América Latina/ El hambre aumenta, al igual que sus exportaciones de alimentos. [Jill Langlois y Jorgelina Hiba]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Oct 22 22:14:02 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

22 de octubre 2022

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América Latina



El hambre aumenta, al igual que sus exportaciones de alimentos



En 2020, casi 40 % de los habitantes de América Latina sufría inseguridad
alimentaria moderada o grave.



Jill Langlois y Jorgelina Hiba, São Paulo/Buenos Aires

Inter Press Service, 17-10-2022

https://ipsnoticias.net/



Hace cuatro días que Mariana Cristina Lourdes Moreira no puede comer bien.
Cuando ella y sus tres hijos pequeños vivían en Santo Antônio de Posse, una
ciudad rural de 23 000 habitantes situada a unas dos horas de São Paulo, el
hambre siempre les pisaba los talones.



Moreira, que ahora tiene 25 años, ganaba dinero recogiendo naranjas en una
granja cercana. En sus mejores días, podía llenar siete cajas en un turno de
10 horas, con lo que ganaba 14 reales brasileños (2,70 dólares), o unos 294
reales (57 dólares) al mes. Con un alquiler de 450 reales (86 dólares), ni
siquiera era suficiente.



Moreira ya había vivido en São Paulo, pero tuvo que volver a casa para
ayudar a su madre a cuidar a su hermano, que tiene una discapacidad.



Cuando recordaba su estancia en la ciudad, se acordaba de lo amables que
habían sido algunos de sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar. Así que
cuando el hambre se hizo más habitual en su casa, y cuando ya no podía
soportar limpiar las lágrimas en las mejillas de sus hijos, reunió el dinero
suficiente para tomar el autobús de vuelta a São Paulo.



Ahora, sentada en una mesa de la cafetería del Centro Comunitario de São
Martinho de Lima, Moreira retira la cáscara de un mango para su hija de seis
años, Eloá. Sus otros hijos -Eloísa, de 4 años, y Kaleb, de 2- mastican pan
y beben leche con chocolate mientras esperan que les ayuden con su propia
fruta. Una vez que sus tres pequeños han comido, Moreira se dedica a su
propia comida.



Aquí, en el centro comunitario, un grupo de voluntarios dirigido por el
padre Júlio Lancellotti -un defensor de las personas que pasan hambre y no
tienen hogar- sirve el desayuno los siete días de la semana a entre 700 y
1.000 personas, entre ellas Moreira, Eloá, Eloísa y Kaleb. Para el almuerzo,
es una multitud aún mayor.



Algunos de los que acuden a las comidas gratuitas han luchado con la
seguridad alimentaria durante la mayor parte de sus vidas.



Otros se han convertido recientemente en parte de las más de 33 millones de
personas que pasan hambre en Brasil, después de que la pandemia dejara sin
trabajo a 377 personas por hora solo en su primer año, y el aumento del
costo de los alimentos hiciera casi imposible mantener a sus familias.



«Ahora solo puedo comprar la mitad de lo que solía», dice Moreira. «Muchas
veces he tenido que devolver las cosas después de que la cajera las cobrara
porque no tenía suficiente dinero».



Y no solo ocurre en Brasil. En toda América Latina, las familias tienen
dificultades para llevar comida a la mesa, a pesar del aumento de la
producción de productos básicos y de las exportaciones de la región que,
según algunos, «alimenta al mundo».



Después de haber sacado lentamente a su población de las garras del hambre
durante los últimos 15 años, América Latina se ha visto, una vez más,
desbordada por la inseguridad alimentaria, ya que la pandemia, la guerra en
Ucrania y la mayor frecuencia de fenómenos climáticos extremos pesan mucho
en lo que acaba en los platos de la gente.



La pandemia aumenta el hambre



Cuando comenzó la pandemia de covid-19 en 2020, casi 3100 millones de
personas en todo el mundo no podían permitirse una dieta saludable. Según el
informe «El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo»,
publicado este año por la ONU, 117,3 millones de esas personas estaban en
América Latina.



Esto supone 21 % de la población de la región, y 6,9 % más que el año
anterior.



Y a medida que los alimentos sigan siendo menos accesibles -el informe
señala que el costo de una dieta saludable volverá a aumentar, ya que los
precios de los alimentos se han disparado en 2021 y 2022-, se espera que la
seguridad alimentaria y la nutrición adecuada, ambos problemas que ya
aquejan a la región, sean cada vez más inalcanzables.



Un total de 45,1 millones de latinoamericanos, o 7,4 % de las personas que
viven en la región, estaban desnutridos en 2020. Ese mismo año, la
prevalencia de inseguridad alimentaria moderada y severa -falta de acceso
físico, social y económico a alimentos seguros y saludables- alcanzó 37,5 %.



En 2021, esas cifras volvieron a aumentar, alcanzando los 49,4 millones de
personas, es decir, 8 %, y 38,9 %, respectivamente.



Pero mientras millones de latinoamericanos pasan hambre -o están
crónicamente desnutridos- muchos de ellos siguen produciendo alimentos para
otros.



Un festín para la agroindustria



Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, entre otros países de la región, han
seguido impulsando la producción y las exportaciones de productos básicos en
los últimos años.



En el primer semestre de 2022, las exportaciones agroalimentarias de Brasil,
principalmente de carne, soja y café, ascendieron a 79 300 millones de
dólares, lo que supone un aumento de 29,4 % y se considera un nuevo récord
para el semestre.



Ese crecimiento se ha atribuido sobre todo al aumento de los precios de los
alimentos, muy afectados por la interrupción de las cadenas de suministro
por la guerra de Ucrania y su influencia en los precios de los fertilizantes
y la energía, así como por los efectos de la pandemia.



En el Congreso Brasileño de Agronegocios de 2018, Alan Bojanic, el entonces
representante de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura en el país, dijo que Brasil tenía «las condiciones para ser
el granero del mundo«, citando el crecimiento positivo de sus mercados de
granos y carne.



La exportación se ha vuelto más atractiva para los productores de materias
primas en los últimos años, ya que la devaluación del real brasileño ha
hecho que sus ventas sean más competitivas fuera del país que dentro.



Las exportaciones agroalimentarias argentinas nunca habían aportado tantos
dólares al país como este año. Un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario
(BCR), el principal mercado agropecuario del país, señala que el agro aportó
65 de cada 100 dólares exportados durante el primer semestre de 2022.



En total, en esos seis meses ingresaron al país 22 000 millones de dólares,
cifra récord, por la exportación de granos, cereales y subproductos.



Pero al igual que en el resto de América Latina, la inseguridad alimentaria,
la subalimentación y el hambre siguen creciendo en Argentina.



Problemas estructurales, una inflación galopante que ya alcanza 70 %
interanual, una elevada concentración del mercado en la industria
alimentaria y una macroeconomía débil son algunos de los factores que ayudan
a explicar cómo un país con tanta riqueza en la agroindustria puede tener
dificultades para alimentar a su propia población.



«Producimos alimentos para 400 millones de personas, pero parece que ninguna
de ellas vive aquí, donde cada vez hay más pobres», dice Enrique Martínez,
coordinador del Instituto para la Producción Popular y exdirector del
Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti). «Es una gran paradoja».



Cuevas tiene 29 años, tres hijos y un marido que acaba de perder su trabajo.
Vive en el suroeste de la ciudad de Rosario y, desde que comenzó la
pandemia, está a cargo de un comedor comunitario que inicialmente atendía a
200 familias. Ahora proporciona comidas a más de 600.



Pies de personas que asisten al centro comunitario



Visitantes del Centro Comunitario de São Martinho de Lima, en São Paulo,
reciben alimentos. A medida que aumenta la inseguridad alimentaria en Brasil
y los países vecinos, un número creciente de personas recurre a los
comedores comunitarios. Foto:  Dan Agostini / Diálogo Chino«Cada vez viene
más gente, fácilmente 10 o 15 familias nuevas a la semana que buscan un
plato de comida o algo para picar», dice, y añade que ahora que su pareja
está en el paro, está «experimentando en primera persona el no tener dinero
para comprar comida».



Para Cuevas, el precio de los alimentos «es una locura».



«La carne es un privilegio que no tenemos», dice. «Casi nunca tenemos fruta,
tal vez naranjas si nos dan».



Cuando cocinan en el comedor comunitario, lo hacen en dos ollas -una de 100
litros y otra de 50- llenas de arroz, fideos, tomates enlatados y, si tienen
suerte, pollo.



«Me siento impotente y triste, porque cuando mi marido tenía un trabajo de
cuello blanco, podíamos comprar lo que queríamos», dice. «Ahora todo es
mucho más difícil. Hay tanta desigualdad en este país».



En Brasil, Moreira se ha enfrentado a retos similares.



Cuando no estaba recogiendo naranjas, hacía trabajos esporádicos como
camarera para intentar llegar a fin de mes, pero aún así no era suficiente
para llevar comida a la mesa.



Ahora que ha regresado a São Paulo, sus hijos tienen menos hambre gracias a
los voluntarios del Centro Comunitario São Martinho de Lima. Ya ha reservado
una plaza para que los cuatro vivan en una comunidad de okupas de unas 100
personas, situada justo enfrente del centro.



«Hay espacio suficiente para todo lo que necesitamos», dice, y añade que les
dieron colchones para dormir. «Ahora lo único que tengo que hacer es comprar
unos clavos y ahorrar 50 reales (9,50 dólares) para pagar a uno de los
hombres de allí para que nos ayude a levantar las paredes».



Como mujer negra con trabajos informales y con niños en su casa, Moreira
representa a todos los sectores de la población más afectados por el hambre
en el país.



Según un estudio realizado por la Red Brasileña de Investigación sobre
Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Rede Penssan), el hambre
entre la población negra de Brasil aumentó 70 % entre 2020 y 2022.



El informe, titulado «Olhe Para a Fome» (Mira el hambre), también destaca
que los hogares con jefatura femenina se vieron más afectados que los
masculinos, ya que el porcentaje de estos hogares con hambre pasó de 11,2 %
a 19,3 % en los últimos dos años.



En los hogares con niños menores de 10 años, el hambre se ha duplicado,
alcanzando el 18,1% este año. El hambre también es mayor en los hogares en
los que el responsable está desempleado (36,1%), trabaja en agricultura a
pequeña escala (22,4%) o tiene un empleo informal (21,1%).



El bienestar no alivia la inseguridad alimentaria



En São Paulo, Moreira se pasa el día viajando en el metro de la ciudad,
donde vende chicles y caramelos a los pasajeros. Podría unirse a los muchos
otros brasileños que venden productos similares en los semáforos, pero le
preocupa la seguridad de sus hijos en las concurridas calles de la ciudad.



Algunas personas son amables, dice, y le dan dinero extra cuando ven a los
niños. Un hombre que conoció le ofreció un trabajo puntual limpiando tres
casas que pensaba alquilar. Emocionada por tener suficiente trabajo para
pagar la instalación de su casa frente al centro comunitario, aceptó. Pero
cuando terminó el agotador trabajo, el hombre le dijo que no tenía dinero
para pagarle. Se fue sin nada, sin saber cómo compensar el tiempo que había
pasado en un trabajo no remunerado.



Moreira sueña con encontrar un trabajo fijo para poder dar más estabilidad a
sus hijos. Actualmente recibe Auxílio Brasil, una transferencia monetaria de
600 reales (115 dólares) al mes para las familias que viven en la pobreza o
la extrema pobreza, lanzada por el actual gobierno federal tras desmantelar
un programa asistencial similar llamado Bolsa Família. Pero Moreira vive con
el temor constante de que se reduzca o se recorte.



«Ayuda con algunas cosas, como pañales y otros artículos para los niños,
pero todavía no cubre todo lo que necesitan», dice.



Según el estudio de Rede Penssan, la inseguridad alimentaria moderada y
severa creció en los dos últimos años incluso para los que reciben el
beneficio. Para 32,7 % de las familias que reciben Auxílio Brasil y ganan
menos de la mitad del salario mínimo brasileño – 1212 reales (232 dólares)
al mes – por persona en su hogar, el hambre sigue siendo una realidad.



Para los de Argentina, no es diferente.



Victoria Clérici es una de las responsables de una asociación argentina de
recicladores informales, un trabajo que, según ella, es cada vez más popular
y que, según calcula, actualmente realizan 300 000 personas en todo el país.



La carne y la fruta, dice, son en su mayoría compras «imposibles» para la
gente que vive en los barrios populares de Argentina.



«Ahora compramos los cortes de carne más baratos, lo que antes dábamos a los
perros», dice. «El pollo se consume más porque es más barato, y así al menos
podemos añadir algo al guiso».



Según Clérici, los barrios situados en la periferia de las grandes ciudades
argentinas sufren mucho más la inflación que los sectores más acomodados, ya
que tienen menos acceso a los grandes comercios que cuentan con el respaldo
financiero para ofrecer gangas.



«Es increíble, pero la comida en estos barrios es a veces más cara, no hay
tanta variedad y no hay supermercados que puedan vender cosas más baratas»,
dice, y señala que lo que la mayoría de la gente puede comprar no es
saludable. «Incluso los alimentos que llegan como ayuda estatal son todos
secos y bajos en proteínas».



En Brasil, los artículos de una típica Cesta Básica -la «canasta básica» de
alimentos básicos como arroz, frijoles, pasta, harina y azúcar, comúnmente
distribuida a los hogares pobres- tampoco proporcionan comidas completas y
saludables a quienes las reciben. Pero para Moreira, la caja sería una ayuda
bienvenida.



Ella y sus hijos comen en el centro comunitario todos los días mientras
trabaja para ahorrar los 50 reales que necesita para terminar de instalar su
nuevo hogar.



Ya está trabajando para matricular a sus dos hijas en la escuela ahora que
se han mudado (su hijo es todavía demasiado pequeño para ir), y espera
encontrar un trabajo estable para poder llevar comida a la mesa, dejando más
espacio en el centro para otros que necesitan la ayuda de los voluntarios.



«Quiero valerme por mí misma», dice. «Siempre he trabajado duro, pero ya no
es suficiente. No importa lo que haga, el hambre siempre está ahí».

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