Análisis/ "Tánatos triunfante"...Putin, Biden, Xi Jinping. [Mike Davis]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mie Mar 9 23:47:08 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

9 de marzo 2022

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Análisis



“Tánatos triunfante”...Putin, Biden, Xi Jinping



Mike Davis

A l'encontre, 9-3-202

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Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa



Para ejercer la hegemonía, ¿es necesario tener grandes propuestas? En un
mundo en el que mil oligarcas bañados en oro, jeques multimillonarios y
deidades de Silicona gobiernan el futuro humano, no debería sorprendernos
descubrir que la codicia engendra mentes de reptiles. Lo que más me llama la
atención de estos extraños días -mientras las bombas termobáricas o de vacío
queman los centros comerciales y los incendios arrecian en los reactores
nucleares- es la incapacidad de nuestros superhombres para ratificar su
poder en cualquier relato plausible sobre el futuro próximo.



Según todos los indicios, Putin, que se rodea de tanta astrología,
misticismo y perversión como los Romanov, enfermos en fase terminal, cree
sinceramente que debe impedir que los ucranianos sean ucranianos, no sea que
el destino celestial de la Rus [referencia a los estados eslavos orientales
de los siglos X al XIII que "originaron" Rusia, Bielorrusia y Ucrania] sea
imposible. Hay que romper el presente para hacer el futuro a partir de un
pasado imaginario.



Lejos de ser el hombre fuerte y el maestro de la mentira, admirado por
Trump, Orbán y Bolsonaro, Putin es simplemente despiadado, impetuoso y
propenso al pánico. La gente que, en las calles de Kiev y Moscú que se
burlaba de la amenaza hasta que empezaron a caer los misiles, era ingenua
sólo porque creía que ningún líder racional sacrificaría la economía rusa
del siglo XXI para levantar un águila bicéfala falsa [el escudo de Rusia]
sobre el Dniéper.



En realidad, ningún líder racional lo haría.



En la otra orilla, Biden celebra una sesión ininterrumpida de espiritismo
con Dean Acheson [Secretario de Estado entre 1949 y 1953, bajo el mando de
Harry S. Truman, fallecido en 1971] y todos los fantasmas de las pasadas
Guerras Frías. La Casa Blanca carece de visión en el desierto que ayudó a
crear. Todos los think tanks y las mentes brillantes que se supone que guían
el ala Clinton-Obama del Partido Demócrata están, a su manera, tan mareados
como los adivinos del Kremlin. Ante el declive del poderío estadounidense,
no son capaces de imaginar otro marco intelectual que no sea la competencia
sobre la cantidad de cabezas nucleares con Rusia y China (casi se puede oír
el suspiro de alivio de Putin cuando se vio liberado de la carga mental de
tener que pensar en una estrategia global en el Antropoceno). Al final, una
vez en el poder, Biden resultó ser el mismo belicista que temíamos que fuera
Hilary Clinton. Aunque Europa del Este sirva ahora para distraer la
atención, ¿quién puede dudar de la determinación de Biden de buscar la
confrontación en el Mar de China Meridional, unas aguas mucho más peligrosas
que las del Mar Negro?



Mientras tanto, la Casa Blanca parece haber desechado, como por descuido, su
débil compromiso a favor del progresismo. Una semana después del informe más
aterrador de la historia [GIEC], que indicaba la destrucción próxima de la
pobre humanidad, el cambio climático no fue mencionado en el discurso sobre
el estado de la Unión. (¿Cómo podría compararse esta necesidad con la
trascendental urgencia de reconstruir la OTAN?) Y Trayvon Martin [el joven
afroamericano muerto a tiros en Florida en febrero de 2012] y George Floyd
[el afroamericano muerto al ser detenido por la policía en mayo de 2020 en
Minneapolis] no son ahora más que animales atropellados que desaparecen
rápidamente en el espejo retrovisor de la limusina presidencial, mientras
Biden se apresura a asegurarles a los policías que es su mejor amigo.



Pero no se trata sólo de una traición: la izquierda estadounidense tiene su
propia cuota de responsabilidad en este triste desenlace. Casi nada de la
energía generada por Occupy, Blake Lives Matter y las campañas de Bernie
Sanders fue canalizado para repensar las cuestiones globales y para elaborar
una nueva política de solidaridad. Tampoco hubo una reconstitución
generacional de la capacidad mental radical (I.F. Stone, Isaac Deutscher,
William Appleman Williams, D.F. Fleming, John Gerassi, Gabriel Kolko, Noam
Chomsky... por nombrar algunos) que apuntaba antaño, como un láser, a la
política exterior estadounidense.



La Unión Europea, por su parte, tampoco ha sabido manejar los problemas de
caracterización de los tiempos y los fundamentos de una nueva geopolítica.
Después de haber firmado su compromiso con el comercio con China y con el
gas natural de Rusia, Alemania corre el riesgo de sufrir una dramática
desorientación. La coalición enclenque de Berlín está, por decir lo menos,
mal equipada para encontrar una vía alternativa a la prosperidad. Del mismo
modo, Bruselas, aunque revivida temporalmente por el peligro ruso, sigue
siendo la capital de un súper Estado fallido, una unión que ha sido incapaz
de gestionar colectivamente la crisis migratoria, la pandemia o a los
hombres fuertes de Budapest y de Varsovia. Una OTAN ampliada, atrincherada
tras un nuevo muro oriental, es un remedio peor que la enfermedad.



Todo el mundo cita a Gramsci sobre el interregno, pero eso supone que algo
nuevo surgirá o podría surgir. Lo dudo. Más bien, creo que debemos
diagnosticar un tumor cerebral de la clase dirigente: una creciente
incapacidad para llegar a una comprensión coherente del cambio global como
base para definir intereses comunes y formular estrategias a gran escala.



En parte, se trata de la victoria del presentismo patológico, en el que
todos los cálculos se hacen en función de los resultados a corto plazo para
permitirles a los súper ricos que consuman todas las cosas buenas de la
tierra durante su vida (Michel Aglietta en su reciente Capitalisme: Le temps
des ruptures - Odile Jacob, 2019 - subraya el carácter inédito de la nueva
fractura generacional sacrificial). La codicia se ha radicalizado tanto que
ya no necesita a los pensadores políticos ni a los intelectuales orgánicos,
sólo a Fox News y al ancho de banda. En el peor de los casos, Elon Musk
tendrá encabezar una emigración de multimillonarios hacia otro planeta.

También puede ser que nuestros dirigentes estén ciegos porque carecen de la
visión penetrante de la revolución, burguesa o proletaria. Una época
revolucionaria puede vestirse con trajes del pasado (como explica Marx en El
dieciocho brumario), pero se define a sí misma reconociendo las
posibilidades de reorganización de la sociedad que surgen de las nuevas
fuerzas tecnológicas y económicas. En ausencia de una conciencia
revolucionaria externa y de la amenaza de insurrección, los viejos órdenes
no producen sus propios (contra)visionarios.



(Sin embargo, permítanme señalar el curioso ejemplo del discurso de Thomas
Piketty del 16 de febrero en la Universidad de Defensa Nacional del
Pentágono. En el marco de una serie de conferencias periódicas sobre "La
respuesta a China", el economista francés argumentó que "Occidente" debe
desafiar la creciente hegemonía de Pekín abandonando su "anticuado modelo
hipercapitalista" y promoviendo en su lugar un "nuevo horizonte igualitario
y emancipador a escala mundial". Un lugar y un pretexto extraños para
pregonar el socialismo democrático).



Mientras tanto, la naturaleza retoma las riendas de la historia y efectúa
sus propias compensaciones titánicas, a expensas de los poderes,
especialmente sobre las infraestructuras naturales y artificiales, que los
imperios creían controlar. En este sentido, el "Antropoceno", con sus
alusiones a lo prometeico, parece particularmente inapropiado para la
realidad del capitalismo apocalíptico.



A manera de objeción a mi pesimismo, se podría argumentar que China tiene
visión de futuro, allí donde todos los demás son ciegos. Sin duda, su amplia
visión de una Eurasia unificada, el proyecto «Belt and Road» [literalmente,
"cinturón económico de la ruta de la seda], es un gran proyecto de futuro,
que no tiene parangón desde que el sol del "siglo americano" salió en un
mundo devastado por la guerra. Pero el genio de China, de 1949 a 1959 y de
1979 a 2013, ha sido su práctica neo mandarina de liderazgo colectivo,
centralizado pero plurívoco. Xi Jinping, en su ascenso al trono de Mao, es
el gusano dentro de la manzana. Aunque haya reforzado la influencia de
China, económica y militarmente, su exabrupto irresponsable de
ultranacionalismo podría aún abrir una caja de Pandora nuclear.



Vivimos en una edición de pesadilla de "Los grandes hombres hacen la
historia". Pero, a diferencia de lo que ocurría en la antigua Guerra Fría,
cuando los politburós, los parlamentos, los gabinetes presidenciales y los
estados mayores contrarrestaban hasta cierto punto la megalomanía en la
cumbre, hay pocas válvulas de seguridad entre los grandes líderes de hoy y
el Armagedón. Nunca antes se había puesto en tan pocas manos tal fusión de
poder económico, mediático y militar. Esto debería incitarnos a visitar las
tumbas de héroes como Aleksandr Ilyich Ulyanov, Alexander Berkman y el
incomparable Sholem Schwarzba. (Artículo Publicado en Sidecar NLR, 7-3-2022:
https://newleftreview.org/sidecar/)

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