Libros/ Trotsky, de cerca y por dentro, a la ida y a la vuelta. [Leonardo Padura]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Mar Mayo 24 22:56:03 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

24 de mayo 2022

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Libros




Trotsky, de cerca y por dentro, a la ida y a la vuelta



‘Babelia’ adelanta el prólogo del escritor cubano a ‘La fuga de Siberia en
un trineo de renos’, (Editorial Siglo XXI & Clave Intelectual) el libro en
el que el político narra su condena al norte del Círculo Polar Ártico, que
se publica por primera vez en castellano.



Leonardo Padura

El País, 24-5-2022

https://elpais.com/babelia/



En agosto de 2020, al cumplirse los ochenta años del asesinato de Lev
Davídovich Bronstein, Trotsky, a manos del agente estalinista Ramón
Mercader, recibí una cantidad sorprendente de peticiones de entrevistas,
invitaciones a escribir artículos y también convocatorias a participar en
mesas de debate sobre aquel hecho histórico. Al mismo tiempo me llegaban de
diferentes partes del mundo, pero en especial de países latinoamericanos,
informes diversos dedicados a rememorar y valorar, con la perspectiva del
tiempo transcurrido, el crimen del 20 de agosto de 1940 en la casa del
profeta desterrado, en la delegación mexicana de Coyoacán.



¿Qué curiosidad histórica, qué reclamo del presente podía haber provocado
aquel renovado e intenso interés en la figura de Trotsky a casi un siglo de
su muerte? En un mundo globalizado, digitalizado, polarizado de la peor
manera, dominado por el liberalismo rampante y triunfante y, para colmos,
azotado por una pandemia de proporciones bíblicas que ponía (y sigue
teniendo) en jaque el destino de la humanidad, ¿a qué venía tal expectativa
por recuperar el destino de un revolucionario soviético del siglo pasado
que, por cierto, había sido el perdedor en una disputa política y personal
que se pretendió cerrar con su asesinato? ¿Qué podían decirnos a estas
alturas ­en estas coordenadas históricas y sociales­ el crimen de 1940 y la
figura de la víctima de un furibundo golpe de piolet ordenado desde el
Kremlin soviético?[1] ¿Trotsky y su pensamiento aún tenían vigencia,
capacidad de transmitirnos algo útil para nuestro turbulento presente, tres
décadas después de que desapareciera la Unión Soviética que él había
contribuido a fundar?



La constatación de que determinados sectores del pensamiento, la política y
el arte de estos tiempos aún se sienten convocados por las peripecias
vitales y los aportes filosóficos y políticos de Lev Davídovich Trotsky
puede tener un primer correlato (y otros muchos). Y esa primera dilucidación
acaso reafirme (al menos así lo pienso) que, derrotado en la liza política,
el exiliado resultaba ser un maltrecho vencedor en la disputa histórica
proyectada hacia el futuro; de esta última, a diferencia de sus asesinos, él
ha salido como un símbolo de resistencia, coherencia y, para sus seguidores,
hasta como encarnación de una posibilidad de realización de la utopía. Y ha
ocurrido este peculiar proceso no solo por la forma en que fue asesinado,
sino, desde luego, por los mismos motivos que llevaron a Iósif Stalin a
liquidarlo físicamente y a los estalinistas del mundo a borrarlo hasta de
las fotos, de los estudios históricos y de los recuentos académicos. Un
Stalin y unos estalinistas que –siempre habrá que repetirlo– no solo
ejecutaron a la persona de Trotsky y pretendieron hacerlo con sus ideas,
sino que a golpes de autoritarismo socialista también se encargaron de
liquidar la posibilidad de una sociedad más justa, democrática y libre que
en un momento se propusieron fundar hombres como Lev Davídovich. El mismo
que, joven recién salido del partido menchevique, en 1905 llegó a decir que
“para el proletariado, la democracia es en todas las circunstancias una
necesidad política; para la burguesía capitalista es, en ciertas
circunstancias, una inevitabilidad política”… sentencia clave que, de
haberse puesto en práctica, quizá habría cambiado el destino de la
humanidad.



No puede extrañarnos, entonces, que la recuperación y publicación, por
primera vez en lengua española, de un texto de Lev Davídovich (o León
Trotsky) provoque un justificado interés. Porque, dentro de la abultada
bibliografía del hombre que incluso redactó una minuciosa autobiografía (Mi
vida, publicada en 1930, obra que se cierra con el episodio de su destierro
hacia la Unión Soviética oriental, inicio de su exilio definitivo), las
páginas de La fuga de Siberia en un trineo de renos (en el original, Tudá i
obratno; esto es, Viaje de ida y vuelta) sirven para entregarnos las armas
de un joven escritor y revolucionario, cuya imagen, tan conocida, se
redondea más aún con esta curiosa obra.



Y es que La fuga de Siberia, que Davídovich publicó en 1907 con el seudónimo
de N. Trotsky bajo el sello de Shipovnik, es un opúsculo que, por la
cercanía entre los sucesos narrados y su redacción –por la coyuntura
histórica en que ocurren esos acontecimientos, la edad y el grado de
compromiso político de su autor en el momento de vivir lo que narra y, de
inmediato, decidirse a plasmarlo–, nos entrega a un joven Trotsky casi en
estado puro. Y esto en todas sus facetas: la de político, la de escritor, la
de hombre de cultura y, sobre todo, la de ser humano.



Por ello, desde ahora me parece necesario advertir que las páginas de La
fuga de Siberia narran la historia personal y dramática del segundo
destierro de Davídovich hacia las colonias penales de Siberia (su primera
deportación, vivida entre 1900 y 1902, había sido un período de crecimiento
político y filosófico del que salió fortalecido e, incluso, con el seudónimo
de Trotsky con que luego sería conocido) y las tremendas peripecias de su
fuga casi inmediata, esta vez en el invierno de 1907. Toda una aventura
vivida a resultas del llamado “Caso Soviet”, cuando el autor, junto con
otros catorce diputados, fue juzgado y condenado a deportación indefinida y
pérdida de los derechos civiles[2] a raíz de los sucesos ocurridos en San
Petersburgo alrededor de la creación y el funcionamiento del Consejo o
Soviet de Delegados Obreros, que el propio Trotsky lideró durante sus
semanas de existencia, en los meses finales del convulso año de 1905.



El texto, entonces, nos remite a un tiempo en que la vida política y
filosófica de su autor estaban en el centro de los debates que definirían
los rumbos por los que más tarde se moverían su pensamiento y acción
revolucionarios, caldeados por esa experiencia vertiginosa del primer Soviet
de la historia, en 1905, madurados en el fructífero exilio que viviría a
partir de 1907 y concretados en la Revolución de Octubre de 1917, durante la
cual sería nuevamente protagonista. Y de esta trayectoria emerge como una de
las figuras centrales del proceso político que desemboca en la fundación de
la Unión Soviética y la siempre polémica instauración de una dictadura del
proletariado.



El Lev Davídovich de estos momentos es el revolucionario impulsivo y de pelo
revuelto que, al decir de su reconocido biógrafo Isaac Deutscher, encarnaba
el grado más alto de “madurez” que el movimiento [revolucionario] había
alcanzado hasta entonces en sus aspiraciones más amplias: al formular los
objetivos de la revolución, Trotsky iba más lejos que [Iuli] Mártov y que
Lenin, y estaba en consecuencia mejor preparado para jugar un papel activo
en los acontecimientos. Un infalible instinto político lo había llevado, en
los momentos oportunos, a los puntos neurálgicos y a los focos de
revolución.[3]



En ese trance, vemos también al pensador que pronto escribe Resultados y
perspectivas. Las fuerzas motrices de la revolución, su principal obra del
período, donde presenta los enunciados fundamentales del futuro trotskismo,
incluida la teoría de la Revolución Permanente.[4] En esas páginas, Trotsky
mismo advierte, con la lucidez política que muchas veces (no siempre) lo
acompaña:



En la época de su dictadura, […] la clase obrera tendrá que limpiar su mente
de falsas teorías y experiencias burguesas, y purgar sus filas de
charlatanes políticos y revolucionarios que solo miran hacia atrás… Pero
esta intrincada tarea no puede resolverse colocando por encima del
proletariado a unas cuantas personas escogidas… o a una sola persona
investida con el poder de liquidar y degradar.[5]



Las páginas de La fuga de Siberia, sin embargo, no se convierten en un
alegato político ni en una obra de propaganda o reflexión: sobre todo,
relatan la historia personal y dramática (recogida de modo muy sucinto en Mi
vida) que nos entrega a un Trotsky observador, profundo, humano, por
momentos irónico, que otea a su alrededor y expresa un estado de ánimo o
toma la fotografía de un ambiente que, sin duda alguna, se revela extremo,
exótico, casi inhumano.



* * *



Concebido en dos partes perfectamente diferenciadas (’La ida’ y ‘La
vuelta’), el testimonio de estas experiencias sigue todo el proceso de
traslado hacia el destierro de Trotsky y los otros catorce condenados por su
participación protagónica en la Revolución de 1905. En efecto, el relato
abarca desde la salida de la cárcel de la Fortaleza de Pedro y Pablo, en San
Petersburgo, el 3 de enero de 1907 (recinto donde había estado durante todo
el año 1906 dedicado a escribir) hasta la llegada al poblado de Beriózov, el
12 de febrero de 1907, penúltima parada de un tránsito que debía terminar
allí donde se cumpliría la condena, la remota localidad de Obdorsk, un
paraje ubicado varios grados al norte del Círculo Polar Ártico, a más de
1.500 verstas de la estación de ferrocarril más cercana y a 800 de una
estación telegráfica, según el propio escritor.[6]



A continuación, y con un visible cambio de estilo y concepción narrativa, el
libro cuenta, siempre en primera persona, la crónica de la fuga de Trotsky
desde Beriózov (donde consigue permanecer, fingiéndose enfermo, mientras sus
compañeros siguen adelante). Con su esperpéntico guía, tomará desde allí
rumbo al Sudoeste, en busca de la primera estación de ferrocarriles en la
zona minera de los Urales para concretar su regreso a San Petersburgo, desde
donde partirá al exilio en el que, pocos meses después, tendría su primer
encuentro –el que quizá ya desde el primer instante iba a definir su suerte–
con el exseminarista Iósif Stalin.



El primer elemento que singulariza la concepción de La fuga de Siberia
radica en que la mitad inicial está montada con las cartas que Trotsky le
fue escribiendo a su esposa, Natalia Sedova, a lo largo de cuarenta
extenuantes jornadas, mientras sus compañeros y él realizaban el recorrido
hacia el destierro. Esa estrategia epistolar, casi como de un diario de
viaje escrito sobre la marcha, define el estilo y el sentido del texto, pues
lo narrado refleja una realidad recién vivida en la que no existe un posible
conocimiento del futuro, como habría ocurrido con la redacción evocativa de
lo ya conocido.



El relato, que comienza con una carta del 3 de enero de 1907, cuando Trotsky
y sus compañeros de condena son trasladados hacia la cárcel provisoria de
San Petersburgo, se extiende hasta la epístola del 12 de febrero, escrita ya
en Beriózov, donde por consejo de un médico el autor finge un ataque de
ciática para permanecer allí e intentar la fuga.



En todo este tiempo y trayecto, que comienza en tren y (desde finales de
enero, en el poblado de Tiumén) continúa en trineos tirados por caballos,
Trotsky y los demás condenados desconocen el destino final que les ha sido
asignado y cuándo llegarán a él, por lo que se crea una expectativa cercana
al suspense. Como era de esperar tratándose de correspondencia que podía ser
revisada, en ningún momento el autor revela sus planes de fuga, aunque habla
de las previsibles huidas de condenados que se producen con una frecuencia
elevada. “Para hacerse una idea acerca del porcentaje de fugas, basta con
saber que de los cuatrocientos cincuenta exiliados en determinada área de
Tobolsk solo quedan cien. Los únicos que no huyen son los haraganes”,
comenta en un momento. ­Sin embargo, Trotsky no deja de advertir los niveles
de vigilancia de los que es objeto la partida de prisioneros, con una
proporción que puede llegar a tres guardias por detenido, lo cual hacía casi
inviable cualquier tentativa de escape.



La fuga de Siberia aparece como una inesperada grieta que nos permite
asomarnos a la personalidad íntima del hombre político y revolucionario a
tiempo completo y a sus relaciones con la condición humana. Constituye,
además, una muestra de sus capacidades literarias (no en balde por una época
lo apodaron “La Pluma”) y, como colofón, su publicación, por primera vez en
lengua española, puede resultar un homenaje a la memoria de un pensador,
escritor y luchador asesinado hace más de ochenta años que, en este mundo
tan descreído de hoy, todavía hace pensar a algunos que la utopía es
posible. O, cuando menos, necesaria.



En Mantilla, septiembre de 2021.



Notas



[1] Alusión a la herramienta compacta de alpinismo usada como arma homicida
por Ramón Mercader. [N. de E.]

[2] Dos o tres años antes, se había suprimido el castigo adicional de
cuarenta y cinco latigazos al condenado.

[3] Isaac Deutscher, Trotsky, el profeta armado, México, Era, 1966, pp.
118-119.

[4] Ibíd., p. 146.

[5] Cit. ibíd., p. 96.

[6] La versta equivale a 1066,8 m, por lo que, en un cálculo grueso, podemos
asimilarla a 1 km.

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