Ucrania/ Reflexiones desde un enfoque socialista sobre la invasión rusa. [Rolando Astarita]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 6 14:17:56 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

6 de marzo 2022

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Ucrania



Reflexiones desde un enfoque socialista sobre la invasión rusa



Rolando Astarita *

Marxismo & Economía, 26-2-2022

https://rolandoastarita.blog/



En esta nota presento algunas reflexiones (que no pretenden ser exhaustivas)
sobre la invasión rusa a Ucrania, iniciada el 24 de febrero.



En primer lugar, señalemos el carácter reaccionario y nacional-chovinista de
la intervención rusa en Ucrania. Una expresión brutal de ese carácter es la
negación, por parte de Putin, del derecho a la existencia independiente de
Ucrania. Hasta echó la culpa del asunto a Lenin, quien reconoció el derecho
de los ucranianos a la autodeterminación.



Para lo que nos ocupa, es importante señalar que, si bien Lenin no fomentaba
la separación de las regiones y pueblos, sí afirmaba que un Estado obrero
centralizado debía sostenerse en la libre adhesión de todos aquellos que lo
integraran. En una intervención del 6 de diciembre de 1921, decía: “La
federación impuesta desde lo alto no será otra cosa que la creación de un
aparato burocrático suplementario, completamente impopular a los ojos de las
masas, y separado de ellas”. La advertencia era a propósito de las quejas de
las repúblicas del Cáucaso (Georgia, Armenia, Azerbaiyán) por los métodos
centralistas burocráticos con que se las presionaba. Y de hecho, en 1921
Georgia fue “sovietizada” por la fuerza, como admitiría Trotsky muchos años
después. Por eso, y con razón, los georgianos comunistas disidentes
criticaban la idea de que una revolución pudiera basarse en la
superestructura (la burocracia), sin tener en cuenta el estado de la
sociedad, sus aspiraciones, sus necesidades (véase Carrere D’Encausse,
1987).



De manera que históricamente se plantearon dos orientaciones: la de Lenin
(pero no siempre aplicada por el líder bolchevique) sobre que el
reconocimiento de los derechos nacionales era la única manera de superar
efectivamente la conciencia nacional, y avanzar a la unidad. Y el enfoque
burocrático administrativo, según el cual esa superación se haría por
imposición represiva, “desde arriba”. Indudablemente Putin, y la dirección
rusa, continúan esta última línea. Aquí solo importa la decisión de una
dirigencia que se ubica por encima de lo que quieren las masas obreras,
campesinas y populares, y sofoca cualquier posibilidad de deliberación
democrática de los pueblos. Por eso, con desprecio de la historia, de las
realidades culturales, de la voluntad de los ucranianos, Moscú reconoce la
independencia de dos pequeñas y ficticias “repúblicas” del Donbass (creadas
en 2014 en base al apoyo de la misma Rusia) y rechaza el derecho a la
existencia de la nación ucraniana. El resultado es la profundización de las
divisiones y rencores nacionales, y la exacerbación de los conflictos al
interior de las propias masas trabajadoras. El rol criminal de Rusia en
Siria, en apoyo al régimen de Al Assad, se repite hoy, y de forma
acrecentada.



La entrada de las tropas rusas en Ucrania divide a los pueblos; y entroniza
la idea del líder –o del poder ejecutivo, da igual- que decide por encima
las masas. Por eso los defensores de regímenes como los de Venezuela,
Nicaragua, Cuba, Siria, apoyan a Putin. Es lo opuesto a la idea,
consustancial al pensamiento de Marx, de que “la liberación de los
trabajadores será obra de los mismos trabajadores”. También es lo opuesto al
internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos. Para los marxistas, el
criterio debería ser que es progresivo todo lo que lleva a reforzar la
solidaridad y la colaboración entre las masas trabajadoras, sea cual sea su
nacionalidad, y reaccionario todo lo que incite a las divisiones nacionales,
étnicas, o de cualquier otro tipo. Pero esto es lo que provoca esta
invasión. Con el agregado de la descomposición social –millones de nuevos
emigrados buscando un lugar por Europa, a merced de gobiernos y regímenes
políticos que les son hostiles.



En segundo lugar, la prepotencia nacionalista “gran rusa” va de la mano de
regímenes cada vez más represivos, y de corte bonapartista. La persecución
de las disidencias, la prohibición de expresarse, de manifestarse, son las
consecuencias naturales del nacionalismo burocrático. No es casual que hoy
en Rusia se considere “traición a la patria” oponerse a la guerra. Y peor
todavía la represión rusa en Ucrania.



En tercer término, hay que enfatizar el rol criminal de la OTAN, con EEUU a
la cabeza. Hicieron todo lo posible para cercar a Rusia y atizar el
conflicto. En sus orígenes la OTAN se conformó como una alianza de carácter
principalmente ofensivo contra la URSS y el bloque soviético. Con la caída
del sistema soviético, en principio, debía desaparecer. Pero la política de
EEUU fue extenderla indefinidamente. Así, hasta mediados de los 2000 se
unieron a la Alianza Atlántica Lituania, Estonia, Letonia, Polonia, Rumania,
Hungría, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia. En 2009 lo
hicieron Albania y Croacia; en 2017 la OTAN reconoció como miembros
“aspirantes” a Bosnia-Herzegovina y Georgia; en 2019 admitió, también como
aspirante, a Macedonia del Norte. Frente a esta amplia coalición, que rodea
a Rusia, está la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC),
integrada por Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán Kirguistán y
Tayikistán. Georgia, Azerbaiyán y Uzbekistán, que formaron parte de la
alianza, se retiraron. La OTSC es incomparablemente menor que la OTAN. Por
caso, el gasto militar del conjunto de los países de la Alianza Atlántica es
de unos 1,174 billones de dólares; el gasto militar ruso (dato del gobierno
ruso) sería 18 veces menor.



Por lo tanto, Rusia siempre consideró que la ampliación de la OTAN
representaba una agresión a su seguridad. En ese respecto es digno de notar
que periodistas, analistas y políticos de EEUU (Kissinger entre ellos) se
opusieron a la política de cercamiento y hostigamiento hacia Rusia. Pero
EEUU y la OTAN, continuaron la extensión de la Alianza.



La tensión creció. En 2008, cuando el gobierno ucraniano envió una carta
oficial a la OTAN para la aplicación de un Plan de Membrecía (MAP), Putin
advirtió que la entrada de Ucrania representaba una amenaza para su país.
Algo similar ocurrió con Georgia. Su gobierno rompió relaciones con Rusia
tras la intervención militar de esta, en 2008, en apoyo de la secesión de
las provincias Osetia del Sur y Abjasia. Y solicitó la adhesión a la OTAN.
Rusia advirtió que su línea roja era el despliegue de sistemas de ataque de
Occidente en Ucrania y Georgia. Pero EEUU respondió con el argumento del
derecho de Ucrania y Georgia a decidir lo que quisieran hacer. La OTAN, por
su parte, prometió que ambos países serían admitidos en algún momento del
futuro. Otro episodio de alta tensión se suscitó en junio de 2014, cuando un
enviado de Putin sugirió, en entrevista con la prensa, que si Finlandia
adhería a la OTAN podía iniciar la Tercera Guerra Mundial. Ese mismo año
Rusia intervenía en Crimea e incitaba a los separatistas de Donetsk y
Lugansk a declarar la independencia.



Con estos antecedentes, todo indicaba que en la cumbre de la OTAN a
realizarse en 2022, Georgia y Ucrania serían admitidas. En diciembre de 2021
Rusia exigió a la OTAN que retirara la promesa de incorporar a Ucrania y
Georgia. La OTAN y EEUU se escudaron en el “derecho de cada país a decidir”.
Argumento curioso: en 1962 EEUU estuvo al borde de desatar una guerra
mundial, y nuclear, porque no admitía la instalación de misiles en Cuba. Lo
consideraba una amenaza a su seguridad. ¿Y el derecho a la
autodeterminación? Esto para no hablar de la cantidad de intervenciones
militares de EEUU, o de tropas armadas por EEUU, en las más diversas
ocasiones y países (incluido Cuba). Más la promoción de golpes de Estado, y
apoyo a sangrientas dictaduras militares. Esta historia, y la expansión de
la OTAN hacia el Este ponen en evidencia que EEUU, y la OTAN, hicieron todo
lo posible por llevar al extremo las tensiones con Rusia.



En cuarto término, y vinculado a lo anterior, no basta con decir que la OTAN
se expandió hacia el este y cercó a Rusia. Es que ese avance no pudo haber
ocurrido sin la aceptación, en algún grado apreciable, de los pueblos de
esos países. Los gobiernos que encabezaron y promovieron esos procesos no
sufrieron cuestionamientos importantes, y en muchos casos los parlamentos
votaron las adhesiones. Incluso en países que tradicionalmente se
mantuvieron “neutrales”, como Suecia y Finlandia, las opiniones están
divididas (también parecían estarlo en Ucrania). Además, entre los
argumentos que esgrimen los partidarios de mantenerse al margen de la OTAN
figura, en primer lugar, no enemistarse con Moscú. No se advierte que haya
un rechazo en sectores significativos de las poblaciones del centro y este
de Europa, o de los países bálticos, a la OTAN en tanto aparato militar del
imperialismo y del capital trasnacional.



Por lo tanto hay que mirar de frente y explicar esta falta de reacción de
los pueblos contra la OTAN. Una posible respuesta es que estamos ante una
consecuencia de la larga historia de intervenciones militares rusas,
soviéticas o no soviéticas, en esos países. Por ejemplo, y a raíz de la
intervención de Rusia en Georgia, en 2008 el gobierno convocó a un
referéndum. El resultado fue que el 72% de los votantes estuvieron a favor
de entrar en la OTAN. Parece imposible evitar la conclusión de que
consideran a la OTAN una protección frente a la amenaza rusa. Se genera así
una espiral de acciones y reacciones que solo puede desembocar en un
incremento extremo de las tensiones.



En cualquier caso, la demanda de retirada de la OTAN no parece tener mucha
posibilidad de enraizar en esos pueblos, al menos por el momento. Con el
agregado de que la no membresía en la OTAN tampoco impide la colaboración y
participación en operaciones militares internacionales junto a la Alianza.
Es el caso de Suecia, entre otros.



En quinto lugar, y en un plano más especulativo –hoy nadie sabe hasta dónde
llegará Putin- adelantamos la hipótesis de que Ucrania puede pasar a ser un
país semicolonial con respecto a Rusia (utilizando las conocidas categorías
empleadas por Lenin, véase aquí:
https://rolandoastarita.blog/2016/07/07/por-que-segunda-independencia/).  Es
lo que ocurriría en caso de que se imponga un gobierno títere sustentado en
las tropas de invasión y manejado por Moscú. En ese caso Ucrania habría
pasado de país dependiente del capitalismo más globalizado a semicolonia
rusa. Siempre en la línea del enfoque leninista, en esa eventualidad estaría
planteada una lucha por la liberación nacional de Ucrania. Desde el punto de
vista militar y geopolítico Rusia anularía toda posibilidad de adhesión de
Ucrania a la OTAN. Desde el punto de vista económico, Ucrania sería empujada
a una mayor relación comercial con Rusia. Sin embargo, ello no impedirá que,
en el mediano plazo, vuelva a hacerse sentir la presión del mercado mundial
sobre Ucrania. El poder de Rusia es limitado. A pesar de tener fuertes
reservas y baja deuda, su pbi, como se ha señalado por estos días, es
aproximadamente igual al de Italia; su pbi per cápita mucho menor; y está
lejos de ubicarse a la vanguardia del cambio tecnológico. A largo plazo, no
tiene forma de contrarrestar la superioridad económica de EEUU y las
potencias europeas; o de China.



Sexto, se plantea la pregunta de si la invasión a Ucrania es el prolegómeno
de una Tercera Guerra Mundial. Siguiendo las tesis sobre el imperialismo de
Lenin, algunos marxistas consideran que el mundo va en camino al
enfrentamiento armado entre las potencias. Es que según Lenin (también
Bujarin) era inevitable el estallido de nuevas guerras entre las potencias
por el reparto del mundo. Aquellos marxistas que siguen adhiriendo a ese
pronóstico dicen que la entrada de Rusia en Ucrania es el prolegómeno de una
Tercera Guerra Mundial. Aunque algo similar anunciaron en 2003, cuando EEUU
y Gran Bretaña invadieron Irak. También cuando Rusia se quedó con Crimea, en
2014. Sin embargo, la anunciada guerra mundial no ocurrió. Y todo indicaría
que ahora el conflicto tampoco escalaría hasta una guerra entre las
potencias y de carácter mundial. Es una realidad que los países de la OTAN
se abstuvieron de enviar tropas a Ucrania. Como dijo su presidente, “nos
dejaron solos”.



Hay que explicar entonces por qué, transcurridas casi ocho décadas desde el
final de la Segunda Guerra, no volvieron a ocurrir enfrentamientos de esa
envergadura. He tratado la cuestión en Valor, economía mundial y
globalización. La idea central –que tomo de Ernest Mandel (1969) y de
Arrighi (1978)- es que el entrelazamiento mundial de los capitales pone un
techo al desarrollo de los conflictos. Cito un pasaje: “Como ya lo había
señalado Mandel, tal vez la transformación más importante en lo que atañe a
las relaciones entre las potencias haya sido que en la posguerra la
centralización del capital dejo de ser ‘nacional centrada’ y pasó a ser
internacional. Fue ese cambio el que indujo a Arrighi, a fines de los
setenta, a plantear que la integración económica vía la inversión directa,
que se había desarrollado en la posguerra bajo hegemonía de Estados Unidos
proporcionaba una base estructural que explicaba la ausencia de guerras
inter-imperialistas” (p. 341).



Por ejemplo, el entrelazamiento de capitales de diversas naciones y la
formación de la Unión Europea hacen muy improbable una guerra entre países
del viejo continente volcados a la defensa de “sus” capitales nacionales.
Pero lo mismo ocurre con las potencias no europeas. Las tenencias de activos
(títulos de deuda, paquetes accionarios, propiedades inmobiliarias,
etcétera) de un país por parte de los residentes de otro país hacen que esos
inversores pierdan la identificación exclusiva con “su” Estado nacional.
“Esta interpenetración de los capitales brinda entonces una base para
comprender por qué los conflictos tienen un techo objetivo en su escalada…”
(p. 343).



Con lo dicho no se pretende afirmar que los conflictos geopolíticos entre
los Estados –por zonas de influencia, por mejorar las posiciones
competitivas de sus capitales, por cuotas de mercado o acceso a las fuentes
de materias primas- desaparezcan, sino que los mismos tienen un techo. Hasta
cierto punto se localizan y limitan (aunque siempre siga planteada la
posibilidad de que uno de esos choques desemboque en un conflicto
generalizado).



Esta situación de conflictos en la unidad del sistema capitalista mundial
ayudaría a explicar por qué el enfrentamiento con Rusia parece tener
límites. Ya en 2014, cuando se aplicaron sanciones económicas a Moscú (por
Crimea y su actuación en Donbas), continuaron las inversiones de Alemania y
Francia en Rusia. Así, hoy Francia es el principal empleador extranjero en
Rusia. Empresas como Total tienen fuertes inversiones en hidrocarburos;
también en el sector financiero actúan grupos franceses como Societé
General. De la misma manera, en 2014 el capitalismo germano tenía
inversiones en Rusia por unos 20.000 millones de euros; y en los años
siguientes no disminuyeron significativamente. Alemania y Francia
presionaban a países más débiles (caso Grecia) para que hicieran efectivas
las sanciones, pero ellas mismas continuaban con sus negocios. Como también
se ha señalado repetidas veces por estos días, actualmente Alemania obtiene
el 40% de su petróleo y la mitad de su gas natural de Rusia. Por supuesto,
las sanciones económicas van a tensionar y tal vez revertir parcialmente
esta imbricación de intereses capitalistas. Pero no parece que, en el largo
plazo, revierta la tendencia a la mundialización del capital.



Por último, señalo un factor que está ausente en muchos análisis de la
izquierda. Me refiero a que la clase obrera no tiene un centro de
organización, una Internacional. Es expresión del debilitamiento extremo al
que han llegado las corrientes internacionalistas y revolucionarias. No
existe, ante esta coyuntura, organización internacional alguna de las masas
trabajadoras, que pueda coordinar y orientar una respuesta internacionalista
frente a la guerra, el avance de los nacionalismos y del militarismo al
servicio de las multinacionales o las burocracias. En la mayoría de los
países los trabajadores siguen a líderes y partidos capitalistas y
nacionalistas, en algunos casos moderadamente reformistas. Pero la única
respuesta progresiva frente a esta situación solo puede darla un programa y
una estrategia organizada desde una orientación internacionalista. Es
imprescindible tenerlo presente.



* Rolando Astarita  Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires.



Textos citados:



Arrighi, G. (1978): La geometría del imperialismo, México, Siglo XXI.

Carrere D’Encausse, H. (1987): Le Grand Défi. Bocheviks et Nations,
1917-1930, Flammarion.

Mandel. E. (1969): Tratado de economía marxista, México, Era.

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