Guatemala/ Puesto de frontera. Otra parada de la ruta migrante de Centroamérica. [Andrés Arnal/Martina Madaula]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mar 17 12:34:11 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

17 de marzo 2023

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Guatemala



Otra parada de la ruta migrante de Centroamérica



Puesto de frontera



La ciudad de Esquipulas, antaño lugar de peregrinaje religioso, se ha
transformado en una frontera más para los migrantes latinoamericanos.
Familias venezolanas, ecuatorianas y hondureñas, entre otras, se unen para
intentar llegar a salvo a Estados Unidos.



Andrés Arnal/Martina Madaula, desde Esquipulas

Brecha, 17-3-2023

https://brecha.com.uy/



«Le supliqué a unos hombres muy grandes y armados que nos dejaran pasar…
solo teníamos un poco de avena y agua para sobrevivir en la selva del
Darién.» Lupe, una niña venezolana de 9 años, consiguió que ella y su
familia llegaran a Guatemala. Muchos no tienen esta suerte y pierden sus
vidas en la larga ruta hacia el norte. María Elena, su madre, viaja sola con
sus cuatro hijos. Agotada, juega con su hija en un albergue de Esquipulas,
con la única muñeca que han logrado salvar en el camino.



Hasta hace pocos años, Esquipulas era conocido en toda Centroamérica por ser
un lugar de peregrinaje y de fervor religioso. Su imponente catedral
barroca, uno de los atractivos turísticos de la zona, albergaba visitantes
de toda la región. Ahora, esta pequeña ciudad de poco más de 50 mil
habitantes se ha convertido en lugar de paso de miles de migrantes de todo
el mundo.



Su estratégica situación geográfica es clave para entender el contexto de la
ruta migratoria latinoamericana. Esquipulas se encuentra a unos escasos diez
quilómetros de la frontera con Honduras, en el triángulo que une a este país
con Guatemala y El Salvador. Esto la convierte en la primera ciudad que los
migrantes y refugiados encuentran en un nuevo país por recorrer. Un país,
Guatemala, que es solo una parada y un obstáculo más a sortear en el largo
camino que les queda hasta su destino.



En sus calles, la mezcla de pequeños puestecitos regentados por indígenas de
origen maya y grandes cadenas de comida rápida convive con centenares de
personas de todo el mundo que intentan reunir algo de dinero para continuar
su camino. Los que tienen más suerte, consiguen algún trabajo esporádico y
precario de uno o dos días, pero la gran mayoría se ven obligados a esperar
remesas de sus familiares o pedir limosna por las calles.



Antes de llegar a la ciudad, nos encontramos con la peligrosa carretera que
parte de la frontera de Aguas Calientes. En los escasos quilómetros de
trayecto, nos topamos con diferentes personas que caminan bajo el sol con
sus pocas pertenencias a cuestas. La presencia policial y militar en los
diversos puestos de control improvisados que cruzamos domina el paisaje. Es
en este tramo de carretera donde nos hallamos, de repente, con un oasis en
medio de la ruta migratoria. Lo que a primera vista parece una sencilla y
modesta construcción de cemento, es en realidad la Casa del Migrante San
José, un hogar de paso seguro para miles de personas; tanto para los que
cruzan Guatemala en su ruta hacia México o Estados Unidos como para los que
se ven obligados a volver a su país de origen y abandonar el sueño
americano.



Este centro de acogida temporal, gestionado por la Pastoral de Movilidad
Humana, tiene capacidad para unas 150 personas, pero la mayor parte del año
sobrepasa holgadamente su aforo. En él se ofrece alojamiento, alimentación y
servicio médico por uno o dos días.



Al traspasar las puertas de la Casa del Migrante se respira una calma tensa.
Esta se percibe en los ojos de decenas de personas que cada noche abandonan
el centro y se dirigen a la ciudad en busca de un bus para continuar su
camino hacia el norte. La oscuridad les sirve de refugio para evitar las
«mordidas» de los funcionarios o, lo que es peor, su deportación.



Todas las rutas convergen en el tapón



Aunque nos cuentan que en el albergue puedes encontrar personas de todo el
mundo -haitianos, afganos o somalíes-, en las últimas semanas los
principales países de origen son Venezuela, Ecuador y, en menor medida,
Honduras.



Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde 2015 7,1
millones de venezolanos han abandonado el país, huyendo de la falta de
recursos y de la crisis económica. De estos, se estima que cerca de 5,7
millones se encuentran en países de Latinoamérica y el Caribe. Las
autoridades guatemaltecas hablan de un incremento del 92 por ciento de
personas procedentes de este país en el último mes. Por otro lado, la gran
mayoría de hondureños que conocemos en el albergue huyen de su país a causa
de la violencia y de las extorsiones de las pandillas. Mientras tanto,
Ecuador está viviendo una segunda gran oleada migratoria debido a la crisis
económica y la falta de empleos producida por la pandemia.



Las causas son diversas y en muchos casos se intercalan más de una, pero
todos comparten un mismo objetivo. Aun así, lograrlo no es fácil y, para
muchos, supone arriesgar la propia vida o la de sus seres queridos. Los
secuestros representan la mayor amenaza para las personas migrantes. Solo en
México, este colectivo sufre una media de 54 secuestros al día. Las
violaciones de niñas y mujeres son también un riesgo muy elevado en el
camino, tanto es así que los coyotes les entregan preservativos gratis y
aconsejan a los pandilleros y narcos a usarlos, haciendo de la violación una
realidad inevitable y un arma de control del territorio mediante el cuerpo
de la mujer.



Las personas que arriban a Centroamérica desde los países del sur deben
viajar innumerables días mediante autobuses y largas caminatas con tal de
llegar, en este caso, a Guatemala, un país que representa tan solo la mitad
de su viaje. A este grupo se le suma, además de las vulneraciones de
derechos ya mencionadas, el cruce de uno de los puntos migratorios más
peligrosos del mundo, el conocido como Tapón del Darién. La selvática
frontera entre Panamá y Colombia, de 5 mil quilómetros cuadrados, se ha
convertido en un corredor para los migrantes irregulares que tratan de
cruzar Centroamérica en su camino a Estados Unidos (véase «Escapar por el
infierno», Brecha, 19-VIII-22). Según la Agencia de la ONU para los
Refugiados y la Organización Internacional para las Migraciones, la cifra
total de personas que han cruzado la jungla este año casi se ha triplicado
en comparación con el mismo período el año pasado: de 2.928 en los primeros
dos meses de 2021 a 8.456 en el mismo período de 2022. La cifra de este año
incluye 1.367 niñas, niños y adolescentes.



Al cruzar esta jungla los viajeros se enfrentan a múltiples peligros, como
grupos criminales y animales salvajes. «La jungla entera huele a muerte… hay
ropa, zapatos, mochilas por todos lados, la gente debe ir desprendiéndose de
sus posesiones para llegar al final», nos cuenta Lupe. «Vimos una mujer
embarazada, con su pareja… él estaba muy nervioso, quería ir más rápido,
pero ella estaba agotada… Al final, la dejó atrás cruzando el río… ¿Qué
clase de hombre haría eso?» Un grupo de migrantes venezolanos que se habían
conocido en el camino y que acompañaban también a una joven madre soltera y
su hija ecuatorianas se acercan a la conversación para contarnos, una tras
otra, las historias de duelo y abandono que presenciaron en la selva: «Hay
gente que abandona a sus hijos, por no poder hacerse cargo de ellos o por
ralentizarse mucho en el camino». La ruta es, pues, especialmente mortífera
para las personas más vulnerables. Muchas mujeres del albergue se quejaban
de que los hombres jóvenes y sin familia tienen un paso mucho más rápido y
no conocen lo que es quedarse a esperar a aquellos que no pueden correr.
«Por eso nos juntamos con otras familias, es mucho más seguro avanzar
juntos.» La mujer ecuatoriana, de unos 27 años, y su hija de unos 7 se
encontraron dos familias numerosas de venezolanos que viajaban juntas, el
resto del camino planean hacerlo con ellos. «Es peligroso para una mujer
sola hacer esta ruta… y más para una niña pequeña.»



Las caravanas



Esta historia de apoyo y cooperación para hacer frente a los peligros del
camino es lo que motivó el surgimiento en 2018 de las caravanas migrantes.
Así se le llamó a una serie de éxodos que iniciaron el 13 de octubre de ese
año, con unos mil hondureños que decidieron unirse en San Pedro Sula para
emprender juntos el camino hacia México y allí pedir asilo (véase «El
verdadero muro de Trump», Brecha, 26-X-18). Esta caravana, cuyo tamaño final
se estimó en unas siete mil personas, por las que se sumaron en el camino,
es probablemente la más grande jamás registrada. Aun así, a esta la siguió
una segunda caravana, también de unos mil hondureños que, en este caso,
partió de Esquipulas unos días más tarde, el 21 de octubre. En los días
posteriores, tres caravanas más, en este caso de salvadoreños que
emprendieron su ruta hacia el norte. Desde entonces, las caravanas no han
parado de existir y se han convertido en una modalidad migratoria que
garantiza la supervivencia frente a las adversidades del camino. Ahora las
caravanas no son tan multitudinarias, pero bajo ese nombre las siguen
registrando en el albergue Casa del Migrante San José en Esquipulas. «Acaba
de llegar una caravana de ecuatorianos», informaban los voluntarios. «Cuando
llegan más de diez juntos los registramos como caravana.»



El grupo está listo. Se han organizado para marchar del albergue esta noche
y coger el autobús de la una de la madrugada. Por la noche hay menos
opciones de que los pare la Policía. Debido a la arbitrariedad en los
horarios del transporte en el país, todos deciden salir unas horas antes,
cruzar la peligrosa carretera y esperar en la parada correspondiente a la
llegada del bus. Esa misma tarde, a la hija pequeña de María Elena le ha
subido la fiebre. El cansancio, el hambre y el frío han acabado afectando a
la pequeña. La madre decide no acompañar al grupo: «No quiero que mi hija
esté en la calle con esta fiebre durante tanto tiempo». Saldrán más tarde,
justo para coger el bus. Al resto de hermanos no les parece bien la
decisión, están nerviosos. El mayor no quiere separarse del grupo, sabe lo
que supone para su familia viajar solos. Lupe se sienta en un rincón y nos
lanza una sonrisa entre lágrimas. María Elena les repite a sus hijos como un
mantra: «No hay que pensar en lo malo. Debemos seguir adelante y pensar que
nada malo nos va a pasar. Todo irá bien…».



Lo que está por venir



Pero el largo camino que les aguarda no es fácil, y muchos lo saben. Daniel
es un joven de apenas 20 años que viaja solo. Tres días antes de nuestra
llegada a la Casa del Migrante, decidió reemprender su viaje en dirección a
Estados Unidos. Cuando salió de madrugada del albergue, le dispararon
indiscriminadamente desde un coche que pasaba por la carretera. Sin mediar
palabra. Sin previo conflicto. Los migrantes no son bienvenidos en esta
ciudad. Tampoco son apreciados por los narcos, con mucho predominio en esta
zona. La presencia de rutas migratorias, y en consecuencia de controles
policiales y militares, les impide poder usar esas mismas rutas para sus
negocios ilícitos.



Ahora Daniel está postrado en una silla de ruedas, con la pierna llena de
metralla. Sin perder la esperanza, continúa soñando con poder seguir su
camino. Tanto para Daniel como para el resto de las personas, el camino aún
les depara muchas adversidades. Para empezar, tendrán que lidiar con los
entre cuatro y cinco controles que se establecen diariamente en la carretera
que une Esquipulas con la Ciudad de Guatemala. Los funcionarios corruptos
cobran entre 10 y 20 dólares por persona -dependiendo de su nacionalidad y
de la «benevolencia» del policía de turno- para seguir su camino. Si no
pueden pagar, son deportados a la frontera con Honduras. Más allá de la
corrupción y la vulneración indiscriminada de derechos humanos que ejercen
las fuerzas de seguridad, Guatemala es, de facto, una frontera más de
Estados Unidos. El aumento de vehículos militares, cordones policiales y
deportaciones es resultado de la presión que ejerce el país norteamericano
sobre México y Guatemala (véase «Esperar en el purgatorio», Brecha,
12-VII-19). Las políticas de securitización nacional y el fortalecimiento de
las fronteras del norte se externalizan cada vez más hacia los países
centroamericanos, lo cual agrava la dificultad de las rutas y empuja a los
migrantes a adoptar las más peligrosas.



Al día siguiente, recibimos un mensaje de María Elena y sus hijos. Han
conseguido llegar al norte del país. En Tecún Umán, una de las zonas
fronterizas entre Guatemala y México, pueden descansar otra noche en un
albergue. El cruce para llegar a México es fácil, cualquier autobús pasa con
facilidad la línea fronteriza. Atravesar el país, sin embargo, es
posiblemente la parte más dura de todo el viaje.

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