Sin fronteras/ La apasionante historia de Nellie Bly, pionera del nuevo periodismo en el siglo XIX. [María José Solano - Ana María Álvarez ]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 13 23:14:03 UYT 2022


  _____

Correspondencia de Prensa

13 de marzo 2022

https://correspondenciadeprensa.com/

redacción y suscripciones

germain en montevideo.com.uy <mailto:germain en montevideo.com.uy>

  _____



Sin fronteras



Viajando con Nellie Bly



Dos libros nos revelan la historia y el fascinante trabajo periodístico de
esta mujer singular: La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos, editado
bellamente por Capitán Swing.  Nellie Bly: Diario de una viajera, un
maravilloso cómic obra conjunta de Correia y Mazorriaga, publicado por The
Rocketman Project.



María José Solano

Zenda, 12-3-2022

https://www.zendalibros.com/



De belleza angelical y aspecto aristocrático, nada parecía imposible para
esta mujer. Había nacido con la garra del periodismo, ese que llaman “de
raza” y que debe de alojarse en algún rincón de la información genética de
unos pocos elegidos; algo así como una mezcla de insolente osadía,
inquietud, rebeldía, curiosidad, lecturas, talento narrativo y suerte.



Desde luego, ella tenía todo eso. Se llamaba Elizabeth Jane Cochran, nacida
en Pensilvania en 1864 en una familia de 10 hermanos, con un padre adinerado
que murió joven y cuya fortuna se esfumó. La vida le mostró, desde
jovencita, sus colmillos afilados. Llamada cariñosamente por sus hermanos
“Pink”, al crecer decidió que en el mundo en el que quería moverse ese apodo
no encajaba y convirtió el apellido de su madre, Cochran, en su nuevo
nombre.



Fue una columna publicada por el diario Pittsburgh Dispatch, titulada “Para
qué sirven las mujeres”, el detonante de su carrera como periodista. Bajo el
alias “Huérfana solitaria”, Cochran, que había visto a su madre, arruinada y
sola, sacar adelante con valentía, trabajo y esfuerzo a sus diez hijos,
escribió una airada respuesta tan potente, apasionada y veraz, que el editor
del periódico, George Madden, quedó impresionado, hasta el punto de darle
trabajo en el periódico bajo un nuevo alias que, esta vez, será el
definitivo: Nellie Bly. Así será conocida en el mundo entero.



En la Revolución Mexicana



Los comienzos no fueron todo lo prometedores que la chica esperaba pues,
como otras colaboradoras, fue relegada a cubrir temas de moda, jardinería,
peluquería y arte. A los nueve meses de estar allí, aburrida y con 20 años
recién cumplidos, Nellie convenció al reacio director del periódico para que
la enviase como corresponsal a México a cubrir las revueltas en el contexto
del régimen de Porfirio Díaz. Sin hablar español y sin haber viajado jamás
al extranjero, acompañada de su madre, se embarcó en el largo viaje en tren
hacia el sur. Al cabo de un mes, el Dispatch publicó el primero de los 30
artículos de Nellie en México.



Atenta observadora y curiosa por naturaleza, sus crónicas mexicanas incluían
descripciones tanto de los obreros como de la alta sociedad, de los pueblos
indígenas, de la vida cotidiana en las bulliciosas ciudades y en las aldeas
perdidas, pero sobre todo se centró con dureza en contar la estricta censura
que el gobierno mexicano ejercía sobre la prensa. Unos artículos polémicos
que la obligaron a salir del país antes de los previsto bajo amenaza de pena
de cárcel.



En un manicomio



De vuelta en Estados Unidos, Nellie decidió trasladarse a Nueva York,
dispuesta a encaminar su carrera hacia los grandes temas de investigación.
Casi cuatro meses después de mudarse, aún no había conseguido ninguna oferta
de empleo como periodista y estaba quedándose sin dinero, así que, animada
por su trabajo en México, del que se sentía muy orgullosa, pidió dinero
prestado a su casera para el billete y se dirigió a Park Row. Convenció a
los porteros para que la dejaran pasar y se las arregló para ver al director
editorial de uno de los periódicos más potentes del mundo: el New York
World, de Joseph Pulitzer.



Aquello era la Gran Manzana, y allí no se andaban con rodeos. La prueba de
fuego fue definitiva. “Si consigue resistir a esto, esta chica se convertirá
en una de las grandes periodistas de su siglo”, pensó el director. El
encargo consistía en hacerse pasar por loca e internarse en Blackwell’s
Island, un asilo psiquiátrico para mujeres. Aquella isla no era cualquier
cosa: una imponente franja de tierra en el río Este albergaba la mayoría de
las cárceles, hospitales de la beneficencia y asilos para pobres.



Bly fingió estar loca (según ella misma relata, “estudió el papel de la
locura ante el espejo y lo practicó en el Hogar Temporal para Mujeres”).
Finalmente logró engañar a jueces, médicos y a los especialistas que la
examinaron, pasando diez días de infiltrada, en apariencia como una enferma
más, en aquel manicomio. Al salir escribió un polémico y durísimo artículo
en el que denunciaba las horribles condiciones en que vivían las pacientes,
lo cual produjo tal revuelo social y político que sus artículos lograron que
las autoridades accediesen a un aumento del presupuesto de salud pública
destinado a salud mental.



La joven se había ganado un merecido puesto fijo como reportera del World.



La vuelta al mundo en 72 días



Apenas un año después de aquello, en 1888, la muchacha, respetada y conocida
en el mundo del periodismo, propuso al director del World dar la vuelta al
mundo. Muchas mujeres habían recorrido el mundo antes que ella, pero ninguna
había pretendido ni logrado nunca alcanzar el nivel de notoriedad que logró
Nellie Bly.



El viaje era, además, singular, pues el reto consistía en realizarlo en
menos de 80 días, haciendo alusión al título de la novela de Julio Verne,
publicada en 1872.



A pesar de su atractivo periodístico, el proyecto no terminaba de convencer
al periódico, pues en aquel momento las mujeres acarreaban mucho equipaje y
el traslado de los inevitables baúles entorpecerían el desafío. Poco o nada
sabían en aquella redacción sobre la determinación de esta chica.



El 14 de noviembre de 1889 Nellie emprendió su viaje de 24.889 millas
cargando solo con un bolso de mano, con el que embarcó en el vapor Augusta
Victoria, de nombre premonitorio.



El barco la llevó hasta Inglaterra y de allí continuó su viaje a París,
donde conoció al mismísimo Julio Verne, quien, escéptico, le dijo que si
lograba dar la vuelta al mundo en 79 días la aplaudiría públicamente. Ella
se encogió de hombros y siguió su camino: Italia, Arabia, Sri Lanka,
Colombo, Malasia, Hong Kong, San Francisco… El 25 de enero de 1890, 72 días
después, con 6 horas y 11 minutos, Nellie Bly regresó a Nueva York.



La crónica de su viaje, publicada en cuatro entregas en el World, la
convirtió en una de las mujeres más famosas del momento. Había roto el
récord mundial, y la imagen de Nellie Bly con su atuendo de viaje, una capa,
chaqueta de cuello alto y falda azules y un largo abrigo de lana con un
atrevido estampado a cuadros, fue publicada en todos los diarios del mundo.
De hecho, se hizo tan famosa que las mujeres estuvieron copiando su manera
de vestir durante casi una década.



En la Primera Guerra Mundial y final



Elizabeth se casó con el millonario Robert Seaman y se retiró del
periodismo. Cuando enviudó se hizo cargo de las empresas de su marido y
realizó importantes reformas, mejorando las condiciones laborales y
salariales de los empleados. Por desgracia para su tranquilidad, pero por
fortuna para el periodismo, la empresa quebró y Nelly tuvo que volver a
trabajar, esta vez en el Evening Journal. Ahí cubrió la histórica convención
de 1913 a favor del voto femenino pero, inquieta como siempre, pidió la
corresponsalía en Europa, donde cubrió la Primera Guerra Mundial. Se
convertía otra vez en pionera del periodismo, siendo una de las primeras
mujeres corresponsales de guerra.



Nellie Bly, o Elizabeth “Pinky” Cochran, murió a los 57 años de una
neumonía.



Sus crónicas y su vida aventurera siguen siendo el fuego que alumbra el
ardor de guerreras de muchas  mujeres de hoy.



****



La apasionante historia de Nellie Bly, pionera del nuevo periodismo en el
siglo XIX



Se acaba de publicar “Diez días en un psiquiátrico”, una crónica “desde
adentro” realizada en 1887 por esta mujer decidida y talentosa. Este es el
prólogo a la edición 2022, firmado por su traductora



Ana María Álvarez

Infobae, 8-3-2022

8 de Marzo de 2022

https://www.infobae.com/



Hace un tiempo, en Twitter me encontré con una imagen que enumeraba
distintas razones por las que las mujeres eran, supuestamente, ingresadas en
asilos en el pasado. Por supuesto, a la lista en cuestión le faltaba
contexto: si bien las causas de admisión fueron sacadas de documentos reales
de la época, hubiera sido más honesto aclarar que aquella lista contenía las
“causas” de los síntomas que llevaron a miles de mujeres a ser encerradas en
condiciones inhumanas. A nadie la ingresaron por “leer muchas novelas”; pero
sí por una serie de síntomas que eran atribuidos a la lectura de ficción.



Esa lista nos puede parecer divertida porque, entre otras cosas, incluye la
lectura de novelas, la masturbación, el matrimonio de un hijo, la “debilidad
de la mente” y los “vicios varios”, entre los estrambóticos motivos que
llevarían a ser ingresada en un asilo. Pero centrarnos en ese tipo de datos
morbosos nos hace ignorar las razones por las que una persona podría
terminar tras las rejas de un psiquiátrico. Si bien las novelas y el cine
suelen mostrar los horrores de los asilos de la mano de una señorita de
buena fortuna, encerrada por sus malévolos parientes, lo cierto es que esa
fantasía gótica ignora que la gran mayoría de mujeres en estos lugares eran
trabajadoras e inmigrantes.



La locura también ha sido un potente símbolo en la literatura, especialmente
durante el siglo xix. Los románticos se la apropiaron como ícono de
resistencia ante la lógica y la razón de la ilustración. Aparecía como una
ventana al más allá, al mundo que escapaba a los sentidos y que permitía
apreciar lo sublime. Pero esta perspectiva de la locura, por supuesto, no
era la visión imperante. El concepto de “salud mental” como lo entendemos
hoy recién apareció a finales del siglo xix, y no se consolidó hasta después
de la Segunda Guerra Mundial, con la aparición del dsm (Diagnostic and
Statistical Manual of Mental Disorders, publicado por la American
Psychiatric Association). Antes de Freud y Jung, la forma de curar la
enfermedad mental no era muy diferente a la forma en la que se trataban las
enfermedades de otros órganos. El Hospital de Bethlem en Londres, cuyos
primeros registros de pacientes “locos” datan de la Edad Media, se
transformó en un símbolo de estas instituciones, a las que muchos pacientes
ingresaban sin esperanzas de volver a salir. La palabra inglesa “bedlam”,
que hoy significa un estado de completo caos y confusión, deriva de uno de
los sobrenombres del hospital. Pero es durante la segunda mitad del siglo
xix que la locura parece ocupar un espacio predominante en el imaginario
cultural, especialmente en el mundo angloparlante. La presencia de mujeres
“locas” en la ficción, según las autoras Gilbert y Gubar, aparece
freudianamente como el retorno de lo reprimido, en una época en que las
mujeres estaban constreñidas al rol del “ángel del hogar”. El diagnóstico de
histeria, utilizado desde la antigüedad, se convirtió en un término paraguas
que cubría una serie de trastornos psicológicos, que iban desde lo que hoy
conocemos como depresión posparto hasta epilepsia. Distintas teorías
intentaban explicar la prevalencia de estas enfermedades en la población
femenina, siempre apuntando a la naturaleza inherentemente débil de las
mujeres. El útero aparece, así, como la fuente de todos los males que podían
afectar a una mujer, y por ende, a su mente.



El unificar una enorme variedad de síntomas y trastornos bajo un solo
diagnóstico, significó que los tratamientos de todas estas enfermedades
también eran uniformes. Durante años, pacientes con enfermedades tan
diferentes como la depresión y la epilepsia recibían el mismo trato por
parte de los médicos y enfermeras. En estos hospitales los profesionales de
la salud brutalizaban a las pacientes, golpeándolas y obligándolas a vivir
en condiciones inhumanas, que indudablemente sólo contribuyeron, en muchos
casos, a empeorar lo que ya de por sí eran condiciones psíquicas
complicadas. Si bien el psicoanálisis llevó a notables mejoras en el
tratamiento de las enfermedades mentales, muchos hospitales psiquiátricos
siguieron funcionando durante gran parte del siglo xx, siendo inmortalizados
en la literatura y el cine tanto como sus contrapartes decimonónicas. En
1887, cuando Nellie Bly ingresó a la isla de Blackwellm, los asilos en
Estados Unidos eran básicamente cárceles. Muchas de las mujeres que llegaban
ahí lo hacían después de ser detenidas por crímenes tan absurdos como
“vagancia” o “mendigar”. Gran parte de estas mujeres tenían algún tipo de
condición psicológica, pero la pobreza o su condición de inmigrantes
eliminaban la posibilidad de ser cuidadas por miembros de su familia, si es
que la tenían. La ficción mostraba a heroínas indefensas siendo encerradas
por maridos (u otros parientes masculinos) malvados, cuando la mayoría de
las mujeres que terminaba en lugares así se debía, sencillamente, a que no
tenían otro lugar donde ir.



A finales del siglo xix, en Estados Unidos, las mujeres estaban al borde de
un salto. A medida que la sociedad se volcaba a las ciudades, se abrieron
puestos de trabajo que antes les estaban vedados: secretarias, vendedoras e
incluso periodistas, permitiendo que las mujeres se incorporaran a la
creciente clase media. En este mundo es que Nellie Bly entra al periodismo.
Ante una columna publicada en el Pittsburgh Dispatch titulada “Para qué
sirven las chicas”, que declaraba que las mujeres sólo servían para el
trabajo doméstico y la procreación, Elizabeth Cochran escribió una carta al
director bajo el pseudónimo “Una Huérfana Solitaria”, en la que rebatía los
argumentos de la columna. El editor, George Madden, impresionado por esta
carta, llamó a que la escritora se revelara. Cuando la joven se presentó en
las oficinas del diario, Madden le pidió que escribiera un artículo para
ellos, antes de contratarla a tiempo completo, bajo el nombre de “Nellie
Bly”, inspirada en una canción popular de Stephen Foster.



Desde el principio rompió esquemas, escribiendo sobre las vidas de las
mujeres trabajadoras y relatando las condiciones del trabajo en las fábricas
de Pittsburgh. Por supuesto, su rol también provocó reclamos por parte de
dueños de fábricas, descontentos con la cobertura que Bly hacía de sus
prácticas laborales. Relegada entonces a los temas de “mujeres” —moda y
sociedad— Bly siguió determinada a hacer cosas que ninguna otra mujer
hubiera hecho antes. El siguiente paso fue viajar durante seis meses por
territorio mexicano bajo la dictadura de Porfirio Díaz, que criticó
ávidamente en sus reportes. Tras ser amenazada con arresto por las
autoridades mexicanas, regresó a Estados Unidos.



Aburrida de no poder reportear cómo ella quería en Pittsburgh, buscó su
horizonte en Nueva York. En esa época, la ciudad ya estaba establecida como
un centro cosmopolita y seguramente se vio atraída por las posibilidades que
veía en la Gran Manzana, donde se publicaban los primeros periódicos
masivos, con tiradas de cientos de miles, que aumentaban exponencialmente
cada año. Los editores ahí no estaban demasiado abiertos a la posibilidad de
contratar a una reportera mujer, pero en 1887, el New York World le ofreció
la posibilidad de hacer un reportaje encubierta.



Nellie Bly, que en su propia leyenda nunca se echó atrás ante un reto,
tendría que hacerse pasar por loca para entrar al asilo de la Isla
Blackwell, donde sería testigo del trato que recibían las pacientes por
parte de los doctores y de todo el sistema. En su carrera periodística había
demostrado su talento a la hora de escribir, con una prosa vívida y
expresiva, que le permitía darle profundidad a sus artículos. Su reportaje
sobre las condiciones en la institución expuso las injusticias del sistema,
especialmente en la negligencia en las admisiones, que se realizaban con el
más mínimo de los exámenes médicos. Las páginas de Bly no sólo revelan el
trato siniestro que se les daba a las pacientes en lugares como Blackwell,
sino también las historias de varias de sus compañeras, poniéndole rostro al
sufrimiento de miles de pacientes.



El reportaje la catapultó a la fama. En una época en la que los periodistas
raramente firmaban sus notas, ella lo hacía de manera constante. Se
convirtió en una celebridad, dando inicio a las llamadas “stunt girls”:
jóvenes periodistas que buscaban sorprender y escandalizar con historias no
apropiadas para señoritas.



Cuando ella empezó su meteórica carrera en el World, el paisaje medial
estaba dominado por dos hombres: Joseph Pulitzer (dueño del medio) y William
Randolph Hearst, (dueño del New York Journal). La competencia entre ambos
por vender la mayor cantidad de periódicos los llevó a adoptar un estilo
sensacionalista, con historias pensadas para vender miles de números. Nellie
Bly y las demás “stunt girls” encajaban perfectamente en este ambiente, con
historias espeluznantes que prometían escenarios escandalosos para el
público.



Después de su historia en los asilos, Bly fue contratada por el New York
World como periodista, infiltrándose en fábricas y cárceles para reportar
“desde adentro”. Este estilo de periodismo, del que Bly fue pionera, hoy
sigue existiendo en otros formatos, como el documental, siempre con el
objetivo de denunciar injusticia y demandar cambios.



Desde sus inicios en Pittsburgh, Bly se hizo famosa reportando los abusos de
los empresarios industriales y defendiendo los derechos de las mujeres. Sus
artículos trataban de temas tan diversos como la huelga de los trabajadores
de las ferrovías o su entrevista con la activista anarquista Emma Goldman.
Nellie Bly no tenía problemas en usar su subjetividad para destacar las
perspectivas de los menos privilegiados, usando su plataforma para
confrontar los abusos de los poderosos y darle una voz a los oprimidos.



En los años antes del voto femenino en Estados Unidos, muchas de las
sufragistas, impedidas de participar en la política tradicional, volcaron
sus actividades en distintos asuntos sociales, en las que podían influir en
los cambios que tanto anhelaban. El celo reformista de Bly en parte se debe
a que, como mujer, su participación en la vida pública estaba limitada. Su
trabajo le permitió promocionar los asuntos que buscaba en reformar, con una
audiencia de miles de lectores. No todo eran historias escandalosas, también
era conocida como una excelente entrevistadora de figuras como Goldman y
Susan B. Anthony, la sufragista más importante en Estados Unidos.



Su hazaña más conocida, junto con su ingreso al asilo, fue su vuelta al
mundo. Se la presentó a su editor como una historia en la que ella misma
intentaría circunnavegar el globo en menos tiempo del que le tomaba a
Phileas Fogg hacerlo en La vuelta al mundo en ochenta días. Originalmente el
editor no estaba muy dispuesto a apoyarla: la idea de una joven viajando por
el mundo sin una chaperona y con el equipaje mínimo era, quizás, demasiado
para la sociedad de la época. Pero Nellie insistió y se embarcó en el viaje
que la haría una leyenda. El New York World, junto con publicar sus
reportes, organizó una serie de concursos en los que el público tenía que
adivinar cuándo llegaría Bly a Nueva York, con un viaje a Europa para el
participante que estuviera más cerca del momento exacto de su llegada,
además de crear un juego de mesa después de la odisea.



Su aventura alrededor del mundo se tornó aún más cinematográfica cuando
Elizabeth Bisland, una periodista en la recién nacida Cosmopolitan, decidió
que haría el recorrido en sentido contrario para llegar antes. Las casas de
apuestas, al enterarse de esto, lanzaron sus propias especulaciones acerca
de cuál de las dos intrépidas mujeres sería la primera. Bly dio la vuelta al
mundo en 72 días, seis horas y once minutos, ganando por cuatro días.



En los años que siguieron, se aventuró en distintas carreras, pero siempre
regresó al periodismo, donde tenía la libertad de poder reportar y escribir
las historias que le apasionaban. Entre 1895 y 1912, se tomó el descanso más
prolongado de su carrera, al casarse con el industrialista Robert Livingston
Seaman, quien falleció en 1904, dejando a Bly a cargo de sus empresas, que
ella pronto descubrió que eran insolventes. En 1912, volvió al periodismo,
al mismo tiempo que intentaba rescatar los negocios de su marido.



Durante un viaje de negocios, Bly se encontró en Viena cuatro días después
del asesinato del Archiduque Francisco Fernando. La Primera Guerra Mundial
acababa de empezar y ella estaba en el corazón de la acción. Rápidamente
empezó a trabajar como corresponsal, siendo una de las primeras mujeres en
hacerlo. Como siempre, sus reportajes eran altamente subjetivos, pero
concentrados en mostrar las condiciones de los soldados: el estado de los
hospitales de campaña, la comida insuficiente en el frente. Si bien su viaje
originalmente estaba pensado para durar tres semanas, se tardó tres años en
volver a Estados Unidos. Hasta ese momento, el bloqueo de noticias le había
impedido acceder a la propaganda de los Aliados, con lo que Bly se encontró
favoreciendo a Austria en un ambiente en que predominaba la mirada
contraria. De hecho, la inteligencia militar tuvo que revisar sus papeles
para ingresar a su país, aunque desestimaron su riesgo para la seguridad
nacional. A su regreso se encontró con que había perdido el control de sus
negocios frente a su hermano, Albert. Empezó a trabajar como columnista,
respondiendo a las preguntas e inquietudes de mujeres y niñas.



En sus últimos años de vida, no dejó de lado sus inquietudes políticas. En
sus columnas abogaba por la liberación de las mujeres y el acceso a
anticonceptivos y otras formas de control de la natalidad, además de
continuar escribiendo para las noticias, desde donde se opuso a la pena de
muerte, entre otras causas sociales.



Cuando murió, en 1922, su amigo, el editor Arthur Brisbane la llamó “la
mejor reportera en Estados Unidos” y destacó la importancia de su trabajo
para las reformas sociales. Durante muchos años, sin embargo, cayó en el
olvido. Sus libros estaban fuera de circulación y no fue hasta el siglo xxi
en que su legado al mundo del periodismo empezó a valorarse. La influencia
de Bly no se limitó sólo a la aparición de las “stunt girls”, también creó
una forma de periodismo que obligaba a los reporteros a involucrarse en sus
historias. Junto a otras periodistas, como Ida B. Wells, la reportera
afroamericana que llevó los linchamientos de personas negras en el sur a las
primeras planas de los medios más importantes, Bly utilizó el periodismo
como una plataforma para el activismo reformista, obligando a la sociedad a
ser testigos de los horrores que se imponían a los grupos más vulnerables.

  _____





--
El software de antivirus Avast ha analizado este correo electrónico en busca de virus.
https://www.avast.com/antivirus


------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: http://listas.chasque.net/pipermail/boletin-prensa/attachments/20220313/ef7978a5/attachment-0001.htm


Más información sobre la lista de distribución Boletin-prensa