Argentina/ Prontuario de Victoria Villarruel, la vice de Milei. [Goldentul/Palmisciano]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Dic 9 23:06:46 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

9 de diciembre 2023

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Argentina

 

¿Hay que temerle a Victoria Villarruel?

 

A diferencia de Javier Milei, la nueva vicepresidenta argentina no construyó
su carrera en los círculos libertarios, sino en organizaciones ligadas a los
militares que reivindican a las «otras víctimas» de la década de 1970 y
niegan los crímenes de lesa humanidad. ¿Quién es y cómo ascendió al poder la
mujer que batalla contra los organismos de derechos humanos y admira a la
italiana Giorgia Meloni?

 

Analía Goldentul y Cristian Palmisciano *

Nueva Sociedad, diciembre 2023

https://nuso.org/

 

El próximo 10 de diciembre, Victoria Villarruel asumirá como vicepresidenta
de Argentina. Será la cuarta mujer que ocupa ese cargo en la historia del
país (tras María Estela Martínez de Perón, Gabriela Michetti y Cristina
Kirchner) y la primera en reconocerse abierta y orgullosamente de derecha.
Su asunción ampliará la saga de mujeres conservadoras que han ocupado
posiciones de liderazgo en América Latina, como Mireya Moscoso –primera
presidenta mujer en Panamá–, Alicia Pucheta –vicepresidenta de Horacio
Cartes en Paraguay– y Jeanine Áñez en Bolivia, a la cabeza de un gobierno
reaccionario.

 

Victoria Villarruel nació en 1975 y es, en términos generacionales y
políticos, una hija de los años 70. Pero no es hija de desaparecidos ni de
militantes. Es hija de un veterano de la guerra de Malvinas que se negó a
jurar la defensa de la Constitución Nacional cuando Argentina recuperó la
democracia. Villarruel es, además, sobrina de un militar imputado por
crímenes de lesa humanidad. A diferencia del meteórico ascenso de Javier
Milei, Villarruel fue construyendo su perfil a fuego lento. ¿Quién es, cómo
llegó y hasta dónde puede escalar la hasta hace muy poco inesperada
vicepresidenta? ¿Cuál es el perfil de la mujer que ostentará la segunda
magistratura del país?

 

El odio, el resentimiento, la estrategia y el cálculo suelen ser parte del
repertorio analítico de quienes estudian las nuevas derechas y bien podrían
ser el punto de partida para reconstruir la historia de Villarruel. ¿Pero
cómo juegan otros sentimientos en el intento de comprender a quienes, según
el sociólogo alemán Nitzán Shosán, se nos aparecen como personas
«desagradables»?. ¿Qué lugar ocupan el amor, la lealtad y la solidaridad en
el universo de las extremas derechas? 

 

Comencemos por el amor. Como tantas otras hijas e hijos de militares,
Villarruel ama la institución militar que la cobijó desde pequeña. En ese
ámbito, es una persona de compromisos estables y duraderos. En su juventud,
formó parte de la Asociación Unidad Argentina, una agrupación creada por un
grupo de militares en la década de 1990 con el objetivo de impugnar la
política de reconciliación del gobierno de Carlos Saúl Menem. Cuando Néstor
Kirchner accedió a la presidencia en 2003 y se reabrieron los juicios por
delitos de lesa humanidad, su militancia se enfocó en los militares que
consideraba «injustamente detenidos». En un boletín informativo de la época,
Villarruel llamó a luchar «por la libertad de los prisioneros políticos» y
por una «amnistía que permita la pacificación» (Boletín Nº 4 de la Unión de
Promociones, abril de 2006). Paz o pacificación como estadíos posteriores a
una guerra, porque en su visión eso es lo que vivió la Argentina en la
década de 1970. Ni siquiera una «guerra sucia», como ha expresado el
ex-presidente Mauricio Macri, sino una guerra a secas, entre «terroristas»
que amenazaron a la patria y militares que pusieron el cuerpo para
defenderla. 

 

Hacia fines de 2006, con buen olfato para captar el nuevo clima ético y
político bajo el kirchnerismo, Victoria Villarruel dejó de lado su
compromiso público con los victimarios y se dedicó a las víctimas. O, mejor
dicho, a las «otras víctimas»: aquellas que murieron por el accionar de las
guerrillas y que no han formado parte de la memoria promovida por el Estado,
menos aún bajo los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Una causa que,
en comparación con la defensa de los militares juzgados por crímenes de lesa
humanidad, podía tener resonancia en públicos más amplios, particularmente
en aquellos que se asumen como la «gente común» o como parte de una mayoría
silenciosa que no apoyó el terrorismo de Estado, pero tampoco tuvo simpatías
por las causas revolucionarias. El reclamo apelaba a la moral humanitaria,
porque lo que pedía Villarruel era, en última instancia, empatía. Si en las
sociedades contemporáneas toda víctima tiene derecho a la palabra, a la
reparación, a la escucha y al consuelo, ¿por qué no escuchar a los
familiares de personas que murieron por el accionar guerrillero? 

 

En esta otra causa, Villarruel, quien visitó al ex-dictador Jorge Rafael
Videla en prisión, no apeló a la sangre como manto de legitimidad. Hizo de
su profesión como abogada la marca distintiva de su carrera militante. Con
esa impronta fundó en 2006 el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo
y sus Víctimas (CELTYV), una organización no gubernamental con perspectiva
humanitaria que le permitió convertirse en la principal voz pública de las
«otras víctimas» de la década de 1970. 

 

Luego de recibirse como abogada en 2003 por la Universidad de Buenos Aires
se dedicó a estudiar el enfoque adoptado por los familiares de víctimas del
accionar armado de ETA en el País Vasco. Quiso trasladar la categoría
transnacional de «víctima del terrorismo» al contexto argentino, esfuerzo
que quedó plasmado en su libro Los otros muertos. Las víctimas civiles del
terrorismo guerrillero de los 70, escrito junto al abogado Carlos Manfroni,
y editado en 2014 por Random House-Sudamericana. Este fue el primer y único
título que una activista proveniente del mundo militar logró insertar en el
mercado de libros a través de una gran editorial. Su obra previa, Los
llaman…jóvenes idealistas, había sido publicada en 2009 por su propia
cuenta. 

 

A medida que se consolidó como emprendedora de la «memoria completa»,
Villarruel fue desplazando a otras referentes icónicas del mundo militar
como Cecilia Pando, la violenta esposa de un militar retirado que supo ser
la cara visible del activismo cuando las políticas de derechos humanos del
kirchnerismo estaban en pleno auge. En 2018, cuando el sector nacionalista
ya tenía la idea fija de competir en las elecciones presidenciales del año
siguiente con una opción «100% de derecha», Pando fue elegida para acompañar
como candidata a vicepresidenta al diputado Alfredo Olmedo, un político de
la derecha conservadora de la norteña provincia de Salta que hoy también
forma parte de las huestes de La Libertad Avanza. Pero, a diferencia del
éxito que tuvo Villarruel en su candidatura, esta primera fórmula no
prosperó y terminó siendo reemplazada por la dupla de Juan José Gómez
Centurión (militar veterano de la guerra de Malvinas) y Cinthia Hotton
(dirigente del ala derecha del mundo evangélico), que tampoco despegó:
obtuvo menos de 1,7% de los votos en las elecciones de 2019.

 

Pando juega en la liga nacional y es conocida exclusivamente por un público
argentino mayor de 30 años. Villarruel, en cambio, se hizo un nombre más
allá de las fronteras y penetró en el mundo de los jóvenes, lo que en
términos de construcción de su figura e imagen la acerca a algunos
intelectuales e influencers de derecha como Agustín Laje, cuyos libros
contra el «marxismo cultural» y la «ideología de género» le permitieron
trascender el «nicho» de los años 70 y acoplarse a una agenda global de las
derechas radicales. De manera análoga a Laje, Villarruel nunca perdió de
vista la arena internacional. En 2008, tomó cursos en el área de seguridad
en el Centro de Estudios de Defensa Hemisférica William J. Perry dependiente
de la National Defense University de Washington. Y, desde entonces,
participó en seminarios y conferencias sobre «víctimas del terrorismo» en
distintos países de América Latina y Europa, donde la categoría no remite a
la década de 1970, sino a conflictos contemporáneos. Así también construyó
aceitados vínculos con el partido de extrema derecha español Vox, y en
particular con uno de principales referentes, Javier Ortega Smith. Esto le
permitió, más adelante, oficiar de intermediaria entre Milei y Vox. Hace
poco dijo que la mujer que más admira hoy es la primera ministra italiana
Giorgia Meloni. 

 

«Como dicen mis queridos amigos de Vox en España: si amás a tu país y te
animás a decirlo, sos facho. Si te quejás de cómo te ahorcan con los
impuestos, no sos solidario y sos facho. Si no estás de acuerdo con el
feminismo hembrista y con la ideología de género que discrimina entre los
hombres y las mujeres y privilegia a unos sobre otros, sos machista y por
supuesto sos facho. Si defendés tu casa o tu tierra y exigís al gobierno que
no te la usurpen los delincuentes o los mapuches sos racista y por supuesto
sos facho. Los progres nos impusieron la dictadura de lo políticamente
correcto y nos miran desde su dudoso pedestal de superioridad moral mientras
nos callan», señaló en la campaña de 2021 que la llevó al Congreso.

 

Si algo le falta al contrapunto entre Villarruel y Pando es que la relación
de ambas es muy mala. A la nueva vicepresidenta no le han faltado chispazos
con muchos activistas. Contra lo que podría pensarse, a Villarruel son pocos
quienes la quieren en el universo de organizaciones de civiles y militares
retirados que ha estudiado Valentina Salvi. Según distintos activistas, la
nueva vice construyó su camino «pisando cabezas». Se enfrentó en este tiempo
con diversos familiares -hijos y nietos- de perpetradores en medio de
diversas pujas políticas y personales. Valga un ejemplo: en julio de 2022,
los integrantes del Centro de Estudios Cruz del Sur –un grupo de jóvenes que
defiende el «orden social cristiano» y orbita alrededor de Juan José Gómez
Centurión– hervían de la bronca cuando Villarruel, luego de enterarse que no
iba a ser oradora en un homenaje a víctimas de la organización guerrillera
Montoneros, intentó boicotear el acto. Segundo Carafi –presidente de Cruz
del Sur y anfitrión en las últimas dos presentaciones de libros de Agustín
Laje en la Feria del Libro en Buenos Aires– asegura que no se la invitó a
hablar porque en ese entonces Villarruel ya era diputada nacional y les
pareció conveniente preservar el carácter no político del homenaje. La idea,
según remarcó, era que el protagonismo lo tuvieran los familiares. En el
CELTYV el protagonismo lo tiene Villarruel. Su asociación se aproxima mucho
más a la lógica de un estudio jurídico, donde su presidenta –que es abogada–
patrocina y representa a los familiares de los militares, sin hacerlos
partícipes de las decisiones a tomar o de los pasos a seguir. 

 

El CELTYV es Villarruel, pero Villarruel es mucho más que el CELTYV. La
asociación fue su punto de partida para forjar su carrera política sobre la
base de controversias, a pesar de que no todos los familiares que representa
(o que dice representar) quieren confrontar o se sienten a gusto en el
escándalo. Luego de insertar su libro en la editorial más importante del
país, su ascenso fue lento pero constante. En 2016, cuando Mauricio Macri
transitaba sus primeros meses de gobierno, Villarruel se convirtió en la
primera activista de la «memoria completa» en ser recibida por un secretario
de Derecho Humanos en el predio de la ex-Escuela de Mecánica de la Armada
(ESMA), donde funcionó el centro clandestino de detención más emblemático de
la última dictadura militar. Algunos días después, en un clima de tensión
con los organismos de derechos humanos, el secretario le quitó entidad a la
reunión y Villarruel fue implacable en las redes sociales: «quién se imaginó
que esto iba a ser fácil y compró globos amarillos [usados por el partido de
Macri] es porque no conocía del tema. Hay que luchar». 

 

Al año siguiente, mientras Javier Milei daba sus primeros pasos como
celebrity mediática vociferando contra «colectivistas» y «keynesianos»,
Villarruel comenzó a hacer lo suyo en el único programa del prime time de la
televisión argentina que la invitaba: el ciclo Intratables, conducido a la
noche por el presentador Santiago del Moro en la canal América TV con un
tono sensacionalista. Milei y Villarruel todavía no se conocían, pero sus
luchas eran complementarias sin saberlo. Al denunciar que la economía seguía
igual y que las víctimas de las organizaciones armadas continuaban sin su
lugar en la historia, ambos dejaban en falta al gobierno de centroderecha de
Mauricio Macri; o a la «derechita cobarde» en palabras de Laje. 

 

2018 fue una oportunidad para Villarruel, porque la obligó a ver más allá
del campo de las disputas memoriales. A partir del debate parlamentario en
torno de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), no dudó en
colgarse el pañuelo celeste -contra el verde, pro-legalización- y comenzar a
marcar presencia en las marchas «pro-vida». El debate en el Congreso no solo
significó un parteaguas para ella, sino para el devenir de las derechas
vernáculas. Los conflictos derivados del pasado reciente que alimentaban a
la vertiente más nacionalista y católica habían perdido centralidad en la
agenda pública, y el debate sobre el aborto les dio una nueva vida. 

 

Como afirmaba el sociólogo estadounidenses Howard Becker en su libro
Outsiders, al final de una cruzada los emprendedores de una causa pueden
«ampliar sus intereses» y descubrir que hay otros temas y otros males contra
los que se «debe hacer algo». Desde entonces, comenzaron a organizarse
eventos contra la «ideología de género» y el «marxismo cultural» que reunían
a diversas personalidades del liberalismo-libertario, el conservadurismo y
el nacionalismo católico, y que además contaban con una amplia participación
de jóvenes. El fenómeno estaba a punto de masificarse cuando Villarruel
comenzó a escalar el tramo más empinado del camino que inició en la década
de 1990, siendo apenas una adolescente.

 

En 2021, luego de la cuarentena «más larga del mundo», Villarruel aceptó la
invitación de Javier Milei para ser parte de La Libertad Avanza (LLA), la
coalición fundada en julio de ese año por el economista libertario para
competir en las elecciones legislativas en la ciudad de Buenos Aires. LLA
obtuvo un sorpresivo 17% de votos y Villarruel, una muy buena polemista que
estaba segunda en la lista, accedió a una banca en el Congreso. Así logró
batir otro récord: de todas las mujeres que alguna vez vistieron la camiseta
de la «memoria completa», fue la primera en ganar el cargo de diputada
nacional. El empuje final lo terminó de dar el pasado 19 de noviembre cuando
fue electa vicepresidenta de la Nación en la segunda vuelta, imponiéndose
con casi 56% de los votos y con una diferencia de 12 puntos sobre la fórmula
de Unión por la Patria. 

 

Una paradoja de la nueva vicepresidenta es que, si bien integra un espacio
que vocifera virulentamente en contra del intervencionismo estatal, lo que
ha perseguido siempre no es ni más ni menos que «sus» víctimas sean
reconocidas por el Estado -y defiende a las Fuerzas Armadas, que son la
columna vertebral de este Estado (eso Murray Rothbard, el teórico libertario
que sigue Milei, lo tenía muy claro)-. Al fin y al cabo, los procesos de
acreditación con sello oficial son instancias predilectas para que una
víctima pueda instituirse como tal y ser reconocida por otros. Porque si
bien los familiares de víctimas de organizaciones armadas participan de un
sinfín de actos y homenajes, ninguno de ellos tiene el valor simbólico de
los rituales del Estado. 

 

Como vicepresidenta, Villarruel está en una posición privilegiada para ser
ella misma quien, en nombre del Estado, reconozca a las víctimas que
representa. Se trata de un gesto que la pondría en espejo con Néstor
Kirchner y su mítico acto de recuperación de la ex-ESMA en marzo de 2004.
Sin embargo, las exigencias de la investidura pueden generar cortocircuitos
entre el «yo funcionario» y el «yo militante», y muchos militantes que han
ocupado funciones de gobierno lo saben.

 

Si bien durante la campaña Villarruel había pactado con Milei supervisar las
carteras de Seguridad y Defensa, y colocar allí gente de su confianza, la
llegada de la ex-candidata presidencial Patricia Bullrich a Seguridad y de
Luis Petri -candidato de vice de Bullrich- a Defensa, parece dejar a la
flamante vicepresidenta sin ningún poder real de mando, más allá de su
puesto más bien simbólico en un Senado en el que los libertarios tienen una
representación casi marginal. 

 

También habrá que ver cuántos en el nuevo gobierno se suman a la causa de la
«memoria completa»; una causa que puede interpelar a una minoría intensa,
pero no es prioritaria ni urgente para las mayorías. La «batalla cultural»
parece dirigirse a otros frentes, y la década del 70, por el momento, no es
uno de ellos. 

 

* Analía Goldentul, es doctora en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos
Aires). Actualmente es becaria posdoctoral del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Investiga sobre derechas y
memoria. Cristian Palmisciano, es sociólogo. Investiga sobre las
organizaciones por la «memoria completa» en la Argentina

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