados a ellos
dos realidades sociales opuestas. En uno de los circuitos, algunos
privilegiados acceden al dólar: se trata de las clases medias acomodadas,
los sectores empresarios, grupos económicos, grandes comerciantes y
especuladores en general, a lo habría que agregar la alta burocracia estatal
y la jerarquía militar. En el otro circuito, las grandes mayorías
trabajadoras y populares, como así también la clase media baja, se rigen por
el bolívar, la moneda débil, y existe un acceso muy limitado al dólar, en un
contexto de pauperización general. Incluso en el circuito privilegiado
existen grandes empresarios que realizan sus ganancias en dólares, pero
pagan salarios en bolívares. Es así, que la desigualdades se ampliaron y la
pobreza alcanza al 95 % de los venezolanos y la pobreza extrema al 77 % de
ellos [13].



Dolarización lisa y llana



Venezuela estableció una creciente dolarización de su economía por la vía de
los hechos, pero en el caso de Ecuador en el año 2000 se instituyó el dólar
como moneda de curso legal. En ese año la inflación alcanzó al 97 % anual
[14]. En el 2001 bajó al 15 % y en el 2002 al 2 %. Desde entonces, se
mantiene en niveles muy bajos: en 2021 fue de 0,3 %. La dolarización del
2000 fue precedida por una de las crisis más grandes de la historia
ecuatoriana y una devaluación importante. La búsqueda es la estabilización
económica y de los precios no obró por la vía de un simple cambio en el
régimen monetario, sino por el curso de una reestructuración más amplia de
la economía. Por un lado, el sistema bancario privado se constituyó en el
principal creador de dinero relegando el rol regulador del Banco Central:
los ahorros fueron depositados en el exterior.



No solo eso. En Ecuador también se aplicó una fuerte política de austeridad
y se redujo el peso del sector público en la economía. Fueron atacados los
derechos de los trabajadores: por ejemplo, se habilitó la contratación por
horas de hasta el 75 % de los trabajadores de una empresa. Es decir, una
amplia precarización laboral. Si bien Ecuador logró mejorar algunos
indicadores sociales y controlar la inflación, estos resultados no fueron
muy distintos a los que lograron la mayoría de las economías de América
Latina durante el auge del precio de las materias primas [15]. Los eventos
recientes de la crisis social ecuatoriana y los planes de ajuste con el FMI
exhiben que la dolarización no es una solución instantánea a problemas
estructurales profundos.



“Si dolarizamos, el salario de los trabajadores va a subir como pedo de
buzo”, afirmó Milei en una entrevista con Viviana Canosa. La verdad es la
contraria: la dolarización requiere una devaluación tan grande que hundiría
el salario hasta el fondo del océano. Pero el economista despeinado mostró
la hilacha. En una entrevista con José del Río en LN+ afirmó que “la
dolarización no es libre (con tanto que ama la “libertad”, se debe haber
atragantado con esta afirmación), sino que está enmarcada en una serie de
reformas estructurales de primera generación (una reforma del Estado,
flexibilización del mercado laboral y apertura de la economía), y una
reforma monetaria financiera”. Traducido al “argentino”, este combo de
contrarreformas estructurales implica el despido de miles de trabajadoras y
trabajadores estatales, reducción de jubilaciones, programas sociales, la
liquidación de derechos laborales en el ámbito público y privado y un mayor
avance del dominio del capital extranjero sobre la economía local.



Según Gonzalo Paredes: “La crisis argentina de 2001 (tanto su desarrollo
como su salida) es una experiencia análoga a la de un Ecuador que carece de
soberanía monetaria. La convertibilidad (currency board) y la dolarización
pertenecen a las integraciones monetarias pasivas caracterizadas por
abandonar la toma de decisiones sobre la política monetaria, crediticia y
cambiaria al integrarse a una moneda de un país o una zona monetaria. En
esas integraciones, los factores que determinan la cantidad de dinero son
endógenos y la restricción monetaria se vuelve mucho más difícil de manejar”
[16]. La pérdida de soberanía monetaria, señala este autor, deja a los
países expuestos a los flujos de capitales extranjeros, como en el caso de
la Convertibilidad argentina, o a los vaivenes del comercio exterior, como
en el caso de Ecuador. O a una combinación de ambos factores, podríamos
agregar.



Noemí Brenta es doctora en Economía de la UBA. En su libro Argentina
atrapada [17] señala que las primeras propuestas de dolarización surgieron
en el contexto del fin de la Guerra Fría, con el avance del neoliberalismo y
el triunfalismo norteamericano. Los organismos financieros internacionales,
como el FMI, llevaron esta novedosa propuesta a los países de Europa del
Este que se encontraban en pleno proceso de restauración capitalista.
Finalmente, ninguno se dolarizó, pero algunos implementaron un régimen de
convertibilidad imitando el “éxito” argentino. No obstante, el Plan de
Convertibilidad de Domingo Cavallo, implementado desde 1991, devino como una
dolarización incompleta, una aplicación parcial, de un plan dolarizador más
amplio que estaba esbozado desde antes.



En un país con rasgos semicoloniales como la Argentina, la soberanía
monetaria está limitada por la extranjerización de su aparato productivo y
por su dependencia con los centros financieros imperialistas. Mucho más en
estos días en que el FMI tomó el comando de la economía. La dolarización,
plena o parcial, haría trizas directamente cualquier mínima posibilidad de
política monetaria autónoma, la cual quedaría en manos de la Reserva Federal
de los Estados Unidos. Algunos ensayos bimonetaristas mantienen cierto
margen de acción para operar sobre la moneda más “débil” del sistema dual,
pero no sobre la moneda “fuerte”. Lo que tienen en común, más allá de los
relatos con los que se las busca vender como salidas virtuosas e indoloras,
es que no hay alquimia monetaria que evite los ajustes estabilizadores con
su duro reparto de costos, en general siempre acompañados con un combo de
reformas estructurales regresivas en términos sociales.



Un fetichismo del dinero recargado



El bimonetarismo surge de las deformaciones del capitalismo dependiente
argentino. Las “salidas” que buscan convalidarlo como vía para estabilizar
la economía exhiben un fetichismo monetario recargado.



Con el peso actual como moneda única, con el peso y dólar compartiendo
protagonismo, o con cualquier otra variante, la Argentina se encamina a
profundizar el ajuste que ya viene atravesando. No hay cambio de moneda que
evite ese duro reparto de costos. La clase capitalista quiere descargarlos
sobre la clase trabajadora, para reiniciar otra vez el circulo vicioso del
capitalismo argentino que les produce amplias riquezas a unos pocos, que
seguirán convirtiendo en moneda “fuerte” cualquiera sea el régimen
monetario, al precio de hundir cada vez más en la miseria, degradación y
precariedad a las amplias mayorías de la clase trabajadora y el pueblo
oprimido.



El problema no es (solo) la moneda, sino que el desorden monetario es
expresión concentrada de las contradicciones características del capitalismo
dependiente argentino. El bimonetarismo surge de las condiciones específicas
que adquiere la lógica de la producción en pos de la ganancia en las
condiciones de desarrollo dispar, atraso relativo y expoliación imperialista
que se dan en el país. La única manera de atacar la cuestión es cuestionar
de raíz que la producción social esté regida por estos imperativos de la
valorización. El capitalismo argentino, sometido al imperialismo a través de
mil lazos por la clase dominante, no puede cortar con el atraso y la
dependencia que tienen en este caos monetario una de sus tantas expresiones.
La “escasez de dólares” opera en una economía que genera una importante suma
de dólares en el comercio exterior: el país acumuló entre 2000 y 2021 un
ingreso neto de U$S 184.000 millones. En el Gobierno de Mauricio Macri se
produjo un endeudamiento rápido y furioso. Pero tanto los dólares del
comercio exterior como los que ingresan por el endeudamiento se van por
otras “ventanillas”: una gran parte se va al exterior por el repago de la
misma deuda pública; otra gran porción se fuga legalmente a guaridas
fiscales; pero también se fugan miles de millones de dólares ilegalmente a
través de las maniobras de sobrefacturación de importaciones o
subfacturación de importaciones, o a través del pago ficticio de deuda
privadas de las grandes empresas a sus casas centrales en las potencias
imperialistas.



Es necesaria una salida de otra clase, que la clase obrera acaudillando al
conjunto del pueblo oprimido imponga otras condiciones para cambiar la
sociedad desde la base mediante la socialización de los medios de producción
y la planificación del desarrollo. La única solución progresiva al problema
del (bi)monetarismo es con un programa socialista de la clase trabajadora,
el único que puede enfrentar el atraso y la dependencia.



Este camino alternativo a la continua degradación que imponen los
capitalistas empieza por pelear por una serie de medidas fundamentales que
permitan establecer otro reparto de costos: terminar con la sangría de la
deuda odiosa y repudiar el chantaje de los organismos internacionales,
rechazando los compromisos adquiridos por el macrismo y convalidados por el
Frente de Todos: recordemos que fue el propio FMI el que, contrariando su
estatuto, financió la fuga de capitales en los últimos meses del macrismo en
el poder. Está demostrado en diversas investigaciones en el Congreso (la
fuga de 2001; el caso HSBC; la fuga durante el macrismo) que es el sistema
bancario el que organiza la fuga de capitales al exterior. Esa sangría
debilita las reservas del Banco Central para defender el valor del peso
argentino. Por eso, también es necesario imponer la nacionalización de los
bancos para conformar un banco estatal único gestionado por la clase
trabajadora: constituiría una gran herramienta para contener la espiral de
precios con su destrucción de poder adquisitivo, como así también para
preservar los depósitos de los pequeños ahorristas, que siempre fueron el
pato de la boda en cada cambio de régimen monetario. En el mismo sentido, es
necesaria la nacionalización del comercio exterior para terminar con el
“monopolio privado” de grandes exportadores e importadores que administran
el comercio de acuerdo a su conveniencia, realizando todo tipo de maniobras
para no pagar impuestos y sacar dólares del país, como quedó demostrado en
el caso Vicentin y en una reciente denuncia de Aduana de una empresa
multinacional de litio que declaraba exportaciones a un tercio del valor
real. No son casos aislados, es una práctica generalizada. Otro tanto ocurre
con la gran burguesía agraria, especialista en retener la venta de granos
para provocar devaluaciones que aumenten sus ingresos: la defensa de la
moneda requiere la liquidación de la gran propiedad terrateniente.



Este conjunto de medidas son clave para cambiar los términos en los que esta
“cuestión monetaria” –como un aleph borgeano en el que se concentra todo un
universo de contradicciones de la economía nacional– se plantea
habitualmente, y terminar con la naturalización de las salidas
(devaluacionistas, dolarizadoras o semidolarizadoras) que apuntan a
beneficiar a los ganadores de siempre. Son el puntapié inicial para cambiar
de raíz las bases de la sociedad, terminar con la subordinación de toda la
producción social a las estrechas miras de la ganancia y que sea la clase
trabajadora, en alianza con el pueblo pobre, la que determine qué y cómo se
produce.



Notas



[1] Banco Central de la República Argentina (junio 2022), “Relevamiento de
Expectativas de Mercado”. Consultado el 15/7/2022 en:
http://www.bcra.gob.ar/Pdfs/PublicacionesEstadisticas/REM220630%20Resultados
%20web.pdf.

[2] Cristina Fernández de Kirchner, conferencia “‘Estado, Poder y Sociedad:
la insatisfacción democrática’ en la entrega del Doctorado Honoris Causa de
la UNCAUS”. Consultado el 15/7/2022 en:
https://www.cfkargentina.com/conferencia-estado-poder-y-sociedad-la-insatisf
accion-democratica-en-la-entrega-del-doctorado-honoris-causa-de-la-uncaus/.

[3] José Natanson, “¿Qué quiere Cristina?”, Revista Anfibia. Consultado el
15/7/2022 en: https://www.revistaanfibia.com/que-quiere-cristina/.

[4] Alejandro Bercovich (8/7/2022), “Desdoblamiento y convertibilidad
vuelven al debate en la cima del poder”. Consultado el 15/7/2022 en:
https://www.baenegocios.com/columnistas/Desdoblamiento-y-convertibilidad-vue
lven-al-debate-en-la-cima-del-poder—20220707-0162.html.

[5] Para un análisis de las transformaciones recientes del agropower ver
Pablo Anino y Esteban Mercatante, “Renta agraria y desarrollo capitalista en
Argentina”, Lucha de Clases N.º 9, junio de 2009. Ver también el Capítulo 7
de Esteban Mercatante, La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan
doce años de kirchnerismo, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2015.

[6] Por ejemplo, si una empresa productora de gaseosas tiene un costo de 120
dólares por botella, cuando el internacional es 100, y pasamos de la paridad
1 peso = 1 dólar, a 1,20 pesos = 1 dólar, su costo, medido en dólares,
pasará de ser de un 20 % superior al internacional a ser el mismo,
suponiendo que todo lo demás permanezca inalterado.

[7] Ver Esteban Mercatante, La economía argentina…, ob. cit., pp. 159-171.

[8] EFE: “Maduro dice que la dolarización de facto es ‘válvula de escape’
para la economía”. Consultado el 15/7/2022 en:
https://www.efe.com/efe/america/economia/maduro-dice-que-la-dolarizacion-de-
facto-es-valvula-escape-para-economia/20000011-4112961.

[9] Marcos Lema, “El dólar ’salva’ a Maduro: Venezuela deja atrás la
hiperinflación y el régimen se apuntala”, El Confidencial. Consultado el
15/7/2022:
https://www.elconfidencial.com/mercados/2022-01-29/dolar-salva-maduro-venezu
ela-hiperinflacion-apuntala_3359713/#:~:text=El%20milagro%20del%20d%C3%B3lar
&text=El%20Banco%20Central%20de%20Venezuela,se%20abonan%20en%20esta%20moneda
.

[10] Datos obtenidos de la Base de Datos y Publicaciones Estadísticas de la
CEPAL:
https://statistics.cepal.org/portal/cepalstat/dashboard.html?indicator_id=36
5&area_id=864&lang=es.

[11] La Izquierda Diario Venezuela, “Los nuevos anuncios de privatización de
Maduro en sectores claves de la industria y la economía”. Consultado el
15/7/2022:
https://www.laizquierdadiario.com.ve/Los-nuevos-anuncios-de-privatizacion-de
-Maduro-en-sectores-claves-de-la-industria-y-la-economia

[12] Datos de la CEPAL.

[13] Milton D´León, “¿Venezuela se recupera?: el pueblo trabajador no sale
de la pobreza mientras un puñado de ricos se lo lleva todo”. Consultado el
15/07/2022 en:
https://www.laizquierdadiario.com.ve/Venezuela-se-recupera-el-pueblo-trabaja
dor-no-sale-de-la-pobreza-mientras-un-punado-de-ricos-se-lo-lleva-todo.

[14] Datos de la CEPAL:
https://statistics.cepal.org/portal/cepalstat/dashboard.html?theme=2&lang=es
.

[15] Gonzalo Paredes (abril de 2017), “¿Por qué salir de la dolarización?”,
Revista de la CEPAL N° 121. Consultado el 16/7/2022:
https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/41152/1/REV121_Paredes.
pdf.

[16] Ibídem, p. 153.

[17] Brenta, N., Argentina atrapada. Historia de las Relaciones con el FMI.
1956-2006, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2008.

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