Rusia/ La izquierda y la resistencia en la retaguardia de Putin. [Movimiento Socialista Ruso - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Jul 21 14:42:46 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

21 de julio 2022

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Rusia



Entrevista con el Movimiento Socialista Ruso



La izquierda y la resistencia en la retaguardia de Putin



Joâo Woyzeck *

Viento Sur, 21-7-2022

https://vientosur.info/

Traducción de Viento Sur



La brutal guerra de agresión contra Ucrania también está transformando duraderamente la sociedad rusa. Medios occidentales informan sobre la ley rusa de medios de comunicación, que establece las narrativas oficiales sobre la guerra como el único discurso público existente. Pero ¿cómo interpretar la censura y la clausura de medios críticos con el gobierno, así como la detención y, en parte, la condena de activistas antiguerra? ¿Expresa un proceso de transformación radical de la sociedad rusa? ¿Qué perspectivas resultan de ello? Hemos hablado con miembros del Movimiento Socialista Ruso (RSD) y les hemos preguntado cómo califica la izquierda revolucionaria en Rusia la crisis actual y qué tareas se plantean como activistas.



El RSD propugna un socialismo revolucionario democrático y mantiene posiciones ecosocialistas. Su propósito es construir un movimiento de masas basado en la solidaridad de clase mediante la confluencia de activistas de izquierdas, sindicales, feministas y ecologistas con vistas a luchar por instaurar una alternativa atractiva frente al régimen de Putin, que asegure la libertad sobre la base de la propiedad pública y la autogestión política. Con este fin, el RSD colabora estrechamente con nuevos sindicatos, practica el activismo mediático e interviene en actos de protesta y proyectos culturales y educativos.



El punto de partida alterado para el activismo crítico con el gobierno



El 4 de marzo de 2022, la Duma y el presidente ruso Vladímir Putin promulgaron un cambio trascendental del Código Penal (art. 207.3) y de la Ley de Orden Público (art. 20.3.3.). De este modo pasaron a ser punibles la difusión pública de afirmaciones que el régimen considera falsas sobre la llamada operación militar especial (incluido el empleo de palabras como guerra, invasión, agresión), el supuesto descrédito público de las fuerzas armadas rusas (incluso mediante acciones de protesta públicas no coordinadas), así como la demanda de sanciones contra Rusia. La condena prevista va de una multa de hasta 700.000 rublos hasta los tres años de prisión. Si esos mismos actos se cometen aprovechando el propio cargo y por enemistad ideológica –no está muy claro qué entiende el régimen por este concepto–, la condena puede llegar a los diez años de prisión o a una multa de tres millones de rublos.



El servicio estatal de supervisión de medios y comunicaciones Roskomandzor amenaza a los medios que difundan informaciones contrarias a la doctrina oficial con la clausura o con medidas legales. Aquellos medios que no se dejan intimidar se cierran sin más miramientos. El 27 de febrero se produjo una verdadera oleada de clausuras (Current Time, Krym.Realii, The New Times, la revista estudiantil en línea DOXA, Taiga.Info, etc.). El régimen tampoco se privó de cerrar grandes medios independientes como Radio Moskwi y la emisora de televisión Doshd. Se dijo que difundían llamamientos de grupos extremistas (!). Después de repetidas amenazas por parte del Estado también dejó de publicarse Novaya Gasieta. Mientras tanto, se han clausurado más de 1.500 páginas web o enlaces de internet.



La dominación totalitaria del discurso público tampoco se detiene ante el sistema educativo: las escuelas de secundaria recibieron manuales para impartir el 1 de marzo una clase sobre la operación militar especial, mientras que las universidades y escuelas superiores organizan regularmente presentaciones de orientación geopolítica de la juventud estudiantil.



Canales de Telegram críticos con el gobierno como OVD-Info –que tras el cierre de medios y de redes sociales críticas como Instagram constituyen las últimas fuentes de información rusas independientes– informan de registros de viviendas sin previo aviso (con fines de intimidación o para recoger información), detenciones y denuncias por participar en acciones de protesta, la pérdida del empleo o la expulsión de la universidad de las y los activistas antiguerra. Además, la lista de supuestos agentes extranjeros –personas de la vida pública molestas para el Estado como periodistas o historiadoras– se alarga continuamente. El 16 de mayo, OVD-Info ya registraba 15.443 detenciones relacionadas con acciones contra la guerra desde que comenzó esta.



El RSD reclama actualmente la puesta en libertad de la activista Aleksandra Skogilenka. En prisión preventiva, es objeto de continuos malos tratos. Puede ser condenada hasta a diez años de cárcel, todo ello por el mero hecho de haber colocado etiquetas de precios con lemas contra la guerra en varios escaparates. Para el régimen de Putin esto es motivo suficiente para acusarle de difundir noticias falsas sobre el ejército ruso, guiada por su odio político.



Las detenciones masivas y cargas violentas contra manifestantes antiguerra por parte de las brigadas antidisturbios y de la unidad especial OMON, dependiente del Ministerio del Interior, impiden de hecho las concentraciones masivas. A pesar de ello, en canales de Telegram disidentes circulan cientos de fotografías de acciones individuales, en las que activistas valientes exponen en plazas públicas una hoja de papel o un cartel con frases como “Putin dimisión”, antes de ser detenidas por las fuerzas de seguridad.



En este contexto merece mención especial la Resistencia Feminista contra la Guerra (FAR), que el 8 de marzo depositó ramos de flores de color amarillo y azul o verde (símbolo de la protesta contra la guerra) en sendos monumentos de guerras anteriores de varias ciudades rusas o que el 3 de abril colocó más de 250 cruces en memoria de las 5.000 personas civiles asesinadas en la ciudad ucraniana de Mariúpol. Por tanto, la FAR es un buen ejemplo de cómo se puede romper el aislamiento impuesto, compensando la ausencia de concentraciones masivas con la coordinación de acciones de protesta visuales.



Puesto que la gente en Rusia ya no puede congregarse, muchas personas idean diversas maneras creativas de presentar públicamente posiciones críticas con la guerra y el gobierno: hay quienes colocan en los supermercados etiquetas de precios que en vez de cifras muestran informaciones sobre la guerra. Por ejemplo, la FAR escribe lemas contra la guerra o informaciones sobre la misma en billetes de banco, que circulan de mano en mano. En todas partes se ven lazos verdes, colgados de ramas de árboles o rejas y vallas. La colocación u ostentación de lazos verdes se ha convertido en una verdadera flashmob, una tendencia que se ha extendido espontáneamente y aparece una y otra vez en cualquier parte de forma independiente.



Estas acciones de protesta descentralizadas, independientes y silenciosas no llenan el espacio físico, pero sí conquistan el espacio público para el discurso crítico con el gobierno. Queríamos saber cómo se ha visto alterada la vida de las y los activistas progresistas y críticos con el gobierno desde el 24 de febrero y qué perspectivas se abren a partir de un análisis de la situación dentro del régimen autocrático de Putin. La entrevista con el RSD es un intento de conocer la resistencia en la retaguardia rusa.



-¿Qué espera la gente crítica en Rusia con el régimen de Putin, una retirada de Ucrania o una derrota en la guerra? ¿Existe un ambiente de nuevo comienzo o un compás de espera de un futuro mejor?



No veo optimismo en lo que respecta a una posible retirada o una derrota. Al contrario, predomina más bien un estado de ánimo negativo, por mucho que una posible derrota o una retirada pudiera cuestionar la continuidad del régimen. Es cierto que los regímenes autoritarios suelen colapsar después de graves derrotas militares. Sin embargo, para aprovechar las posibilidades creadas por las derrotas militares es preciso que en el propio país existan algunas estructuras organizativas y recursos de oposición.



Además, los regímenes autoritarios tienden a volverse especialmente violentos cuando ven amenazada su existencia o se hallan al borde del colapso. Rusia experimenta desde hace algún tiempo una oleada creciente de medidas represivas. Si el régimen sufre una derrota en la guerra o si se ve obligado a retirarse, ello dará lugar muy probablemente a que el régimen perciba una mayor amenaza en el propio país e intensifique la represión.



Al mismo tiempo, desde hace años, el régimen trata sistemáticamente de suprimir la oposición organizada, que podría aprovechar esta crisis para avanzar. Es cierto que la coincidencia de la derrota militar, las sanciones, las tensiones en el seno de la élite y la presión de la oposición podría provocar cierta inestabilidad política, de manera que pareciera posible un cambio de régimen, pero incluso si sucede esto, lo más probable es que el régimen responda con una represión todavía más brutal. No debemos olvidar que cualquiera que sea el resultado de una retirada, la gente tiene claro que el régimen ya ha infligido un daño enorme tanto a Ucrania como al propio país. Este daño ya se ha producido y ni siquiera un cambio de régimen, aunque pareciera probable, podrá revertirlo.



-Algunos observadores críticos con el gobierno, entre ellos el RSD, temen que Rusia pueda convertirse en un Estado fascista. ¿Podéis describir las tendencias que consideráis fascistas?



En nuestra opinión, Rusia está entrando ahora en una fase de fascistización. Por motivos actuales hay que decir que los crímenes de guerra que han salido a la luz tras la retirada de las tropas rusas de Bucha deben contemplarse tal vez bajo una nueva luz más lóbrega. En la revista rusa RIA Novosti 1/, que pertenece a la empresa pública Rossiya Sevodniaguing, Timofei Sergueitsev, un estratega político y columnista ruso, ya ha dado un paso más en la elaboración del discurso sobre la guerra de agresión contra Ucrania. Sergueitsev no solo ofrece una narrativa alternativa para justificar el ataque como acto de liberación de Ucrania, sino que justifica los crímenes de guerra cometidos. Concretamente, manifiesta que la mayor parte de Ucrania y su población son nazis, por lo que ya no se trata de liberar a la población ucraniana de sus opresores nazis. Una verdadera desnazificación “será también, inevitablemente, una desucranización”. Así, la narrativa de la desnazificación ya no sirve solo para justificar una agresión militar, sino para deshumanizar a la población ucraniana.



Para contestar a la pregunta: cuando hablamos de una fascistización de Rusia, no debemos pensar tanto en el fascismo clásico de las décadas de 1920 y 1930 en Alemania e Italia. Resulta útil analizar los procesos actuales en curso en el régimen a la luz del concepto de posfascismo, tal como lo define Enzo Traverso. Según él, no se trata de un movimiento de masas desde abajo y desde fuera de la política institucional que intenta tomar y derribar el Estado. El posfascismo carece de una base de masas significativa y también del impulso disruptivo. Se trata de una fascistización desde arriba y desde el interior de la política institucionalizada.



En efecto, el régimen ruso no mantiene ningún lazo con un movimiento autoorganizado de la población. Incluso se puede observar cómo el régimen oprime a organizaciones extraparlamentarias de extrema derecha que apoyan la guerra de agresión contra Ucrania, porque teme que podrían escapar a su control.



-Decís que no se trata de un retorno del fascismo clásico. ¿Por qué no habláis simplemente de autoritarismo? O, dicho de otra manera, ¿cuáles son los rasgos específicos de la evolución posfascista en Rusia que la diferencian de otros regímenes autoritarios?



Sin duda encontramos rasgos como los que describe Enzo Traverso: defensa de valores tradicionales imaginarios, el retorno a un Estado nacional proteccionista contra el globalismo, una especie de darwinismo social impregnado de liberalismo económico. Al mismo tiempo, este mismo régimen también es ideológicamente muy ecléctico y no ofrece ninguna ideología estructurada. Las raíces intelectuales del régimen actual constituyen un aspecto importante y complicado que requieren una respuesta detallada.



Se trata de una fascistización desde arriba y desde el interior de la política institucionalizada

Es cierto, no obstante, que también puede ayudarnos la definición que dio Karl Polanyi del fascismo clásico para entender el posfascismo del régimen de Putin. Es, en cierto modo, un reflejo del capitalismo amenazado. Polanyi calificó el capitalismo de fascismo latente. Según él, encierra una contradicción interna en la medida en que la promesa igualitaria de derechos políticos equitativos se contradice con los privilegios de clase que comporta un sistema basado en el lucro personal. Sobre este telón de fondo, la fascistización del régimen ruso no se presenta como una ruptura repentina, sino como una agudización dramática de la existencia de un sistema político dominante en Rusia desde mediados de la década de 1990. Debido al aislamiento social interno e internacional del régimen, así como a causa del fracaso de la guerra relámpago de conquista que había proyectado, el régimen se halla a la defensiva, lo que a su vez refuerza su idiosincrasia reaccionaria. La propia guerra es a su vez fruto del hecho de que la transición de la Rusia postsoviética al mercado libre y la consiguiente atomización de la sociedad han provocado crisis internas y el régimen ha tenido que desviar este conflicto social hacia el exterior mediante agresiones militares.



Es importante señalar que el régimen tiene una fuerte connotación reaccionaria y contrarrevolucionaria. Está convirtiéndose en un sistema que se propone oprimir totalmente a la sociedad y vincula la destrucción de toda forma de autoorganización social en Rusia (sindicatos, movimientos de base, organizaciones de izquierda, etc.) con una agresión militar hacia el exterior.



En el ámbito cultural también se percibe que nos hallamos en una nueva fase o ante un cambio de intensidad. Hasta ahora podían existir espacios de alguna manera controlados y acotados dentro de la democracia tutelada de Putin. En la Duma había partidos del bloque presidencial que no necesariamente estaban de acuerdo en todo con Putin o con el partido Yedinnaya Rosiya (Rusia Unida). También había espacios sociales acotados para la sociedad civil donde esta podía articularse libremente. Lo que vemos ahora es la transición de una forma autoritaria de ejercicio del poder a una forma totalitaria: cualquier opinión distinta de la propaganda oficial es criminalizada.



-Habláis con Polanyi y Traverso de la respuesta reaccionaria desde arriba a un sistema que está fracasando. ¿En qué medida afecta esta fascistización a otros ámbitos de la sociedad rusa?



En la teoría política clásica, en particular en Hannah Arendt, existe una descripción interesante de los rasgos propios del totalitarismo que puede aplicarse a la Rusia actual. Arendt destaca que en el totalitarismo no solo hay una politización de la sociedad –convertir a todo el mundo en fieles nazis–, sino también, y sobre todo, una despolitización de la sociedad. Y si observamos la Rusia actual, llama la atención que cada vez más ciudadanos y ciudadanas rehúyen cualquier debate sobre la guerra, pretenden reprimir sus propias objeciones, mantenerse al margen de cualquier conversación seria, en profundidad o potencialmente controvertida con colegas del trabajo o con vecinas. La propaganda del régimen no quiere provocar que la gente se comprometa políticamente, sino meterle miedo ante cualquier discusión profunda.



-Propaganda rusa es precisamente la consigna mediática. ¿Cómo funciona esta propaganda rusa?



Para comprender la propaganda del Kremlin hay que saber que no se trata tan solo de una labor de persuasión directa. La persuasión directa es posiblemente el aspecto menos efectivo y el menos importante, ya que la recepción de contenidos requiere un compromiso cognitivo activo. En cambio, en las autocracias el impulso de comprometerse activamente es infinitamente más débil, puesto que la experiencia básica que se da en las autocracias es que el compromiso político no influye para nada en la vida y no trae ningún cambio. La propaganda produce desventajas políticas, aunque también vive de las desventajas políticas.



Así que la propaganda no solo trata de convencer, sino también de generar cinismo político. Puesto que la participación política de todos modos no sirve de nada y se percibe la política como una labor de manipulación, la gente se despolitiza. Esta pasividad de la población rusa se corresponde con el modo de actuar del gobierno. El Estado se dedica más a desmovilizar que a movilizar. En parte tampoco ve con buenos ojos los movimientos de base autoorganizados que apoyan la narrativa oficial, pues son difíciles de controlar. Con su propaganda, el régimen no pretende tanto implantar su propio criterio en las cabezas de la ciudadanía como disuadir a la población de toda actuación política, mostrando también, si es preciso, de qué es capaz el Estado desde el punto de vista represivo.



El régimen no aspira a convencer a la gente corriente, sino a reforzar la convicción de activistas que actúan en apoyo del Estado o simpatizan con la doctrina oficial. El Estado interviene respaldando a las y los activistas que, por ejemplo, critican a la OTAN o a Occidente, con esquemas mentales coherentes, complementando resentimientos difusos o ideas inmaduras con una narrativa concreta y facilitando el instrumental retórico para poder argumentar.



El consenso social predominante es particularmente importante en la formación de la opinión. Es decir, se construyen los límites de lo que se puede expresar socialmente, de la opinión socialmente deseada en su interacción con otras posiciones y la admisibilidad sugerida de este modo. Los sondeos de opinión que se publican una y otra vez para demostrar la popularidad de Putin o el apoyo generalizado a la guerra de agresión revelan, por ejemplo, si alguien defiende una opinión que nadie más comparte y disuaden a las personas críticas con el gobierno de expresarse abiertamente, o empujan a las personas inseguras en una determinada dirección.



Si observamos los medios de comunicación de la propaganda del Kremlin, veremos que se trata de una metodología híbrida, una combinación de redes sociales modernas basadas en internet con formatos de noticias tradicionales como periódicos y televisión. En internet también se observan los efectos indirectos de la propaganda de que hemos hablado. Así, los bots no se emplean para una labor de persuasión directa, pues de por sí son relativamente fáciles de identificar como bots, sino que mejoran, por ejemplo, el ranking de determinadas posiciones en los motores de búsqueda. Hacen que la narrativa favorecida por el Estado sea accesible con mayor rapidez.



Los trols tampoco pretenden convencer a las personas en las redes sociales, sino que ante todo se dedican a difundir comentarios positivos sobre la narrativa oficial. Por otro lado, los trols disuaden a la gente de expresar su propia opinión; intimidan a la gente para que no critique el discurso oficial. En esta labor de manipulación encaja perfectamente el motor de búsqueda Yandex, muy utilizado en Rusia. Yandex posterga sistemáticamente determinados porcentajes de búsqueda, de manera que es mucho más improbable encontrar con rapidez informaciones sobre manifestaciones o críticas al Estado que, por ejemplo, en Google.



La preeminencia generada de este modo de determinadas narrativas en las redes virtuales coincide con las informaciones que aparecen en los medios tradicionales. Otro aspecto importante de la propaganda rusa es una especie de efecto de sincronización: diversos medios (redes sociales, prensa, programas de televisión, etc.) transmiten (de manera aparentemente independiente) la misma narrativa. Esta coincidencia supuestamente casual en distintos canales confirma a los ojos de muchas personas la credibilidad de la opinión oficial. En psicología hablaríamos de coherencia como heurística: si algo se afirma en todos los canales, debe de ser cierto. Precisamente, las personas que no miran con ojos críticos o con escepticismo los contenidos que se transmiten, o que tampoco saben dónde pueden encontrar informaciones alternativas, califican la credibilidad en función del grado de estandarización de ciertas posiciones o narrativas.



Cuando Serguéi Zukásov y muchas otras candidaturas independientes fueron descartadas en 2019 de las elecciones al ayuntamiento de Moscú, el RSD salió a la calle para protestar contra la llamada democracia tutelada.



-Con respecto al activismo práctico del RSD, ¿qué ha cambiado desde el 24 de febrero? ¿Cómo os organizáis y movilizáis ahora?



Nuestro propósito actual es entrar en contacto con organizaciones obreras, estudiantiles y de defensa de los derechos humanos. Creemos que esta descentralización reforzará la seguridad del RSD y al mismo tiempo ayudará a nuestras activistas a llevar a cabo una verdadera labor de organización.



-Según noticias que circulan en los países occidentales, desde las imponentes manifestaciones masivas del 6 de marzo hay cada vez más acciones individuales o piquetes, en que una persona o un grupo muy reducido muestran carteles, pero cada vez menos manifestaciones masivas. ¿Refleja esto una atomización del movimiento antiguerra?



No hay que confundir descentralización con atomización, ya que esta última tiene una connotación negativa. Hay, en efecto, menos reuniones y estructuras organizativas que pretendan coordinar el movimiento antiguerra. Sin embargo, todos los días llegan toneladas de noticias de todas las regiones de Rusia, de muchas universidades y empresas y de historias individuales de resistencia. Actualmente, lo más importante es que se hagan públicas. Para favorecer la publicidad de las acciones se ha creado un canal de Telegram socialista titulado NIEVOINA [НЕВОЙНА en ruso, NOGUERRA], que informa de estas acciones descentralizadas. Por mucho que las acciones no estén coordinadas, existe una sensación de comunidad, de resistencia colectiva. Basta ver cómo respondió la gente al acto antiguerra de la entonces redactora del Primer Canal de televisión, Marina Ovsiannikova. Fue un acto individual, pero despertó un sentimiento de solidaridad en millones de personas.



-¿Existe actualmente algún tipo de solidaridad o cooperación activista con grupos o personas progresistas en Ucrania?



Estamos en contacto permanente con nuestras y nuestros camaradas ucranianos del Movimiento Social y emitimos declaraciones conjuntas y organizamos actos en común. Miembros de nuestro movimiento residentes en Europa Occidental han ayudado a recaudar donativos para la izquierda ucraniana. Además difundimos sus textos y artículos en Facebook, ya que esto tiene una importancia decisiva para ellos y para el mundo.



-Una pregunta que se plantean muchas personas pacifistas y de izquierda es ¿cómo se puede ayudar a la gente de Ucrania? ¿Qué aconsejáis?



A diferencia de 2014, la derecha ya no desempeña un papel tan central en la guerra actual, que se ha convertido en una guerra del conjunto de la población, y la gente de izquierda antiautoritaria de Ucrania, Rusia y Bielorrusia lucha en común contra el imperialismo ruso. Aparte de los donativos, es preciso potenciar la visibilidad de la izquierda antiautoritaria de Ucrania y Bielorrusia, que está luchando con las armas en la mano. Es conveniente hacerles entrevistas para que se les escuche. En lo que respecta a la izquierda occidental, proponemos plantear las siguientes demandas: apoyo a todas las personas refugiadas en Europa independientemente de su nacionalidad, cancelación de la deuda exterior de Ucrania y sanciones a los oligarcas rusos.



-En Europa Occidental y Central casi solo se oye hablar de Navalny y Jodorkovski en relación con la oposición rusa. ¿Qué peso tienen las ideas y organizaciones progresistas y de izquierdas, incluso marxistas? ¿Dónde pueden hallar los grupos de izquierda su lugar específico dentro de la oposición y qué distingue a la izquierda?



Las ideas marxistas tienen en Rusia una oportunidad histórica de experimentar un renacimiento. Vemos que aumentan los precios y cómo los despidos dejan a cientos de miles de personas abandonadas, sin sustento. La situación actual puede contemplarse también desde una perspectiva de clase: una parte considerable de los soldados rusos viene de regiones pobres, para ellos el ejército es la única manera de ascender en la escala social.



El papel de las y los marxistas consiste en cooperar con los sindicatos y llevar a cabo una amplia labor de agitación. El RSD quiere denunciar que esta guerra la pagarán, como siempre, los sectores más empobrecidos. Publicamos muchas noticias en nuestro canal de Telegram y concebimos tácticas de agitación visual en todas partes.



Al mismo tiempo, consideramos que debemos estrechar lazos con gentes de izquierda de todo el mundo, incluido Ucrania, EE UU, España o Gran Bretaña. Entendemos ahora que estos lazos son decisivos, puesto que la gran mayoría de la comunidad internacional responsabiliza a Putin de la agresión y la guerra. Es un cambio positivo y ofrece una buena oportunidad para la izquierda rusa de presionar sobre el gobierno.



Sin embargo, no debemos olvidar que la élite capitalista extranjera ha colaborado con Putin durante veinte años, y es tarea de la izquierda global presionar sobre los gobiernos en todas partes. En la práctica, las organizaciones de izquierda deberían urgir a los gobiernos que cierren las cuentas de 20.000 milmillonarios rusos, como ha propuesto recientemente Thomas Piketty.



Asimismo, las organizaciones de izquierda deberían elaborar su propia visión de las relaciones internacionales y de la arquitectura de seguridad internacional, encaminada a asegurar un desarme nuclear multilateral (vinculante para todas las potencias nucleares) y la institucionalización de respuestas económicas internacionales a cualquier agresión imperialista en el mundo.



-¿La guerra de agresión contra Ucrania ha dado pie a una reevaluación por parte vuestra del papel geopolítico del gobierno de Putin y de la OTAN?



RSD: Hemos visto al imperialismo de Putin en acción. En las décadas de 2000 y 2010, las acciones del Estado ruso en la escena mundial seguían tres vectores diferentes. Por un lado, Putin institucionalizó y consolidó la integración de la élite económica rusa en la economía mundial. Por otro lado, la dirección rusa trató de asumir el papel de un centro imperial regional que controla las antiguas repúblicas soviéticas, entre otras cosas mediante la creación de alianzas y pactos económicos y políticos como la Unión Económica Eurasiática. Finalmente, Putin intentó desestabilizar el orden mundial mediante ataques informáticos, la financiación de partidos de extrema derecha en Europa, etc.



El propósito de Putin era vincular a toda costa a países como Kazajistán, Armenia, Bielorrusia y Ucrania a la Federación Rusa para el año 2024, cuando están previstas las próximas elecciones presidenciales o, al menos, impedir que se integren en las estructuras político-militares internacionales occidentales. Una vez resueltos los problemas con Armenia, Kazajistán y Bielorrusia, la dirección rusa, armada de una ideología nacional-imperialista, ha emprendido una guerra contra Ucrania.



Por otro lado, no parece que Putin haya alcanzado todos sus objetivos con estas iniciativas. Los países occidentales y la OTAN no se han dividido, sino que se han unido contra él y han aplicado sanciones hasta ahora nunca vistas contra Rusia. Al mismo tiempo, Occidente no ha prestado a Ucrania toda la ayuda con la que contaba. En cierto modo, por tanto, las estrategias de los dos imperialismos han cambiado. El imperialismo ruso inició una guerra de conquista, mientras que la OTAN ha mantenido su línea de debilitamiento de Rusia, eso sí, sin cuestionar la condición de Ucrania como país no alineado y sin pasar a una intervención militar abierta: sanciones, suministro de armas y amplia guerra ideológica contra la dirección rusa.



Hoy es importante repensar los viejos tópicos, compartidos en gran medida por la izquierda, según los cuales toda dictadura que se opone a la OTAN, pese a no merecer ningún apoyo, sí representa por lo menos un mal menor. El régimen de Putin, aunque a escala mundial es mucho más débil que EE UU y la OTAN y no cumple los cinco puntos de la definición del imperialismo formulada por Lenin 2/, constituye una amenaza de primer orden, sobre todo para sus vecinos. Lo que ha dado cuerpo a esta amenaza es el intento de ascender al primer rango entre los imperialismos mundiales.



El imperialismo ruso inició una guerra de conquista, mientras que la OTAN ha mantenido su línea de debilitamiento de Rusia

Hay que poner fin a esta rivalidad, que ha llevado al mundo al borde de una guerra nuclear. La guerra de agresión ha sido un gran error del régimen ruso, haciendo fracasar el proyecto de un mundo multipolar, asociado en gran medida al ascenso de la Rusia de Putin. No obstante, esto no significa que volvamos al viejo mundo unipolar bajo la dirección de la OTAN ni que debamos contentarnos con la paridad entre EE UU y China, que son las dos potencias más fuertes en estos momentos. El resultado de esta guerra debería ser la apuesta por una reducción radical del papel de cualquier bloque militar y la renovación y democratización de estructuras internacionales como Naciones Unidas, aspirando a crear un sistema de seguridad que obre en interés de todos los países y no les obligue a asociarse con uno u otro centro de poder.



-¿Cómo podemos ayudar a los y las activistas de vuestro país que se oponen al gobierno de Putin? ¿Qué ayuda pueden prestar las gentes progresistas y de izquierda occidentales?



1. Apoyo económico: Las gentes de izquierda occidentales pueden ayudar a las personas que han tenido que huir de Rusia por miedo a la represión. En la mayoría de los casos carecen de medios para el sustento.



2. Tutoría: Hemos de admitir que la izquierda rusa no tiene suficiente experiencia en la lucha política y que necesita consejos prácticos de activistas más experimentadas sobre cómo organizar un sindicato o una asociación estudiantil, cómo se hace agitación en las filas de la clase obrera y del movimiento estudiantil, cómo organizar la seguridad del propio movimiento, etc. La izquierda rusa podría sacar provecho, por ejemplo, de talleres o cursos virtuales gratuitos en que intercambiar experiencias entre los y las participantes.



3. Ayuda en campañas informativas: La izquierda occidental puede presionar a aquellos sectores de la prensa de izquierda que no dan voz a la izquierda ucraniana y rusa porque estas no adoptan una posición neutral con respecto al conflicto violento y se niegan a calificarlo de conflicto interimperialista y porque reclaman un apoyo más activo a Ucrania. Pese a que la izquierda occidental no tiene por qué adoptar este punto de vista, no deja de tener un regusto colonialista que se niegue la voz a la izquierda rusa y ucraniana y solo se confíe en la elaboración foránea sobre la guerra.



* João Woyzek es miembro de la redacción de la revista Sozialismus. Entrevista publicada originalmente en: https://sozialismus.ch/international/2022/sozialismus-antikriegswiderstand-regierunsgkritisch-russland-putin-ukraine-rsd-российское-социалисти/



Notas



1/ En el artículo aparecen afirmaciones como estas: “El nacionalismo ucraniano es una construcción artificial antirrusa que carece de todo contenido civilizatorio propio, un elemento subordinado de una civilización foránea. La disolución del Estado como tal no bastará por sí sola para desnazificar a la población: el elemento Stepan Bandera no es más que un actor y una pantalla, un disfraz del proyecto europeo de la Ucrania nazi, por lo que la desnazificación de Ucrania también implica su inevitable deseuropeización”.

2/ Lenin definió el imperialismo en cinco puntos: 1) Concentración de la producción y del capital en un grado tan avanzado que crea monopolios que resultan decisivos en la vida económica; 2) fusión del capital bancario con el capital industrial y formación de una oligarquía financiera basada en este capital financiero; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia crucial; 4) se forman asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo, y 5) concluye el reparto territorial del planeta entre las grandes potencias capitalistas (El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916).

La economía rusa se basa, contrariamente al modelo de Lenin, sobre todo en la exportación de mercancías (y no de capitales a regiones periféricas del planeta), es decir, sobre todo de materias primas fósiles como petróleo y gas. Al mismo tiempo, no se puede considerar que Rusia sea un Estado dependiente de EE UU y de otros Estados occidentales del norte global, como demuestran las décadas de conflicto diplomático y militar (aunque no directo) entre Rusia y Occidente. Además, Rusia extiende su influencia sobre otros Estados dentro y fuera de Europa, aunque esto se base ante todo en el poderío militar de Rusia y no en su participación en el capital financiero global.

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