Brasil/ Los evangélicos de izquierda nadan contra la corriente. [Joanildo Burity - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Oct 27 00:33:32 UYT 2022


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Correspondencia de Prensa

27 de octubre 2022

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Brasil



Entrevista a Joanildo Burity



Los evangélicos de izquierda nadan contra la corriente



Las presiones de una gran masa de pastores evangélicos sobre los fieles para
que voten por Jair Bolsonaro vuelven a poner al «voto evangélico» en el
centro del debate sobre las elecciones en Brasil. ¿Cuáles son las dinámicas
internas del campo evangélico?, ¿cómo se conecta el conservadurismo moral
con el conservadurismo político?, ¿cómo se solapan las dimensiones de clase
y las pertenencias religiosas?. ¿Qué pasa con los sectores progresistas
evangélicos que buscan levantar su voz frente a la avanzada de la derecha?



Mariano Schuster *

Nueva Sociedad, octubre 2022

https://nuso.org/



Nuevamente, el «voto evangélico» está en el centro del debate sobre las
elecciones en Brasil. En la primera ronda electoral, el voto estos a
Bolsonaro siguió superando al de Luiz Inácio Lula Da Silva, aunque el
candidato derechista redujo los números en relación a 2018, mientras que el
líder del Partido de los Trabajadores los aumentó. La apelación del líder
del Partido de los Trabajadores (PT) a los evangélicos en las últimas
semanas y la aparición de una serie de líderes religiosos en defensa del
proyecto petista muestran la «otra cara», aunque minoritaria, del campo
evangélico. Joanildo Burity es una de las voces más autorizadas en la
materia. Licenciado en Historia por la Universidad Federal de Paraíba y
doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Essex fue, además,
coordinador del Programa de Maestría en Religión y Globalización de la
Universidad de Durham (Reino Unido). Actualmente es profesor de los
programas de posgrado en sociología y ciencia política en la Universidad
Federal de Pernambuco e investigador de la Fundación Joaquim Nabuco
(FUNDAJ).



En esta entrevista, Burity analiza el voto evangélico en la primera vuelta
electoral en Brasil, explica cómo las posiciones moralmente conservadoras de
un sector amplio de esa ciudadanía religiosa no necesariamente se traduce en
conservadurismo político a la hora de votar.



-La primera vuelta en Brasil volvió a poner en la discusión pública la
cuestión del «voto evangélico». En ese turno electoral se verificó que Jair
Bolsonaro cuenta con un apoyo muy alto entre la población evangélica, aunque
redujo su caudal electoral respecto de la elección en la que fue electo
presidente, mientras que Lula Da Silva lo aumentó. ¿Qué es lo que está
sucediendo con el voto de los evangélicos?



Las visiones que presentan el voto evangélico como monolítico y en bloque no
son correctas. Se trata de una construcción política de los últimos diez
años y se vincula más con la predominancia de una elite pastoral y política
de derecha en el país que con una comunidad religiosa que piensa y actúa de
una determinada manera. En estas elecciones, quedó muy claro que existe una
fuerte presión de pastores y de liderazgos laicos en las iglesias
evangélicas para lograr el alineamiento de sus miembros con posiciones de
derecha y pro-Bolsonaro. En el interior de muchas iglesias, estas presiones
han provocado una especie de reacción y de resistencia de grupos moderados,
pero también de grupos de izquierda que estaban muy callados por tantas
derrotas en los últimos años y por esa misma presión institucional. Esa
presión ha llegado incluso a la amenaza de expulsión a aquellos pastores y a
aquellos miembros que expresan su apoyo a Lula y al proyecto de
reconstrucción que el PT representa, entre los presbiterianos, bautistas y
pentecostales de la Asamblea de Dios (la más grande denominación protestante
del país).



Por otra parte, además de observar los cambios y las mutaciones en el voto
para la presidencia y para los puestos ejecutivos, es necesario registrar
los cambios electorales para cargos legislativos. Ya existen diversos
estudios en Brasil que evidencian que la disponibilidad de candidatos
evangélicos, por ejemplo para puestos legislativos, no se traduce
directamente en el voto de la feligresía evangélica. En tal sentido, podemos
decir que el campo evangélico es muy heterogéneo, pero hay que destacar
también ha sido muy movilizado en los últimos años alrededor de la cuestión
de los «valores tradicionales». Se trata de un recorte muy selectivo pero
muy efectivo, dado que en general los evangélicos son muy sensibles a este
tipo de cuestiones asociadas a la sexualidad o al género. Pero el hecho de
que puedan ser movilizados en torno a estos temas, no significa que el voto
–como opción política– sea un correlato de esas posiciones morales.



Debemos recordar que los evangélicos ya votaron por Lula a comienzos de los
2000 y, especialmente aquellos que habitan en las periferias urbanas, saben
muy bien que, por cuestiones de clase, han sido beneficiados por las
políticas del PT [Partido de los Trabajadores]. En ese sentido, no sería
sorpresivo que comencemos a ver una suerte de vuelta al voto de evangélicos
en favor de Lula, aun cuando todavía exista un núcleo que se aferra a las
posiciones de derecha. Esto todavía no es claro, pues el asedio conservador
ha logrado fuerte resonancia en la tendencia del voto para la segunda
vuelta. Pero sigue como una posibilidad interna al campo evangélico.



-En las últimas semanas, líderes de los sectores evangélicos conservadores
atacaron fuertemente a Lula da Silva llegando al asegurar que había hecho un
«pacto con el diablo» (algo que el propio Lula debió salir a desmentir).
Además, afirmaron que el PT cerraría iglesias y prohibiría las
manifestaciones cristianas. Desde el PT respondieron que fue durante sus
gobiernos cuando se aprobaron, entre otras, el Día Nacional de la
Proclamación del Evangelio y la Ley de Libertad Religiosa. ¿Por qué, siendo
esto así, existe esa aversión de un sector evangélico hacia el PT?



Ese rechazo es parte de una construcción política que comienza a
manifestarse claramente durante la presidencia de Dilma Rousseff. Debemos
comprender que la presencia de evangélicos conservadores en los gobiernos
del PT provocó, progresivamente, tensiones con otros actores sociales.
Durante las gestiones de la coalición desarrollada por Lula, distintos
colectivos y sectores había adquirido cada vez mayor notoriedad e
irrumpieron fuertemente en la escena pública. A comienzos del gobierno de
Dilma Rousseff, los grupos asociados al feminismo, a la diversidad sexual, a
la igualdad étnica y racial, fueron demandando mayores espacios, más
políticas y más presencia gubernamental. Y lo lograron relativamente en las
políticas de educación, cultura, derechos sexuales y reproductivos,
antirracismo, igualdad de género. En ese contexto, las viejas ideas de la
derecha católica –que han tendido a ver a estos grupos como enemigos de la
moral tradicional– emergieron con fuerza y fueron asumidas por el bloque
evangélico que participaba en la coalición petista. La cuestión moral se
volvió central en la disputa política en el interior de la coalición de
gobierno. Los líderes religiosos conservadores que se habían vuelto
pragmáticamente defensores de Lula en los 2000 –pero que antes de sus
gobiernos y después de ellos estuvieron contra él– hicieron un fuerte eje en
esa cuestión moral. En tal sentido, no hay que eludir el hecho de que la
mayoría de los evangélicos son moralmente conservadores.



Ahora bien, algo que desde el ámbito sociológico nos hemos cansado de
explicar, y que es muy importante de comprender, es que ser moralmente
conservador no implica ser, necesariamente, políticamente conservador. Es
decir, que las posiciones morales no se traducen necesaria ni
automáticamente en opciones políticas. Si eso no fuera así, el voto de las
personas evangélicas siempre hubiera estado en la derecha y está constatado
que eso no es así. Es un voto variable. No se puede deducir demasiado de la
coyuntura post-impeachment (2016-2022). Ciertamente, el deslizamiento hacia
la derecha ha sido muy fuerte, y también ha afectado seriamente al campo
evangélico. El alineamiento institucional con el bolsonarismo de muchos
sectores evangélicos conservadores ha provocado tensiones cada vez más
fuertes dentro de las propias iglesias. Cuanto más se observan los intentos
de presionar e incluso de obligar a que los miembros de las iglesias adopten
una posición única, más aparecen las resistencias y los liderazgos que,
dentro de esas organizaciones, se rebelan contra esas posiciones. Las formas
de resistencia y disenso dentro del campo evangélico han crecido debido a
esas presiones. La novedad es que, en estas elecciones, estos grupos
críticos, que aún son minoritarios, alzaron sus voces y construyeron
diversas formas de visibilidad pública. En ese sentido, lograron quebrar la
imagen homogénea y monolítica de los evangélicos. No es suficiente para
revertir el proceso de derechización en favor de una posición más
progresista o incluso liberal entre los evangélicos, pero es importante
porque bloqueó el intento del bolsonarismo de asumir al espacio evangélico
como suyo propio, como un espacio inherentemente bolsonarista.



-En el caso de las megaiglesias y de las instituciones más grandes del campo
evangélico en Brasil, ¿la predicación bolsonarista de pastores y pastoras se
traduce en un voto por parte de la feligresía que participa en los cultos?



En términos mayoritarios se puede decir que sí, que existe una traducción en
términos de votos. Pero no es un hecho lineal. De hecho, en la primera
vuelta Bolsonaro obtuvo un porcentaje de voto evangélico más bajo que en las
últimas elecciones (2018) y la predicación bolsonarista y de derecha no ha
cesado, sino que se ha incrementado en esas grandes iglesias. Está claro que
la interpelación bolsonarista, realizada desde una perspectiva pastoral y de
discurso teológico, ya no es tan eficaz como lo fue en procesos electorales
previos. Eso explica, al menos parcialmente, por qué creció el número de
evangélicos que, en la primera vuelta electoral, no votaron por Bolsonaro. Y
esto sucedió aun cuando la presión a los fieles, sobre todo en las grandes
iglesias –muchas de las cuales comprometieron su apoyo institucional a Jair
Bolsonaro–, es gigantesca. Ahora hay menos diputados y senadores evangélicos
que en el período pasado (20% menos), pero sin embargo el nuevo Congreso
tendrá una composición aún más conservadora en 2023. Por lo tanto, diría que
hay una mayoría de la feligresía evangélica que sostiene posiciones
pro-Bolsonaro, pero al mismo tiempo resulta claro que la presión ideológica
realizada por pastores, obispos y liderazgos laicos en las iglesias ha
producido un efecto antibolsonarista entre los feligreses moderados y
aquellos que se ubican más a la izquierda. Esa gente, que participa
religiosamente del mundo evangélico, ya no se queda callada.



-¿Cuál ha sido la estrategia de Lula da Silva para reconquistar el voto
evangélico?



Al principio de su campaña, Lula buscó a algunos de los mismos líderes
evangélicos que lo acompañaron durante sus primeras presidencias. Esos
líderes apoyaron luego a Bolsonaro, pero, en un intento de percibir cuán
posible era un diálogo o incluso una nueva alianza con ellos, Lula buscó un
acercamiento a ellos. También Lula intentó hacer un llamamiento basado en
los avances sociales de su gobierno, intentando llegar directamente a los
evangélicos por encima del liderazgo. Los resultados no fueron buenos. Lula
tuvo entonces que trabajar con mucha mayor dependencia de la militancia de
base en las iglesias evangélicas y de pastores y pastoras ya connotados con
la opción del PT. Se trata de liderazgos que pertenecen a iglesias más
pequeñas, con estructuras menos importantes en términos de penetración
social. A la vez, Lula y el PT encararon una campaña a través de las redes
sociales con el objetivo de llegar a un público evangélico amplio, al que no
podrían acceder de manera tradicional por el bloqueo de muchos de los
pastores alineados con Bolsonaro. Por otro lado, existieron diversas
presiones para que Lula publicara cartas dirigidas específicamente a
sectores religiosos y, con mucho énfasis, hacia los evangélicos. De hecho,
se publicó primero una carta no dirigida específicamente a los evangélicos,
sino a la ciudadanía religiosa de Brasil, en términos más generales. Creo
que eso fue importante porque singularizar a los evangélicos en este momento
como si fueran lo más decisivo para los resultados de una elección
constituye un equívoco. Pero ahora sí se ha publicado una dirigida a ellos.
Es algo que, creo, en el cortísimo plazo, podría rendir electoralmente en
términos de votos, pero que podría transformarse en un problema más durante
un próximo gobierno en caso de ganar, en tanto Lula podría quedar en los
brazos de una agenda muy conservadora. Lo que es necesario en este momento
es profundizar el quiebre del aparente monolitismo bolsonarista en las
iglesias evangélicas. Yo formo actualmente parte de dos grupos que fueron
creados para la segunda vuelta electoral y que tienen como objetivo pensar
el tipo de comunicación del PT hacia evangélicos y católicos conservadores.
Pero este es un trabajo que debe seguir más allá del momento electoral.



-Teniendo en cuenta las posiciones abiertamente reaccionarias de esos
liderazgos evangélicos respecto, por ejemplo, de las diversidades sexuales y
del derecho al aborto, eso constituiría un problema para un gobierno del PT
que busque ampliar derechos para esos sectores largamente postergados…



Efectivamente. Pero, al mismo tiempo, debemos tener en cuenta que la
situación ya es problemática y no solo por los sectores conservadores del
campo evangélico. Ahora mismo, en el campo progresista y de izquierda las
expectativas de cambios profundos son mucho más limitadas que en momentos
anteriores. La destrucción del sistema de políticas públicas, el ataque a
los mecanismos de defensa legal de derechos y las nuevas pautas que la
derecha bolsonarista introdujo en el debate parlamentario en Brasil, han
fragilizado muchísimo las instituciones. La gente espera, lógicamente, que
Lula sea capaz de interrumpir este proceso de degradación democrática. El
anhelo está puesto en que un gobierno dirigido por Lula pueda frenar esta
dinámica de destrucción y desestructuración de las normas y cultura
democráticas, pero hay menos esperanzas en que pueda avanzar rápidamente con
una agenda progresista en materia de derechos, al menos en la primera etapa
de un eventual mandato. Lo que sí podría suceder es que, al final de su
gobierno, en los últimos años, Lula consiga recolocar en la agenda los temas
asociados a la ampliación de derechos y defensa del medio ambiente, que
constituyen una bandera de la izquierda y del progresismo. Pero Lula y el PT
saben que, en este momento, lo estratégico es la protección de los derechos
todavía existentes.



El clima de restricción de espacios para lo que Lula podría hacer en
términos constructivos en los primeros años de su mandato es más que
evidente. La agenda conservadora, que incluye a los sectores evangélicos
pro-Bolsonaro, quizás se frenará con un gobierno de Lula. Pero no es nada
claro que pueda avanzarse rápidamente con una agenda progresista que, además
de interrumpir el proceso de ataque, consiga ampliar fuertemente los
derechos y la protección ambiental, como efectivamente muchos deseamos. Esto
no se debe solamente a que existan consensos, sino a que hay un país más
dividido que antes. De hecho, no sería fácil avanzar rápidamente con una
agenda progresista, pero, de ganar Bolsonaro, él tampoco podría avanzar como
lo ha hecho en su primer mandato con políticas tan explícitamente de
derecha, aunque hay varios analistas que creen todo lo contrario, por la
mayoría conservadora en el Congreso y la legitimación del voto. Yo creo, sin
embargo, que su agenda agresiva no encontraría el mismo plafón para avanzar,
puesto que tendrá una oposición mucho más clara y nítida que en su primer
mandato. Bolsonaro perdió prácticamente el apoyo de todos los grandes medios
y perdió muchos espacios entre sectores moderados de los liberales y de
aquellos que, al principio de la contienda electoral, optaron por una
«tercera vía» que finalmente no tuvo éxito. Simone Tebet, la senadora del
Movimiento Democrático Brasileño, que salió tercera con un 4,2% de los
votos, dijo, una semana después de la primera ronda, que apoyará a Lula sin
importar las discordancias con él. Lo mismo pasó con Fernando Henrique
Cardoso, economistas de gran visibilidad en su partido, y hasta un liderazgo
del Partido Nuevo, un partido abiertamente neoliberal, siempre por
comparación a la amenaza que representa Bolsonaro. Así, yo creo que
cualquiera que sea electo presidente tendrá que negociar mucho. Y esta es,
para Lula, una perspectiva frustrante para sus intentos más transformadores.
Al menos en sus primeros años, no será posible que se realicen avances. Pero
sabemos que, de ganar Lula, esa agenda podría ser recolocada luego.



-Tal como usted mencionaba, Lula escribió hace pocos días una carta dirigida
directamente a los evangélicos y allí se puede ver que se dirige, sobre
todo, a los que tienen una matriz moral conservadora. En la carta rechaza
las fake news que se han difundido sobre él, asegura que no cerrará
iglesias, pero al mismo tiempo, afirma su oposición personal al aborto
(aunque se dice dispuesto a abrir el debate). ¿No es problemático que Lula
afirme que está contra el aborto en una carta de ese tipo?¿O se trata solo
de una posición a título personal que puede no ser la misma que la del PT y
la de la coalición que presenta a las elecciones?



El aborto sigue un tema tabú en el discurso político brasileño y no solo
entre los evangélicos. Estos se volvieron más ruidosos, pero la más
articulada resistencia al tema viene de los católicos. De hecho, hay más
aceptación de los derechos LGBT+ que al aborto en Brasil. Lula no miente. Él
en lo personal es contrario al aborto. En esto, hay un puente genuino con la
mayoría evangélica. Él no cambió su posición. Siempre lo ha expresado. En la
carta a los evangélicos hay, de todos modos, un intento de disputar el
sentido del significante «familia» y creo que esto es muy importante, porque
el tema del aborto puede sufrir regresiones aún más significativas si gana
Bolsonaro, pues hay intentos de restringir incluso las posibilidades legales
existentes. Cuando Lula dice que está contra el aborto, no refiere a estos
casos, que consideran el riesgo a la vida de la madre y la posibilidad de
existencia digna de vidas con serias deformidades genéticas. No va a dar
pasos para retroceder respecto del marco legal existente. Este es un tema
que todavía divide sectores de la izquierda y incluso entre movimientos de
mujeres. Lula es personalmente contrario al aborto, pero no intentará
restringir lo que hay, y aceptaría cambios en una dirección más permisiva
fuese el caso en el Congreso (lo que, de hecho, es muy improbable).



-Afirmaba, previamente, que la emergencia de sectores evangélicos
progresistas y de izquierda ha sido importante para quebrar la idea de un
sector religioso integrado monolíticamente al bolsonarismo. Pienso, en este
sentido, en el pastor Henrique Vieira, en la pastora Cleide Caldeira y en
los diversos liderazgos nucleados en el Frente de Evangélicos por el Estado
de Derecho que están enfrentando las posiciones bolsonaristas. ¿Cuál ha sido
la estrategia de esos sectores para mostrar la contradicción entre
cristianismo y bolsonarismo?



Parte del discurso se centra en demostrar la contradicción que existe entre
una comprensión ya ni siquiera liberal o progresista, sino tan solo clásica
o tradicional del cristianismo, y el comportamiento de Bolsonaro. Esta
crítica se extiende a los sectores evangélicos que han mantenido el apoyo a
Bolsonaro, a pesar de todos sus comportamientos antidemocráticos y reñidos
con el cristianismo (el uso de armas, la exaltación de la violencia, el
fomento de la represión policial, la discriminación a sectores vulnerables
de la sociedad, la indiferencia por la amenaza ambiental). Por otro lado,
estos grupos evangélicos han tratado de incidir sobre el discurso religioso
mismo, es decir sobre la argumentación teológica y bíblica. En tal sentido,
han propiciado una disputa por el sentido de la lectura bíblica y de la
predicación misma en las iglesias. No solo los pastores y pastoras más
connotados con ideas de izquierda, sino también otras y otros que han
reaccionado luego de años de silencio, han empezado a formar lo que
podríamos llamar una «pastoral crítica» respecto del alineamiento oficial de
muchas denominaciones evangélicas con Bolsonaro. A todo esto, hay que añadir
otro aspecto importante y es el hecho de que discursos, que hasta ahora eran
francamente muy minoritarios, se hacen ver y oír. Hay un movimiento negro
evangélico que tiene también una dimensión feminista, un movimiento de
mujeres negras evangélicas que están organizadas en contra de Bolsonaro y de
las posiciones más conservadoras dentro del mundo evangélico. Hay, por
supuesto, un movimiento LGTBI+ evangélicol. Todos estos grupos están, por un
lado, tratando de disputar con los sectores conservadores y luchando contra
el bolsonarismo. Pero al mismo tiempo están intentando introducir la
legitimidad de estas nuevas banderas étnico- raciales, sexuales y de género,
que estuvieron muy invisibilizadas en años anteriores. Ya desde 2018 se
produjo una articulación entre sectores ecuménicos –asociados al mundo
evangélico más clásico que asumió características de la teología de la
liberación– y evangélicos de izquierda (llamados evangelicales) para
defender, en ese momento, la candidatura de Lula y luego la de Fernando
Haddad. Por lo tanto, creo que lo más novedoso es que ahora los movimientos
sociales de minorías, que ya existían en el mundo secular, tienen una
organización explícita y visible en el campo evangélico. Esas expresiones se
hacen percibir en este momento y ayudan a romper la idea de un campo
monolítico. Y, en tal sentido, contribuyen a que muchas y muchos otros
puedan expresarse más críticamente respecto a Bolsonaro. Ayudan a que
quienes estaban en silencio ahora ya no lo estén.



-En esta elección los datos indican que el voto evangélico a Lula ha crecido
más entre las mujeres que entre los varones. ¿Cuáles pueden ser las causas
de este fenómeno?



Las mujeres evangélicas sufrieron más profundamente el impacto de la derecha
religiosa. En las iglesias evangélicas este impacto significó un
fortalecimiento de la ascendencia masculina en el liderazgo, pero también en
las familias donde habían ocurrido cambios en un sentido un poco más
igualitario. Diversos estudios muestran que hace quince o veinte años la
conversión al pentecostalismo mejoraba la vida de las mujeres y también la
relación entre ellas y sus esposos debido a las demandas de autocontención
de comportamientos masculinos tradicionales (el no compromiso con la crianza
de los niños, el no compartir actividades domésticas, el abandono de las
familias, la violencia de género, impacto del alcoholismo en la provisión
familiar). Por lo tanto, el crecimiento del pentecostalismo en Brasil
introdujo al menos un cambio relativo en ese sentido. Con la victoria de
esta tendencia ultraconservadora ya en 2015/2016, conectada con la reacción
al legado del lulismo, la situación de las mujeres evangélicas empeoró. En
un contexto como este, en el que sienten en su piel el impacto del
crecimiento de la violencia doméstica y de los discursos abiertamente
machistas del gobierno de Bolsonaro, no es extraño que muchas de ellas
apuesten por una alternativa a esta situación. Porque a pesar de que los
valores tradicionales de la familia pueden prevalecer, son ellas quienes
sienten fuertemente el impacto de estas situaciones. Creo que esta puede ser
una explicación razonable pero ya en las experiencias anteriores el voto
femenino evangélico era más en favor de Lula que el masculino. Tal vez
podamos decir, en tal sentido, que el bolsonarismo no logró tanto éxito
entre las mujeres evangélicas como esperaba. Es un tema realmente sensible y
nos manejamos con hipótesis, porque no hay trabajos conclusivos en relación
a este tema, pero ciertamente podemos empezar a inferir algunas de estas
situaciones.



¿Cómo cruza la cuestión de clase a este voto religioso? ¿Qué solapamientos
existen hoy?



Si pensamos que, por ejemplo, en todos los estados del nordeste de Brasil
Lula tiene más o menos el 65% del voto –y puede llegar a más–, inferimos
rápidamente que hay una suerte de interseccionalidad entre religión,
posición socioeconómica, género y posición étnico-racial. En la región más
pobre del país, la del Nordeste, Lula mantiene una clara hegemonía desde
hace mucho tiempo. Hay, en tal sentido, una dimensión de clase –utilizando
un sentido amplio de este término y no el concepto marxista clásico— que se
solapa con otras características como las religiosas. En términos de
perspectivas de bienestar o por lo menos de vida digna, la gente en
situaciones más vulnerables, incluida una parte de la población evangélica,
identifica a la opción de Lula como más creíble que la de Bolsonaro. Esto se
observa claramente en el Nordeste, donde los evangélicos son menos
conservadores en términos políticos que en otras regiones de Brasil, aun
cuando sean conservadores moralmente. En ese sentido, la hipótesis de que
hay una dimensión de clase que se solapa con la religiosa resulta real y
plausible. Esto se comprueba, además, cuando se cruzan dimensiones como la
del acceso a la educación y a la salud. Aquellos sectores que vieron caer su
calidad de vida durante los últimos años tienen una memoria positiva del
acceso a esos servicios que tuvieron durante la era Lula. Y esto se ve
claramente en votantes evangélicos. Insisto: esto no quiere decir que tengan
posiciones morales progresistas, sino que el voto no se configura únicamente
a partir de esa variable.



-¿Cómo recibe la izquierda no religiosa la búsqueda de diálogo con sectores
evangélicos, sobre todo con los ubicados en el margen progresista?



Una parte importante de la izquierda secular en Brasil hoy comprende que no
existe un campo religioso homogéneo o monolítico. Pero eso no quiere decir
que sepan cómo tratar o como comunicarse con los evangélicos. No comprenden,
por ejemplo, esta dinámica compleja de un conservadurismo moral que no
necesariamente se expresa en un conservadurismo político. Pero hay, claro,
otro sector de la izquierda, sobre todo de gente más bien mayor, que
continúa con un abordaje más crítico respecto al diálogo con los
evangélicos. Son quienes creen que la religión es un caso perdido para la
política de izquierda y quienes no aceptan la necesidad de  un acercamiento
entre la izquierda secular y la izquierda religiosa. Lo que no comprenden,
por otro lado, es que jamás hubo una izquierda religiosa fuera de la
izquierda secular. La izquierda religiosa, en América Latina y en Brasil,
viene por lo menos de la década de 1950. Y esa izquierda formó parte de
todos los ciclos políticos de la izquierda secular, incluida la guerrilla (y
revoluciones, como en América Central). El aislamiento social e intelectual
de sectores religiosos por un lado y seculares por otro puede explicar este
desconocimiento. Pero para quienes conocen más de cerca estos procesos,
hablar de una izquierda secular como algo lejano a la izquierda religiosa es
un contrasentido. Es cierto que, por contraste, el crecimiento de la
politización conservadora refuerza percepciones tradicionales de izquierda,
marcadamente liberales, de que la religión es un enemigo, de que la religión
no es un espacio de disputa que puede conducir a una posición de izquierda.
Pero es la coyuntura misma la que se ha encargado, históricamente, de
demostrar que esto es falso o, por lo menos, una percepción incompleta.



-¿Qué cabe esperar, ahora, luego de la irrupción de sectores más
progresistas dentro del campo evangélico en la esfera pública brasileña?
¿Pueden reducirse las tendencias más conservadoras o estas seguirán
constituyendo un núcleo duro difícil de penetrar?



Espero que este momento de movilización de los sectores ubicados más a la
izquierda dentro del campo evangélico permita retomar posiciones anteriores,
de los años 80 y 90, cuando surgieron varios experimentos de grupos
evangélicos –no tanto de iglesias– dedicados a temas sociales desde
perspectivas más abiertas. Mi percepción es que el número de grupos
identitarios entre los evangélicos crecerá. No serán pocos los que buscarán
tender puentes, incluso internacionales, para protegerse de los embates de
los liderazgos religiosos más conservadores. Creo, asimismo, que los grupos
evangélicos progresistas que ya estuvieron presentes en los gobiernos de
Lula da Silva y Dilma Rousseff, volverán a participar activamente, sobre
todo en cuestiones de política social y ambiental, si se produce un triunfo
del PT. Ahora bien, todavía seguirán siendo grupos minoritarios que no
podrán disputar de igual a igual con los sectores conservadores. No creo que
eso vaya a cambiar rápidamente. Pero como grupos minoritarios pueden ser
fuerzas importantes para resonar al interior de las iglesias, para presionar
por una agenda más progresista y abierta en diversas áreas, pero no
necesariamente con la fuerza suficiente como para cambiar todo.



Otra tendencia que creo que ya se puede evidenciar es el surgimiento de
iglesias creadas por personas que, por sus posiciones sociales y políticas,
por sus orientaciones sexoafectivas y por muchas otras razones, ya no pueden
ni quieren participar en los espacios religiosos en los cuales estaban. Es
el caso, por ejemplo, de la Iglesia Betesda en San Pablo, que tiene como
pastor a Ricardo Gondim, y que es una iglesia pentecostal. Es también el
caso de la Iglesia Bautista del Camino del pastor Henrique Vieira, que ahora
es diputado federal por el Partido Socialismo y Libertad (Psol). Estos
grupos, que seguramente se irán reproduciendo, están más capacitados para
desarrollar una disputa a nivel organizacional e institucional con las
iglesias conservadoras. Si lo hacen, esto, a largo plazo, puede crear una
suerte de campo evangélico más estable y puralista, en el que las posiciones
más abiertas y progresistas tengan una mayor pregnancia. Estas claro, son
tendencias que no sabemos si prosperarán o echarán raíces, aunque yo
esperaría que sí.



* Mariano Schuster es periodista. Es editor de la plataforma digital de
Nueva Sociedad. Fue jefe de redacción de las publicaciones socialistas
argentinas La Vanguardia y Nueva Revista Socialista. Colabora con medios
como Letras Libres y Le Monde Diplomatique, entre otros. Es coautor de Mario
Bunge y Carlos Gabetta (comps): ¿Tiene porvenir el socialismo? (Eudeba,
Buenos Aires, 2013).

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