Colombia/ Los hombres violados en la guerra rompen el silencio. [Javier Sulé Ortega]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Dom Mar 20 21:25:49 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

19 de marzo 2022

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Colombia



Los hombres violados en la guerra rompen el silencio



La violencia sexual en el conflicto armado colombiano ha dejado huellas y
afectaciones imborrables también en miles de varones. Un grupo de 81 de
ellos ha decidido visibilizarse con la entrega este jueves de un informe a
la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en el que relatan los horrores
que sufrieron por esta práctica criminal que tanto daño se sabe hizo a las
mujeres



Javier Sulé Ortega, desde Bogotá

El País, 18-3-2022

https://elpais.com/



Las mujeres en Colombia fueron en una magnitud inimaginable las principales
víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano. El
Registro Único de Víctimas (RUV) señala que de las 31.495 personas
registradas, el 92,58% son mujeres. Pero en la guerra colombiana, en menor
medida, los hombres también fueron objeto de violencia sexual. El 5,81% de
los registrados por el RUV son varones, esto es 2.140.



Nelson Toscano es uno de ellos y durante años ocultó lo que le pasó. Fue
violado dos veces. La primera por paramilitares cuando tenía nueve años. La
segunda a los 17 por la guerrilla del Ejército Nacional de Liberación (ELN).
Se había criado en las afueras de la ciudad de Cúcuta, en la frontera con
Venezuela, donde el conflicto armado se vivió y se vive con mucha
intensidad. “Los paramilitares habían asesinado a mi papá. Todos los días
veía muertos, desaparecían a gente y está la frontera con presencia de todos
los grupos armados ligados al narcotráfico”, explica.



Toscano vive ahora en Bogotá. No le gusta volver a su tierra porque le trae
malos recuerdos pero ya habla abiertamente de su historia, de cómo la
primera violación fue con la complicidad de un tío suyo cuando le pidió que
le acompañara supuestamente a comprar unas pinturas. Su abuela le dio
permiso. Ya en el coche, advirtió que llevaba unas armas para entregar. En
la entrega, lo dejó esperando un buen rato junto a dos hombres. “Cuando mi
tío regresó le conté llorando lo sucedido y él me amenazó diciendo que mejor
me quedara callado y no se lo contara a nadie si no quería ver a mi abuela
muerta”, recuerda. Ocho años después ocurrió nuevamente. Trabajaba con un
amigo descargando materiales de construcción. En un viaje llevando carga les
paró la guerrilla del ELN. Les retuvieron, pintaron grafitis al camión y les
llevaron a una finca abandonada. “De ese día guardo una cicatriz en el brazo
después de tratar de resistirme. Cuando me dejaron encontré a mi amigo
llorando y me contó que también lo habían violado. No aguanté más y me vine
a la capital. Él se suicidó meses después”.



El de Germán Mosquera (nombre cambiado) es otro caso. No aparenta tener 64
años. Nació en una vereda de la región del Chocó, en el Pacífico colombiano.
Vivió toda su vida en medio de la zozobra pero criaba gallinas, tenía
marranos, sembraba arroz, cortaba plátano y pescaba todos los días. Apenas
entraron los grupos armados todo se acabó, dice. Un día del año 2004
guerrilleros de las FARC llegaron a su casa. Mataron a su hijo mayor delante
de él, luego vio como violaban a su esposa y ella vio como lo violaban a él.
“El que se resistía lo amarraban y hacían lo que querían. Era eso o la
muerte. Después de violarme me marcaron cortándome un pedazo de oreja con
una navaja”. No tenían posibilidad de marcharse y días después, otros
hombres de las FARC volvieron a su hogar para repetir lo mismo. Dice que le
acusaban de auxiliar a los paramilitares. “Y qué podía hacer si los paracos
pasaban y te pedían un vaso de agua”, explica resignado.



Las secuelas físicas y psicológicas que la violencia sexual deja en los
hombres son también muy fuertes. Toscano reconoce que no supo nunca cómo
manejar la situación. La primera vez era niño y dice no tenía suficiente
conocimiento de lo ocurrido. No lo veía normal pero nunca lo vivió como una
violación. “Solo sé que me volví agresivo. Pensaba que nadie era capaz de
comprender lo que estaba viviendo ni lo que sentía. La segunda vez si fui
más consciente y lo primero que hice fue venirme para Bogotá por la
vergüenza y por el temor a que volviera a suceder. Desde entonces sufro de
hemorroides, he pasado por cuadros depresivos y algún intento de quitarme la
vida. El tema emocional es complejo y el suicidio de mi amigo me afectó
mucho”.



Para Toscano, cuando a un hombre lo violan lo primero que busca es proteger
su masculinidad. “Mujeres víctimas me explicaban que una mujer lo primero
que hace es separar su ser mujer del cuerpo. Hay una intención de salirse de
ese cuerpo, de no reconocerlo, de no cuidarlo. Y eso repercute en su físico
y en sus emociones. En cambio, el hombre quiere ante todo blindar esa parte
de macho y trata que no se sepa para que no se ponga en entredicho su
masculinidad”.



Mosquera, por su parte, trata de olvidar. “Con mi esposa nunca hablo de eso.
A ella ya le habían violado antes y también a mis hijas de 12 y 16 años en
aquel tiempo. Todo eso era secreto. Cuando me violaron por segunda vez, me
escondí en el monte y en cuanto pudimos nos desplazamos a Bogotá”. Le duele
ser desplazado. Lleva 16 años en la capital pero la ciudad le estresa. “La
vida aquí es dura. Primero sentimos el racismo y nunca encontré trabajo.
Quería ser barrendero pero por edad nunca me cogieron. Me refugié en la
Iglesia. La palabra de Dios y la Biblia es lo que a uno le sostiene. En
cuanto a mi salud nunca fui al médico, pero me duele cada vez que voy al
baño”, asegura.



Romper el silencio no ha sido fácil para estos hombres y es fruto de un
largo proceso en el que Ángela María Escobar ha sido una de lar artífices en
conseguirlo tras ganar su confianza. Ella es coordinadora de la Red de
Mujeres Víctimas y Profesionales y miembro de la Junta del SEMA, la red
global de víctimas y sobrevivientes de violencia sexual que impulso el
ginecólogo congolés Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz en 2018. Esta
reconocida defensora de los derechos de estas víctimas ha sufrido tres
violaciones en su vida, una de ellas por paramilitares y que la obligó a
desplazarse y a tener que vivir sin nada en la ciudad hasta el punto de
verse obligada a prostituirse.



Escobar ha logrado entender las razones por las que estos hombres decidieron
visibilizarse. “Ellos quieren demostrarle a este país y al mundo que a ellos
también los violan, que la violación fue como una forma de castigo para que
ellos sintieran que por mucho que lo fueran ya no tenían ese poder de
hombre. Quieren romper ese estigma de tener que pasar la vergüenza que les
digan que si les violaron se volvieron homosexuales”.



Y es que para los hombres hablar de violencia sexual ha sido difícil y han
tratado de mantenerlo más oculto. Nelson Toscano dice que no lo hubiera
hecho de no estar vinculado a los procesos de atención a víctimas de la
Unidad de Investigación y Acusación (UIA) de la Jurisdicción Especial para
la Paz (JEP) y de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales. Allí conoció a
otros que pasaron por situaciones similares. Hoy Toscano es un activista
social que coordina un grupo focal regional de hombres heterosexuales
víctimas de violencia sexual. “Este proceso ha sido transformador. Otras
víctimas ven en mí un referente y eso me enorgullece. El proceso me ha
ayudado a comprender el valor que tiene la mujer en la sociedad. Todos hemos
sido víctimas de violencia sexual pero mayoritariamente ese peso lo han
llevado ellas. Pues si nos violan pueden contagiarnos alguna enfermedad de
transmisión sexual al igual que a ellas pero no vamos a tener un hijo
producto de esa violación”.



Afectaciones diferenciadas



María Ángeles Escobar quiere dejar también claro que las mujeres sufren
mayores afectaciones. “En los hombres se identifica mucho el problema de la
hemorroides, pero muchas mujeres sufren embarazos, fístulas vaginales,
mordiscos en los senos, y mutilaciones... Al hombre lo violan con un acceso
carnal violento con el pene pero no hay ese ensañamiento que sufrimos muchas
mujeres”.



La Red de Mujeres Víctimas y Profesionales en alianza con el equipo de
enfoque de género de la UIA llevan tiempo trabajando con estas víctimas. Lo
hicieron impulsando grupos focales de hombres, mujeres, hombres GBTI,
mujeres trans, mujeres indígenas y jóvenes víctimas de reclutamiento
forzado. Esta estrategia les ha permitido identificar que los impactos y las
consecuencias de esta práctica en la guerra se vive de forma diferenciada a
partir de las identidades diversas.



Por su parte, la JEP es un mecanismo de justicia transicional con enfoque
restaurativo creado en el marco de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y
la guerrilla de las FARC para satisfacer los derechos de las víctimas a la
justicia, ofrecerles verdad y contribuir a su reparación. Tiene capacidad de
juzgar los posibles crímenes y actos delictivos que cometieron la Fuerza
Pública y las FARC en el marco del conflicto.



A Pilar Rueda, asesora en género de la UIA en la JEP, también le reconocen
el mérito de haber conseguido visibilizar la causa de los hombres. “Me
parece interesante que aprovechen ese camino abierto por las mujeres para
empezar a denunciar y entender lo que significan estas prácticas machistas
en la guerra”, dice. A través de talleres y capacitaciones se ha ido así
promoviendo el reconocimiento de las víctimas de violencia sexual y sus
propuestas, y se ha puesto en evidencia los obstáculos que tienen las
víctimas para acceder a la justicia y su importancia en la construcción de
paz.



Los impactos y las consecuencias de la violencia sexual en la guerra lo
viven de forma diferenciada las víctimas a partir de sus identidades
diversas

Todo un proceso que tuvo un punto de inflexión este jueves 17 de marzo con
la entrega oficial del informe a la JEP sobre violencia sexual contra
hombres en el conflicto armado y en el que 81 hombres heterosexuales en su
gran mayoría, pero también gays, bisexuales y trans explican lo que les
sucedió a este mecanismo judicial creado en el marco de los Acuerdos de Paz
de La Habana para que les reconozca y les repare como víctimas. Su gran
anhelo es que la JEP, como ha hecho con el secuestro o el reclutamiento
forzado, abra una macrocausa por violencia sexual, tal y como piden también
las mujeres víctimas y organizaciones que defienden sus derechos.



Nelson Toscano confía que así sea. “Queremos buscar esa justicia que la
violencia sexual nunca ha encontrado en este país. No perdemos la esperanza
que pueda suceder algo que realmente sea reparador”, dice. Para Ángela María
Escobar no abrir la macrocausa por violencia sexual supondría una
indignación muy grande para todas las víctimas. “Fue una práctica
sistemática en la guerra, todos los grupos armados violaron. A través de la
justicia ordinaria no hemos conseguido nada. Se han presentado más de 1.680
denuncias y todas en la impunidad. Nuestra esperanza está en la JEP pero si
hay que ir hasta la Corte Penal Internacional iremos”.



Pilar Rueda, desde la JEP, reconoce el esfuerzo de víctimas y organizaciones
entorno a la necesidad de abrir macrocasos de violencia sexual. “De todo
este proceso, me quedo con que las víctimas se han empoderado y organizado.
La JEP está avanzando en incluir la violencia sexual en los macrocasos y
creo que ahí puede desarrollarse metodología que permita entender cuál fue
el rol de los diferentes actores en este tipo de abuso durante el conflicto
y eso ya daría respuesta a las víctimas”.

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