Colombia/ "Se tiene que reparar a las mujeres afro víctimas de violencia sexual en el conflicto armado". [Beatriz Valdés Correa - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Jul 7 13:46:04 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

7 de julio  2023

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Colombia



Beatriz Valdés Correa: “Se tiene que reparar a las mujeres afro víctimas de
violencia sexual en el conflicto armado en Colombia”



Con la periodista feminista colombiana, que acaba de ganar el Premio Gabo en
la categoría de mejor texto, por un trabajo que expone la violencia sexual y
el racismo contra las mujeres afro en su país.



Luciana Peker

Las Bravas, 7-7-2023

https://ladiaria.com.uy/



“Nos decían que las negras tenemos el cuerpo bonito”, le contó Aura, que fue
violada, junto a sus dos hermanas, por integrantes de grupos armados,
legales e ilegales, entre 2001 y 2007, en Colombia, a la periodista Beatriz
Valdés Correa, que acaba de ganar el Premio Gabo, en Bogotá. Los prejuicios
raciales fueron parte de la violencia sexual contra las mujeres afro, las
más maltratadas durante el conflicto, también por la cosificación contra su
cuerpo y los inventos de causas –como rebelión– para apresarlas, lastimarlas
y correrlas de su territorio y sus hogares.



En 2006, la Policía allanó la casa de Aura, en Montes de María, golpeó a sus
hijos, de ocho y 12 años, y se la llevaron a Cartagena acusada de ser parte
de la guerrilla, como una mentira sistemática, sin derecho a defensa ni a
escudo sobre su cuerpo. Fue violada por varios policías. La liberaron y
después volvieron a capturarla. La tuvieron presa seis meses.



Aura es una de las 15.140 mujeres que sufrieron violencia sexual en Colombia
entre 1958 y 2022, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. Aura
también es una de las 1.409 afrocolombianas violadas con saña por el
Ejército, la Policía, los paramilitares y la guerrilla en un conflicto
armado que lastimó el cuerpo de las mujeres como si fuera una parte
inanimada de la guerra.



“La violencia sexual la ejercieron mayoritariamente contra las mujeres y,
entre los grupos étnicos, las más afectadas fueron las afro”, señala la
periodista. La Unidad para las Víctimas cuenta 36.572 víctimas de “delitos
contra la libertad y la integridad sexual”. El 90% son mujeres y el 21% son
negras, afrocolombianas, raizales o palenqueras. Las cifras no son completas
porque hay subregistros y muchas no se animan, todavía, a denunciar. Pero
hay una certeza: el racismo definió la violencia sexual.



El trabajo de Beatriz Valdés prueba el ensañamiento con las mujeres afro y
el cruce de racismo y violencia sexual en Colombia, la responsabilidad
estatal y la necesidad de reparar a las víctimas. El artículo que refleja
esta realidad se titula “El grito por justicia y reparación de las mujeres
afro violentadas sexualmente” y se publicó el 16 de febrero de 2023 en el
medio colombiano El Espectador.



Beatriz Helena Valdés Correa ganó el Premio Gabo, en la categoría de mejor
texto, el 1º de julio pasado, por este trabajo. El galardón implica un salto
en la mirada de las periodistas en el relato de la violencia sobre las
mujeres y un reconocimiento del premio hispanoamericano de mayor
trascendencia regional a las jóvenes que hacen periodismo feminista e
interseccional.



Además, es la primera vez, en las 11 ediciones de los premios, que un
trabajo colombiano ganó en la categoría de texto. “Este año el premio se
queda en Colombia”, anunció la periodista chilena Mónica González que
entregó el premio, abrazó y acarició a Beatriz. “Muchas gracias a la
Fundación Gabo por este reconocimiento, estoy muy emocionada”, dijo en su
discurso en el Teatro Colón de Bogotá la periodista. “Sobre todo se lo debo
a Aura y a todas las mujeres que en los últimos seis años han hablado
conmigo sobre lo que significó la violencia sexual en los cuerpos de las
mujeres negras”, subrayó.



“Pudimos evidenciar cómo el racismo, el clasismo y la periferia estuvieron
ahí para que estos crímenes pasaran desapercibidos, pero fueron sumamente
dolorosos. Yo deseo que la difusión logre que haya reparación, justicia
económica y justicia racial para ellas”, reclamó.



Beatriz le agradeció a su abuelo, Miguel Valdés, “el maestro mayor de obras
y el lector más voraz que conocí y que no pudo ver que me convertí en
periodista”, la inspiración a la lectura y la escritura. Ella nació el 26 de
junio de 1996. Sus primeros 16 años vivió en Lorica, en el departamento de
Córdoba, en el Caribe colombiano. Tiene tres hermanas: Celia, Fania y
Sandra. Su mamá, Sandra Correa, es contadora, y su papá, Ariel Valdés, es
maestro de español y de inglés. “Mis padres fueron muy inquietos con que sus
hijas hicieran lo que quisieran pero que la lectura era imprescindible para
lograrlo”, destaca.



Ella estudió en un colegio público de Lorica. “A nivel estructural estaba
bastante mal”, describe y explica: “En Colombia la diferencia entre lo
público y lo privado es importante porque determina que hayas estudiado en
condiciones decentes y en mi colegio los baños se caían y la biblioteca la
volvieron la sala de profesores. Me formé ahí, pero tuve una educación más
privilegiada porque mis padres eran profesionales y no tuve carencias de
alimentación o de necesidades básicas”.



Ella tiene 27 años y reconoce que el secreto que hizo la diferencia en su
educación es la lectura. A ella y a Fania (con la que se lleva apenas un
año) su papá las ponía a leer los libros o cuentos que les daba a los
estudiantes de bachillerato y les hacía rendir los exámenes de comprensión
de lectura que tomaba en sus clases. “Así nos fuimos metiendo en ese mundo”,
contextualiza. Y reconoce la influencia de su abuelo, que leía todo el día y
estaba suscripto a los diarios El Espectador y El tiempo y a la revista
Semana. Pero además leía con obsesión a Sócrates y con interés Los
miserables. Él quería que sus nietas y nietos entraran a la lectura y
comprendieran la situación del país. Sacaba fotocopias a las columnas de
opinión que le gustaban y las repartía por las casas de sus familias de un
entorno rural al que no llegaba mucha información si su abuelo no la hacía
llegar puerta a puerta.



Miguel se quedó sin visión. Pero sus nietas (Beatriz, sus hermanas y sus
primas) le leían libros y diarios. “Así fue como descubrí el periodismo”,
agradece. Su hermana había ido a estudiar antropología a Medellín,
Antioquia, y ella fue a estudiar periodismo. “Me faltaba muchísimo por
aprender, me faltaban referentes y bagaje cultural. No fui la estudiante más
brillante. Pero me salieron prácticas en El Espectador en un proyecto
Colombia +20 y ahí aprendí a hacer el oficio”, rescata.



-¿Cómo te hiciste periodista feminista?



Yo me considero afrofeminista. En la universidad, todavía con muchas
preguntas y confusiones, me hice feminista porque mi hermana se había hecho
feminista antes que yo. Fue una influencia muy importante. Cuando llegué al
periódico ya era feminista y eso fue muy importante con los temas que fui
explorando, como la violencia sexual.



-¿Cómo comenzaste con la investigación?



En 2020 fui becaria de la revista argentina Anfibia, en el laboratorio de
periodismo situado, donde trabajé sobre mujeres que estaban o habían estado
en situación de prostitución y fueron víctimas del conflicto por
desplazamiento forzado o asesinato de sus familiares. Ellas tuvieron que
irse de sus pueblos y llegar a ciudades hostiles, como Bogotá, y la primera
puerta que se les abrió fue la de la prostitución y vivían la explotación
sexual como consecuencia del conflicto.



-¿Cuándo empezaste a escuchar del racismo contra las mujeres afro?



Una de ellas había sido violentada por grupos armados en el Chocón porque
era negra y se referían a ellas con estereotipos como que son “calientes”,
con prácticas heredadas de la esclavitud que muestran a las negras como del
servicio doméstico. En Sucre, en los Montes de María, de donde es Aura,
había conocido una historia de una mujer a la que hombres armados la
marcaron como si fuera un animal, con un hierro caliente, porque la idea era
poseerla porque era una mujer afro. A partir de todo eso, empecé a hablar
con Yolanda Perea, que es una lideresa afro muy fuerte en Colombia, y con
Ángela Escobar, que es de la Red de Víctimas y Profesionales, y fue claro
que había prejuicios racistas. La Comisión de la Verdad en su informe
también lo documentó.



-¿Cuál fue el ensañamiento contra las mujeres por racismo?



Además del acto machista de violentar sexualmente a una mujer, que parte de
creer que la mujer puede ser propiedad del hombre que la violenta, también
existía el prejuicio racista de que es menos importante, menos grave, si
violentas a una mujer negra, porque el pensamiento es que las mujeres negras
somos menos gente y tenemos menos derechos.



-¿Quiénes fueron los grupos armados que ejercieron violencia sexual?



En Colombia la violencia sexual contra las mujeres afro vino de parte de
todos los sectores armados: las guerrillas (no hay nada documentado del
Movimiento 19 de Abril [M-19]), que se desmovilizó en 1990, pero sí las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de
Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL), contra
mujeres que estaban en sus filas y contra población civil; de parte de
grupos paramilitares, los casos son altísimos porque era más masculino que
los guerrilleros, y de parte de la fuerza pública (la Policía y el
Ejército). La fuerza pública cometió crímenes sexuales contra mujeres y
población LGBTI+, contra mujeres trans, gays y lesbianas, en un intento de
aleccionarlas.



-¿Cuáles son las demandas de reparación?



La Red de Mujeres Víctimas y Profesionales y la organización de mujeres
desplazadas afrocolombianas La Comadre han estructurado dos propuestas de
reparación holística para tener un hospital que pueda atender los casos de
violencia sexual en el momento que ocurren y, posteriormente, para las
secuelas que dejan. Se basan en el modelo del hospital de Panzi (un modelo
para atención de sobrevivientes de violencia sexual fundado por el médico
Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz 2018), en la República Democrática del
Congo, especializado en atender a mujeres y hombres víctimas de violencia
sexual, para que el personal médico esté sensibilizado en las violencias.
Las mujeres sufrieron mucha revictimización con preguntas salidas de tono
como “¿Usted no lo provocó?”. También quieren que este hospital aborde la
atención psicológica para las consecuencias de la ansiedad, la depresión y
los problemas cognitivos. Ellas además proponen que los violentos –no
necesariamente sexuales– puedan trabajar en la construcción del hospital
como una forma de reparación. La otra propuesta tiene que ver con la
espiritualidad afro y pensar cómo la violencia sexual desbarató comunidades
que parten de la base de cuidar a los hijos en comunidad, trabajar en
conjunto, cuidar a la otra. La estrategia es recuperar tradiciones y
prácticas ancestrales en el tejido social.



-¿Qué se necesita para concretar esa reparación?



Se necesita plata. Es necesario que el Estado se haga cargo de sus
responsabilidades económicas en materia de derechos humanos. Tienen que
destinar el dinero que tengan que destinar y adoptar la política fiscal
necesaria para cumplir con sus obligaciones. Tenemos una vicepresidenta
afrocolombiana, con orígenes parecidos a los de las víctimas [Francia
Márquez], y creo que es muy importante que exista la conversación de cómo se
va a reparar a esas mujeres y cómo se van a mejorar sus condiciones de vida.
La pobreza es mucho mayor y la falta de acceso a educación y salud es mucho
más alta donde hay población indígena y afro, y eso tiene que ver con el
racismo de base del Estado y las políticas que no han tenido en cuenta la
herencia de esclavización y de colonialismo, y que limitaron las formas en
las que estas comunidades pudieron desarrollarse.



-¿Por qué es importante poner en la agenda la violencia sexual?



Tiene que ser una prioridad combatir la violencia sexual. El Estado tiene
que pensar cómo va a proteger y a reparar a las mujeres que decidan hablar.



¿Por qué falta todavía que muchas mujeres cuenten los abusos que sufrieron?



Hay 36.000 víctimas de violencia sexual reconocida por el Estado, pero se
cree que hay miles que continúan en silencio y no se han atrevido a contar
su historia porque no quieren ser revictimizadas en un hospital o una
fiscalía que no tenga en cuenta sus derechos. No quieren hablar para no ser
atendidas correctamente o para que no sirva de nada. Cuando hablamos de
violencia sexual, no nos referimos sólo a lo que pasa en las ciudades, sino
a lo que pasa en el campo, que la información es muy limitada. Las mujeres
tienen que saber que tienen derecho a una vida libre de violencia. Y deben
tener dónde llegar y qué hacer si son víctimas de delitos sexuales.



-¿Qué sentiste al ganar el premio?



Fue muy complicado emocionalmente hacer este artículo. Tuve que hacer muchas
pausas, no sólo por lo que me afectaba, sino por lo mal que lo habían pasado
las personas que entrevistaba. Yo quería escribir esta historia de modo que
no hiciera daño, sino que contribuyera. El premio es un reconocimiento a la
discusión que debe poner sobre la mesa la violencia sexual a las mujeres
afro en el conflicto. Por eso, me siento muy agradecida y feliz de ese
reconocimiento del Premio Gabo, me parece clave que, a partir del
periodismo, se ponga sobre la mesa el feminismo. Es importante que desde el
oficio sean escuchadas mujeres que no son representadas en los medios
masivos. Tenemos que pensar cuáles son las voces que queremos amplificar y,
desde los medios, abrir la mirada para que las voces por años silenciadas,
los procesos por años invisibilizados, puedan mirarse. Nuestra contribución
es abrir la visión para que puedan ser vistos por más personas.



* Las Bravas es un espacio de La Diaria Feminismos que busca amplificar las
voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia
en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina
especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las
mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa,
por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.

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