Máquina de guerra/ Israel arma a los autócratas del mundo con armas que han sido probadas contra los palestinos. [Sam Russek]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 9 14:09:37 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

9 de diciembre 2023

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Israel arma a los autócratas del mundo con armas que han sido probadas
contra los palestinos 

 

Sam Russek

A l’encontre, 27-11-2023 

https://alencontre.org/

Traducción de Correspondencia de Prensa 

 

Fue un genocidio que muchos dirigentes mundiales trataron de ignorar. En la
primavera de 1994, bajo el pretexto de la guerra, los extremistas hutus de
Ruanda se lanzaron al exterminio de la población tutsi vecina, matando a más
de 800.000 civiles y obligando a unos 2 millones de personas a huir del
país. Al comienzo de esta campaña asesina de 100 días, las Naciones Unidas
desaconsejaron cualquier implicación internacional, describiéndolo como un
«conflicto interno». Sin embargo, una vez que la opinión pública occidental
comprendió lo que estaba ocurriendo, muchos países enviaron ayuda. Ese
verano, el presidente Bill Clinton -que había dado largas a pesar de las
advertencias de la embajada local de EEUU de que las masacres eran
inminentes- pidió finalmente al Congreso 320 millones de dólares en ayuda.
Yossi Sarid, ministro israelí de Medio Ambiente [de 1992 a 1996 - miembro de
Meretz], llegó a Ruanda con una delegación médica para ayudar a los
sobrevivientes. Sin embargo, según el periodista Antony Loewenstein, el
planteamiento de Yossi Sarid era sólo una fachada, porque «antes y durante
el genocidio», incluso después del embargo impuesto por la mayoría de los
países, el gobierno israelí había enviado armas a las fuerzas hutus
-ametralladoras Uzu y fusiles de asalto Galil, granadas y municiones- en
varios envíos por valor de varios millones de dólares.

 

No era la primera ni la última vez que las armas y el equipamiento
tecnológico israelíes caían en manos de los culpables. En su apasionante
relato, The Palestine Laboratory: How Israel Exports the Technology of
Occupation Around the World, Verso mayo de 2023
(https://www.versobooks.com/en-gb/products/2684-the-palestine-laboratory)
Antony Loewenstein reseña las exportaciones israelíes de material bélico
moderno a la junta fascista de Augusto Pinochet en Chile, al tiránico Sha de
Irán, a los genocidas guatemaltecos (donde la derecha del país llamó
abiertamente a la «palestinización» de los indígenas mayas, entre 1981 y
1983), y, más recientemente, los regímenes autoritarios de Rusia, Arabia
Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Hungría, India y Azerbaiyán, que a
principios de este año llevó a cabo una limpieza étnica de miles de armenios
en el suroeste del país (Times of Israel, 5 octobre 2023).

 

***

 

En 2022, Estados Unidos controlaba alrededor del 40% de las exportaciones
mundiales de armas, casi cinco veces más que cualquier otro país. Pero
Israel, un país «en medio del desierto», más pequeño que Massachusetts,
también figura entre los diez principales exportadores de armas del mundo.
En los últimos años, se ha jactado de un aumento récord de su cuota de
mercado, valorada en miles de millones de dólares. «Israel es casi el único
entre las autodenominadas democracias que no condena ni sanciona las
atrocidades cometidas en todo el mundo», señala Antony Loewenstein. Israel
vende prácticamente a cualquiera, con un argumento de venta desconcertante:
sus equipos están «probados en combate», «pruebas de campo» [una referencia
a la publicidad de Elbit Systems, con sede en Haifa, una empresa fundada en
1967], ensamblados para su uso en el bloqueo de Gaza y la ocupación de
Cisjordania, y luego vendidos en todo el mundo. Los clips promocionales
utilizan a veces incluso vídeos reales de ataques de drones contra objetivos
militares. Andrew Feinstein, experto en la industria de armas ilícitas, que
determinó que uno de esos clips mostraba a varios niños palestinos
asesinados desde el aire, dijo: «Ningún otro país productor de armas se
atrevería a mostrar esas imágenes».

 

Cuando el libro de Antony Loewenstein se publicó en mayo de 2023, recibió
poca cobertura mediática. Pero la guerra actual le dio un nuevo impulso.
(Dado que la situación en Medio Oriente cambia tan rápidamente, algunos
pasajes de El laboratorio palestino están seguramente un poco desfasados.
Por ejemplo, Loewenstein cita una encuesta israelí de 2021 según la cual la
mayoría de los ciudadanos judíos «no están demasiado preocupados por la
resolución del conflicto con los palestinos»). Sin embargo, gran parte de la
información de este libro es sorprendentemente premonitoria. En Occidente,
argumenta Loewenstein, Israel es visto como una «democracia próspera, aunque
asediada», aliada de EEUU contra el extremismo. Pero si se mira más allá de
la retórica, se ve en cambio a un belicoso Estado étnico con un gran interés
en armar y entrenar a otros Estados étnicos belicosos, una tenebrosa
simbiosis alimentada en nombre de la necesidad geopolítica y del propio
interés económico.

 

«Nuestros amigos pueden matar y mutilar impunemente», escribe Antony
Loewenstein, refiriéndose a los amigos de Estados Unidos y del Reino Unido:
Arabia Saudita, Egipto e Israel. El 21 de noviembre, un acuerdo de
intercambio de rehenes permitió suspender el asedio israelí a Gaza durante
al menos cuatro días, pero el final de la guerra no está nada claro. En un
momento en el que los ciudadanos de todo el mundo sienten que el mundo se
está convirtiendo en un lugar más peligroso, la industria bélica moderna ha
crecido junto con el número de gobiernos nacionalistas, por no hablar de los
refugiados que mandan de vuelta a sus países. Más allá del proyecto de
«contención» de Palestina, Israel considera que su papel en el armamento de
los autócratas del mundo y de las agencias fronterizas [Frontex, agencia de
la Unión Europea, por ejemplo] y en la producción de programas informáticos
de espionaje es esencial para seguir existiendo, al igual que la propia
tecnología ayuda a otros Estados a lograr su propia aplicación de la
«seguridad» -por sangrienta que sea- en un mundo cada vez más
desestabilizado.

 

***

 

¿Cómo resumir casi un siglo de conflictos y negociaciones de paz por parte
de sionistas y palestinos, de industrialización y expulsión [de los
palestinos], del nacimiento de un «orden internacional basado en normas», de
guerra, de ocupación, del boom del DotCom? Antony Loewenstein comienza
contando su propia historia. Creció en una comunidad «sionista liberal» de
Melbourne -sus abuelos habían huido de los nazis en 1939 y llegaron a
Australia como refugiados- pero se sentía muy incómodo ante «el racismo
explícito contra los palestinos que oía y el apoyo incondicional a todas las
intervenciones israelíes». Ese malestar lo llevó a interesarse por Israel,
país del que se ocupa desde hace más de diez años, y en el que vive de forma
intermitente. «Es lógico ver a Israel como un remanso de paz para el pueblo
judío en caso de conflicto futuro», recuerda, «pero la seguridad de un
hombre es el tañido de muerte para otro».

 

«En 2021, Eli Pinko, que fue el primer director de la Agencia de Control de
las Exportaciones de Defensa de Israel, dijo: 'O son los derechos civiles en
un país o el derecho de Israel a existir. Me gustaría que cada uno de
ustedes se enfrentara a este dilema y dijera: 'No, nosotros defenderemos los
derechos humanos en el otro país'«. Con esta ética, la economía israelí
«abandonó rápidamente las naranjas por las granadas», tal como observó un
analista. Tras la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando el país que
contaba con 19 años de edad lanzó un ataque preventivo contra sus vecinos -
apoderándose de Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este y los Altos del Golán -
comenzó una nueva era en la política israelí.

 

Según Antony Loewenstein, estas iniciativas pusieron al país «en una senda
militar que nunca se ha detenido», aunque, para ser justos, Israel no fue el
único. Seis años antes, Dwight Eisenhower había advertido sobre los peligros
de un complejo militar-industrial estadounidense en su discurso de despedida
[17 de enero de 1961]. Sería un error considerar que este pomposo término
sólo representa un problema nacional. Al contrario, estos dos complejos -el
estadounidense y el israelí- se desarrollaron de forma interdependiente
dentro de un sistema más amplio.

 

La Sudáfrica del apartheid estaba de su lado. Algunos expertos se
escandalizan cuando los críticos comparan el Israel moderno con el antiguo
Estado del apartheid, alegando características diferentes. Lo que es
innegable, sin embargo, es que en la década de 1970, Israel suscribió un
acuerdo militar y de seguridad con Sudáfrica que se prolongó en secreto
durante décadas. Anton Liel, jefe de la oficina del Ministerio de Relaciones
Exteriores israelí en Sudáfrica durante la década de 1980, escribió
recientemente que Israel había «creado la industria armamentística
sudafricana» y que, a cambio, Sudáfrica había ayudado a financiar la
tecnología israelí. «Cuando desarrollábamos cosas juntos, normalmente
ofrecíamos los conocimientos técnicos y ellos aportaban el dinero. Esta
asociación le permitió a Israel [con la complicidad de Francia] desarrollar
su arsenal nuclear», explica Antony Loewenstein; se convirtió en el único
país de la región en poseer sus propias armas nucleares. (A pesar de los
llamamientos de los grupos de no proliferación nuclear, Estados Unidos
permitieron que Turquía [miembro de la OTAN] dispusiera de unas cincuenta
armas nucleares, muy cerca de Rusia e Irán).

 

Israel fue el último país del mundo [junto con Suiza] que mantuvo vínculos
estrechos con el régimen del apartheid. Un antiguo repertorio gubernamental
sudafricano explica qué es lo que vincula a los dos países «por encima de
todo»: ambos están «situados en un mundo predominantemente hostil, habitado
por pueblos de piel oscura». Décadas más tarde, sorprendido por un micrófono
que había quedado abierto, Netanyahu se hizo eco de este sentimiento durante
una reunión [en julio de 2018] con el primer ministro húngaro de extrema
derecha, Viktor Orbán: «Europa termina en Israel. Al este de Israel, no hay
más Europa».

 

Durante la misma conversación, Netanyahu criticó a la Unión Europea, el
mayor socio económico de Israel, por haber impuesto condiciones, aunque
fueran muy tibias, a los intercambios comerciales con el fin de propiciar
las conversaciones de paz con los palestinos, condiciones que no le
impidieron a la UE recurrir cada vez más a la tecnología israelí de
vigilancia de fronteras, [1] pero que no dejan de ser, para Netanyahu, una
bofetada. Sin embargo, sean cuales sean las reservas de algunos políticos
europeos sobre la forma en que Israel trata a los palestinos, la UE no ha
tenido ningún problema en justificar el uso de la tecnología israelí de
vigilancia de fronteras contra los inmigrantes procedentes de Siria, Libia y
Afganistán. Más recientemente, países como Alemania han aumentado sus ventas
de armas a Israel para apoyar su esfuerzo de guerra. «Los palestinos han
sido los conejillos de indias de la tecnología y la vigilancia israelíes»,
afirma Antony Loewenstein. Y la UE (Unión Europea) vio estas herramientas de
«contención» «como un éxito a reproducir en su propio territorio».

 

***

 

Estados Unidos, por su parte, actuó de la misma manera. Hoy en día, las
herramientas de vigilancia israelíes en nuestra frontera con México (y en la
frontera de Guatemala con Honduras) se utilizan para detener y reprimir a
los migrantes de Centroamérica y Sudamérica. Tras el 11 de septiembre de
2001, Israel se convirtió en una especie de estrella guía para muchas
políticas estadounidenses. A finales de noviembre de 2001, la CIA redactó un
memorando sobre «el ejemplo israelí» como posible base para argumentar que
«la tortura era necesaria». Israel es también uno de los veinte países que
han ayudado a transportar detenidos de la guerra contra el terrorismo a los
sitios clandestinos de la CIA (black sites).

 

Dicho esto, las relaciones entre ambos países son más conflictivas de lo que
podría pensarse. Las filtraciones del denunciante de la NSA (Agencia de
Seguridad Nacional) Edward Snowden así lo demuestran. En los años 2000, por
ejemplo, en la época en que la NSA enviaba al gobierno israelí correos
electrónicos y llamadas telefónicas privadas de palestinos y árabes
estadounidenses -lo que llevó a que los familiares que vivían en la
Palestina ocupada pudieran «convertirse en objetivos» (targets), como
escribe Loewenstein-, otros documentos muestran que los agentes consideraban
que nuestra alianza era «un problema permanente», «posiblemente muy
orientado a favor de las preocupaciones de seguridad israelíes». Dado el
fervor del Estado securitario estadounidense tras el 11 de septiembre, este
estado de hecho provocó una considerable irritación. «Sin embargo», continúa
el informe, «la sobrevivencia del Estado de Israel es un objetivo primordial
de la política estadounidense en Oriente Medio».

 

Otros documentos ultra secretos designan a Israel como el «tercer servicio
de inteligencia más agresivo contra Estados Unidos» (subrayado mío), junto a
China, Irán y Rusia. Estos reflejan la creciente preocupación estadounidense
ante las capacidades de guerra cibernética de Israel, así como los
«problemas de confianza» en la relación entre ambos servicios. Incluso hoy
en día, seguimos excluyendo a nuestro supuesto «mayor aliado» de la alianza
de los «Five Eyes» entre EE.UU., Canadá, Nueva Zelanda, Australia y el Reino
Unido (cooperación militar Aukus); un acuerdo de intercambio de inteligencia
que Loewenstein describe como «el más secreto e intrusivo» del mundo -
seguramente con buena razón.

 

En noviembre de 2021, la administración Biden tomó la rara medida de poner
en la lista negra a dos empresas israelíes de vigilancia, el Grupo NSO [una
empresa de seguridad informática con sede en Herzliya fundada en 2010] y
Candiru [una empresa hermana del Grupo NSO], que tienen estrechos vínculos
con el Estado israelí. NSO en particular, y su programa espía, Pegasus, que
puede recopilar de forma remota y secreta prácticamente todo lo que hay en
nuestro teléfono móvil, se vio en apuros después de que se supiera su
utilización en el brutal asesinato de Jamal Khashoggi (los saudíes compraron
el programa Pegasus con la aprobación de las autoridades israelíes en 2017)
y la persecución de periodistas y militantes de los derechos humanos en todo
el mundo. Aunque la decisión de Biden fue bien acogida, señala Loewenstein,
la razón más probable fue que «una empresa israelí estaba usurpando la
supremacía tecnológica estadounidense». Irónicamente, la NSO contrató hace
poco a un nuevo lobista en Washington: Stewart Baker, que fuera director
jurídico de la NSA.

 

***

 

Si sabemos hacia dónde mirar, la alianza entre nuestros dos países parece
profundamente tensa, a pesar de las afirmaciones en sentido contrario, y sin
embargo sigue existiendo un cierto entendimiento. The Palestine Laboratory
es un libro de referencia inestimable sobre cómo Occidente permite la
política israelí de ocupación y venta de armas, cómo Israel permite a
Occidente militarizar sus fronteras, y el control minucioso necesario -
tanto discursivo como literal - para mantener este equilibrio. En el que
sólo nuestros enemigos son considerados hostiles, y nuestros amigos salen
prácticamente indemnes. (Loewenstein también muestra cómo las empresas de
vigilancia israelíes controlan meticulosamente los medios sociales,
presionando a empresas como Facebook para que censuren palabras clave como
«resistencia» y «mártir» [término utilizado para describir a los palestinos
muertos durante la resistencia]). 

 

«El peor escenario posible», escribe Loewenstein en su conclusión, «es la
limpieza étnica contra los palestinos ocupados, o la transferencia de
población, la expulsión forzosa amparada en el pretexto de la seguridad
nacional». Esto es exactamente lo que estamos presenciando hoy, con (en el
momento de escribir estas líneas) más de 11.000 muertos en Gaza y la
evacuación que se lleva a cabo de su zona norte, ordenada por Israel. El
miércoles 22 de noviembre, tras concluir una breve tregua con Hamás,
Netanyahu declaró a los periodistas que era «absurdo decir» que los combates
terminarían una vez devueltos los rehenes, subrayando que ésta era sólo una
de las muchas «etapas» de la guerra.

 

A mediados de noviembre, en lo que podríamos considerar un adendum a su
libro, Loewenstein intervino en el sitio web Democracy Now! [presentado por
Amy Goodman] para hablar de la guerra actual. «Israel ya está, en este mismo
momento, probando nuevas armas en Gaza», dijo. Probablemente se refería a un
nuevo proyectil de mortero guiado por láser y GPS llamado «Iron Sting»,
fabricado por la empresa israelí Elbit Systems. Se trata de la misma empresa
que, con la aprobación del gobierno, ayudó a militarizar la frontera entre
Estados Unidos y México, armó a la junta militar de Myanmar incluso después
de su violento golpe de Estado [febrero de 2021] y apoyó la limpieza étnica
de Azerbaiyán con drones de última generación. Nuestros amigos, por decirlo
de una manera sencilla, han seguido trabajando. (Artículo publicado
originalmente en The New Republic, 24-11-2023
https://newrepublic.com/article/177074/israel-arms-worlds-autocratswith-weap
ons-tested-palestinians) 

 

Nota de A l’encontre

 

1] En un artículo de Guillaume Pitron del 23 de febrero de 2017, el
Observatoire des multinationales
(https://multinationales.org/fr/enquetes/le-business-des-frontieres/)
señalaba: «La crisis migratoria europea ha revelado la existencia de una
gigantesca industria de la seguridad fronteriza. En 2016, representaba un
mercado mundial anual estimado en 18.000 millones de dólares (16.900
millones de euros), y para 2022 se prevé que alcance los 53.000 millones de
dólares (49.800 millones de euros). Desde la voluntad de disuadir la
inmigración hasta la lucha contra el tráfico, el terrorismo y la piratería,
son muchas las “amenazas” en las fronteras, todas las cuales justifican
gastos adicionales. Una bendición para la industria de la seguridad,
liderada por estadounidenses e israelíes».

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