México/ «Hey, muchacha, te quiero sacar unas fotos» [Misael Habana de los Santos]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Mayo 24 22:41:33 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

24 de mayo 2022

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México



«Hey, muchacha, te quiero sacar unas fotos»



En 1967, Mario Mutschlechner, un fotógrafo alemán al que llamaban «gringo»,
llegó a la remota zona mixteca de la Costa Chica oaxaqueña. Ahí fotografió a
una niña con los pechos desnudos, como las mujeres solían ir. A 50 años,
esta es la historia de aquella niña y aquel «gringo».



Misael Habana de los Santos, en Huazolotitlán, Oaxaca

Pie de Página, 21-5-2022

https://piedepagina.mx/



Esta vez ella se plantó frente a la cámara con la natural seguridad de una
top model.  Hace 54 años lo hizo con la inocencia de una niña sin saber que
estaba frente una máquina fotográfica, en manos del alemán Mario
Mutschlechner que inmortalizaría su imagen en la portada del libro Nundeui
(Al pie del Cielo, en Mixteco) editado cuatro décadas después por el
Conaculta.



Igual que entonces, con los pechos al aire, como acostumbraban andar las
mujeres mixtecas de la Costa Chica de Oaxaca, con total seguridad, natural
elegancia, aceptó posar para la cámara mostrando los pechos con los que
amantó a seis hijos.



Recuerda cuando aquel “gringo”, Mutschlechner, disparó su cámara a una niña
de 13 años de pechos diminutos, rebeldes, que apuntaban al río.  Una
indígena mixteca originaria de la cabecera municipal de Chayuco, Mixteca
Baja de Oaxaca, que testimoniaba in situ una cultura ancestral que desde ese
tiempo iniciaba un camino sin retorno rumbo a la occidentalización.



“Realmente me pareció increíble, le tomé unas cuantas fotos y me fui. No
supe de ella nunca más, ni siquiera supe su nombre. Después la bauticé como
Candelaria, que me parece un nombre típico de las mujeres de la región’’,
asegura el fotógrafo que en 1967 llegó a este lugar y como Gauguin se
encontró con la otra esquina del paraíso.



Candelaria Esperanza Margarita…



La niña no se llamaba Candelaria. Tenía 13 años de edad, su nombre es
Esperanza como le puso su tía en el Registro Civil cuando quedó huérfana. Al
nacer fue registrada como Margarita Martínez, con un solo apellido, la que
hoy es una abuela de 66 años que radica en Huazolotitlán, y donde se juntó
con el padre de sus seis hijos.



Desde hace mucho Mama Lancha, como conocen a Margarita la Candelaria del
fotógrafo teutón, vive separada de su marido; es una mujer alegre que le
gusta la fiesta, la cerveza, las que ingiere con sus amigas en los fandangos
cuando zapatean las chilenas.



“Yo no tuve vergüenza, andaba con mi cántaro en la cintura, con mi jícara en
la cabeza, y así dejé que me sacara las fotos”, me dice en Castilla, como
ella llama al español con un ligero acento a mixteco.



Mamá Lancha recuerda que cuando era niña pasaba el tiempo corriendo y
jalando papalotes de colores de papel de china que elevaban hasta la punta
del cielo. Dice que una vez le dijo un señor en Chayuco, el pueblo donde
nació: “estabas chiquita, jugabas con tus chiches al aire”.



“Si nadaba en el arroyo, corría el agua fría que bajaba del cerro. Yo corría
chirunda, sin pantaletas. Con mis tres amigas nos íbamos desnudas a nadar al
río”, recuerda con nostalgia la infancia inocente de aquellos años.



Cómo si cincuenta años no fueran nada, Margarita, recuerda al fotógrafo
alemán como el gringo que “anda mucho, en cada una de las casas de la gente
del pueblo”.  Recuerda que llegó a su casa y que les dio el saludo. Ella
respondió “pero yo tenía miedo de ver a un señor que no conocía”.



Él me dijo, “hey, muchacha, te quiero sacar unas fotos”.



“‘¿Para qué?’,  le pregunté. ‘¡Nomás quiero sacar unas fotos, ya anduve por
todo el pueblo y no encuentro otra como tú!’. Le dije que sí y me toma la
foto con mi cántaro”.





“Como quince días o un mes después, el mismo señor que le ayudaba un mixteco
de Jamiltepec, Mushlechner le envió lo que llamó la foto, en blanco y negro,
donde estaba yo, mi cara, mi cuerpo que solo había visto reflejada en el
río. Me dice: ‘ten’. Yo le dije: ‘¿qué estoy loca?, ¿Para qué quiero yo
eso?’. Enrollé el papel, la hice pedazos y lo eché a la lumbre”.



Mario Muschlechner dejó su patria en 1967, una Alemania que se levantaba de
una guerra perdida, “donde sus habitantes se dedicaban a trabajar sin ver
bienes materiales, un sistema estricto, disciplinado y gris. Era un panorama
muy triste, muy limitado”.



Gauguin en Pinotepa



Formado en la fotografía industrial en Stutgarth quería encontrar un
contrapeso a esa sociedad mecanizada y deshumanizada fue así como dirigió
sus pasos a México. Viajó sin hablar español. Meses después llegó a Oaxaca,
pasó por la costa chica en un viaje de aventura. Y ahí vino el enamoramiento
con esa cultura, “vi una muchacha que estaba tejiendo en su telar de cintura
en Pinotepa de Don Luis. Cuando vi esta escena pensé inmediatamente en los
cuadros de Paul Gauguin y también pensé en el México antiguo, y me dije a mi
mismo: ‘quiero hacer un ensayo fotográfico, sobre esta comunidad
originaria’”.



De regreso a la Ciudad de México se encontró con el director del INI de
aquel tiempo, el doctor Alfonso Caso, “le dije cuál era mi plan, y él
felizmente me apoyó recomendándome con el INI de Jamiltepec y así empecé
esto. No sabía nada de la Costa Chica oaxaqueña, sabía muy poco de México.
Hice este trabajo realmente con pura intuición”.



Con quién, ahora sabe, se llama Margarita, dice que “fue un encuentro muy
emotivo. Lo que buscaba eran muchachas guapas, bellas, buena luz y una
atmósfera pacífica y esto encontré en esta muchacha. Alguien me dijo: ‘ahí
vive una muchacha que es muy bonita’, me la presentaron y bueno no le pude
hablar porque ella solamente hablaba mixteco y en aquel tiempo yo hablaba
muy poco español”.



«Ven si quieres, aquí hay muchas piedras»



Margarita recuerda el primer encuentro con el gringo: “pasaba por el río el
fotógrafo y se queda mirando como las tres(niñas) jugábamos chirundas con el
agua del arroyo. Le dijo a una de ellas: ‘ven, quiero agarrar tus chiches’.
Le dije: ‘ven, si quieres aquí hay muchas piedras’. Ya no se acercó… porque
si hubiera ido, le doy con la piedra en la cabeza”. La fotografía de la
portada del libro vino después.



Mario ha sido acusado de voyeur. Él se defiende y reconocidos intelectuales
como Carlos Montemayor salieron a la defensa del fotógrafo valorando su
trabajo de preservación, casi antropológico en esta región.



“Este regreso a la Costa Chica, diciembre del 2017, cincuenta años después
de las fotos del libro, fue para mí revelador, por qué la gente de la región
estaba encantada con las fotografías por la forma que yo retraté o capté,
esa es la palabra, la belleza y la inocencia, de sus madres y abuelas”.



Alguien subió las fotos del libro a las redes sociales y de esta manera la
gente de Costa Chica las conoció y celebró su existencia. Pero en Facebook,
dice Mario “taparon los senos, por qué estamos en nuestra cultura
occidental, determinada por valores de Hollywood y de la religión judeo
cristiana”.



Y las personas en aquel tiempo, dice el fotógrafo “eran una total inocencia,
y realmente, llamarme un voyeur es totalmente inadecuado. Yo diría que es
una ofensa, por qué mi visión de todas estas cosas, es una visión también de
absoluta pureza y limpieza”.



Lo que yo vi en la mixteca baja en 1967, dice el autor de Ñundewui, “es una
pureza que nuestra cultura ya perdió gracias a Hollywood y gracias también a
estas religiones judeocristianas que consideran estar semidesnudos como algo
malo que no lo es y los antepasados de estas mujeres me lo confirmaron y eso
para mí es muy importante”.



Margarita Martínez, hoy vestida de pozahuanco teñido con caracol púrpura
panza de cola y con mandil que les impuso el INI cuando llegó por acá, para
cubrirles los senos y homologarlas con las mujeres mestizas y negras de la
región, nos cuenta:



“Mis chichis estaban chiquititas, antes no sabía cuántos años tenía, creo
que 13. Porque a los 15 años los chiches ya están grandes, los chiches nacen
cuando ya está grande la mujer y yo era una niña; a los 15 años baja la
regla, y a mí no, yo andaba chirunda, ni pantaleta, no usaba nada, hasta
ahorita no uso porque no se acostumbraba”.



Su pobreza era tal que para cobijarse por las noches en su choza de namayutu
y techo de palma, dice: “mi mama me tapaba con la misma nagua con que me
vestía.  Qué ropa ni que nada; hasta la fecha estoy pobre, enferma. A veces
lloro por el dolor, me da fuerte, porque tengo una piedra, tengo una bola
grande, dice el doctor que tengo una piedra”.



La antigua violencia



Antes de enfrentarse a la experiencia de la fotografía, Margarita recuerda
lo que había ocurrido años atrás. Dice que su madre es indígena mixteca pero
su padre vino de Veracruz. “Yo creo que mató a alguien allá por eso se salió
y llegó huyendo hasta Chayuco. Se juntó con ella. Mi papá no estaba bueno de
la cabeza; mi papá le metió un cuchillo a mi mamá… Nada más la lastimó, pero
no la mató. Cuando yo tenía un mes de nacida se fue mi papá y mi mamá me
decía: ‘tú no tienes papá, ya se murió’”.



Pasados algunos años “yo ya estaba  más grande, se apareció quien decía ser
mi papá y me dijo: ‘soy tu papá, hija’. ‘No es verdad’ le dije; ‘yo no tengo
papá; hace años que se murió. Mi mamá dijo que mi papá estaba muerto’. Mi
hermano, que ya era grande también y se llama Maurilio, me dijo: ‘es papá,
pero papá ya no vive con mamá’”.



“Cuando mi papá llegó, yo estaba sola en la casa. Él llega frente a mí se
desnuda, se baja el calzón y me enseña su pito; me dice señalando su pito:
‘éste agarró tu mamá por eso eres mi tu mi hija’. Por esas cosas de mi padre
mi mamá le tenía miedo. Un día ella agarró un palo y lo chingó. Porque él
hacía cosas que no estaban bien y se fue, nunca más volvió. Mi papá se murió
años después, en Pinotepa”.



Por su parte Muschlenner continuaba su aprendizaje de México y revalora su
trabajo con los mixtecos de Costa Chica.



“Los primeros libros que había leído fueron de Ángel María Garibay, poesía
indígena de altiplano que me impresionó profundamente y entonces en los años
siguientes, me di cuenta que algunas de mis fotos coincidían con algunos
poemas de los antiguos mexicanos, y entonces los junté y así se creó el
concepto de ese trabajo que finalmente, 40 años después haber sido
realizadas las fotos se publicaron en el libro Ñundewuie, Al Pie del Cielo.



«Tú tienes tus chiches bonitas»



Margarita conoció en Huazolotitlán a quien sería su marido y que le dio una
vida de maltratos hasta que decidió dejarlo.



“Mis dos hijas no me querían ver porque yo ya no quería vivir con su papá.
‘Cómo voy a vivir con tu papá’,  les decía, ‘si yo sufro mucho. Aunque sea
una pieza de manta, la agarro y la vendo, pero con tu papá ya no quiero
nada’”, y se separó.



Este diciembre pasado visité a Margarita, la encontré vital, vestida de
fiesta, el cabello negro zanate natural, dice que su hijo vio la foto del
libro y le dijo: “mamá, qué bonita eras”. Se ufana de que no se le noten los
años, dice:



“Me preguntan sí le di chiche a mis hijos, yo les digo sí. Donde voy a
encontrar dinero para comprar leche. ‘Pero tus chiches’, dicen, ‘están bien
bonitas, no están aguadas’, me dicen. Pero yo con mis pechos le di de comer
a mis hijos cuando nacieron”.



En el último mes de 2018,  Muschlechner, presentó su libro en la tierra que
lo inspiró, en Jamiltepec, ahí ratifica lo que vio aquí hace cincuenta años.



“Vi un paraíso tropical, aunque yo quise crear un paraíso sabiendo muy bien
que no era un paraíso y a la vez sí lo era. La idea no es regresar a la
naturaleza como lo hacen los pueblos originarios, mi idea, mi concepto de mi
vida es encontrar una forma de cómo podemos coexistir y colaborar de una
manera respetuosa e inteligente y económicamente viable con la naturaleza. Y
eso fue el concepto que estaba detrás de ese trabajo. Quise crear un
paraíso, quise crear fotos de una atmósfera de tranquilidad, de paz. Sentía
que no lo había hecho suficientemente bien”.



Fotos posadas



Le digo al entrevistado que hay dos o tres fotos en el libro que parecen
posadas. Mario responde: “en Santa María Nutiu conocí a un maestro de
escuela que se llamaba Félix Cosío Mendoza y él fue de las pocas personas
que tenía confianza en mí. Unos de mis sueños fue fotografiar a unas bellas
indígenas en el río, bañándose o estando en el agua”.



El maestro bilingüe tenía una hermana que se llamaba Luisa que era muy
guapa, recuerda Mario, “él la animó y así fuimos nos fuimos al río y este
fue uno de los pocos casos donde yo no fotografié a las muchachas tal cual,
y como estaban frente a sus chozas o en sus actividades diarias, sino las
llevé al río y ahí hice estas fotos. En esas fotos parece que no había nadie
ahí, que nada más ellas. Nosotros hicimos las fotos, atrás de nosotros y
naturalmente estaba todo el pueblo de voyer, de mirón, porque naturalmente
era un evento increíble que vengan ahí unas gentes a tomar unas fotos, en
aquella época que nunca, ni siquiera habían visto un coche, una gente rubia
y todo eso, es decir, no estábamos solos, pero yo me tomé mucho tiempo hasta
que las muchachas estaban totalmente relajadas y finalmente hasta se
olvidaron de mi presencia y ahí tome las mejores fotos”.

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