Brasil/ Nuevo marco fiscal: es "un techo de gasto suavizado". [Gláucia Campregher - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Jue Mayo 11 00:52:30 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

10 de mayo 2023

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Brasil



Entrevista con Gláucia Campregher *



Nuevo marco fiscal: es “un techo de gasto suavizado”



"La filosofía que está detrás de la propuesta del NAF es equivocada", dice
la economista.



Patricia Fachin

Revista IHU, 10-5-2023

https://www.ihu.unisinos.br/

Traducción de Correspondencia de Prensa



El Nuevo Marco Fiscal (NAF, por su sigla en portugués), presentado por el
ministro de Hacienda, Fernando Haddad, en contraposición al actual techo de
gastos vigente desde el gobierno Temer, ha suscitado numerosos debates entre
los economistas, especialmente entre los más heterodoxos. Argumentan que la
propuesta "es un techo, aunque sea un techo blando". Este es el razonamiento
de la economista Gláucia Campregher. El NAF, explica, "es un techo porque
parte del punto de vista de que es necesario tener un objetivo de resultado
primario, que estará entre el +0,25 y el -0,25%. Sólo si se cumple este
objetivo será posible gastar hasta -y no más de- el 70% del aumento de los
ingresos. En otras palabras, el NAF parte del punto de vista de que necesita
aumentar primero los ingresos para poder gastar después".



- ¿En qué consiste el marco fiscal propuesto por el gobierno Lula?



Este nuevo marco fiscal está siendo llamado, por muchos economistas,
calabozo fiscal, porque tiene una trampa incorporada, que a muchos nos
preocupa. Me gustaría explicar el porqué, la esencia detrás de lo que se
está presentando.



Hay un gran problema en Brasil, que abarca la mentalidad de los economistas
más bien intencionados -desde mis colegas hasta el Ministro de Hacienda- y
también incluye el sentido común, la gente que sigue la política brasileña a
diario. Este problema consiste en entender que no podemos gastar más de lo
que ingresamos. Es decir, pensar que el endeudamiento, que significa
contraer una deuda porque se quiere gastar más de lo que se gana, es algo,
en sí mismo, indeseable, cuando no irresponsable. Esta es la visión del
sentido común en el país, porque hay una máquina trabajando sobre esta idea:
cuántas veces oímos en la televisión, en el periódico, en horario de máxima
audiencia, que es malo gastar más de lo que uno gana. ¿Cuántas veces se
asocia al Estado con la familia, con el padre de familia, con el argumento
de que sería absurdamente irresponsable gastar más de lo que uno gana? ¿Qué
terrible sería para él dejar una deuda a sus hijos y nietos?



Detrás de la política del nuevo marco fiscal, presentado recientemente por
el ministro Fernando Haddad, está la idea de que lo bueno es tener
superávit, y hay dos posibilidades: o, para que los ingresos superen a los
gastos, se recauda más, es decir, se suben los impuestos (y a eso apuesta
Haddad), o se gasta menos. En otras palabras, mientras no se aumentan los
impuestos, se controla el gasto y sólo se aumenta el gasto después de
aumentar los impuestos. Así que, detrás de esta política, que se está
convirtiendo en una propuesta para sustituir el infame techo de gasto del
gobierno Temer, estamos viendo una propuesta que es casi tan mala como la
otra porque también es un techo de gasto.



Excedente



La sociedad civil ha hecho un gran debate en torno al marco fiscal, pero una
de las cuestiones que este debate tiene que llevar al gobierno es la
siguiente pregunta: ¿Por qué el superávit es tan fundamental? ¿Quién ha
dicho que es fundamental? ¿Quién ha dicho que es la norma? ¿Ha sido así
desde que existe el capitalismo? Que yo sepa, no. ¿Es así en los últimos
años? ¿Es así en la política estadounidense, que expandió el gasto desde
2008 hasta ahora? ¿Quién dice que el aumento del gasto financiado con deuda
es negativo? Si el gasto no se financia con subidas de impuestos, ¿tiene que
financiarse con deuda? ¿Quién ha dicho que la deuda pública no se puede
refinanciar? ¿Quién ha dicho que los beneficios de la deuda pública no
quedan en manos de los sectores privados? Es importante plantearse esta
sencilla pregunta, casi infant



- ¿A qué atribuye esta preocupación con el superávit?



Yo diría que la razón para creer en esta fábula, de que el excedente es tan
importante, está asociada a dos aspectos. Primero, hay una asociación de
que, si el Estado crea deuda y gasta, pondrá demasiado dinero en
circulación, el gasto será descuidado, se realizarán malos proyectos, los
malos políticos robarán y, con eso, se crea una fantasía negativa en torno
al gasto público y al propio Estado. Entonces, la gente empieza a pensar que
sería racional secar el dinero, reducir el tamaño de la manta, porque
entonces las distintas dimensiones necesarias del gasto público lucharán
entre sí y ganará la más racional. Como si la escasez de dinero hiciera que
cualquier política fuera más eficiente, bien hecha, eficaz, como si la
calidad del gasto viniera de la mano de la menor cantidad de dinero. Este
es, para mí, uno de los fundamentos de este tipo de razonamiento.



El segundo aspecto es que si el Estado gasta menos, la iniciativa privada
tiene más espacio. Este pensamiento, por increíble que parezca, tiene más
sentido. Pero si el Estado tiene cierto espacio en la educación, la sanidad
y el propio sistema productivo, ¿cuál es el miedo de la iniciativa privada?
¿Puede la iniciativa privada también ganar dinero si el Estado se hace cargo
de esas funciones? Desde mi punto de vista, sí. Es posible tener un sistema
sanitario y educativo que cubra el grueso de estas actividades, beneficiando
incluso a la población que tiene salarios más bajos, sin imposibilitar que
estos mismos servicios se ofrezcan, con mayor calidad, a quienes pueden
pagarlos. Pero muchos agentes del sector privado dicen que, si el Estado
actúa en estos sectores, absorbe una ganancia que podría ser del sector
privado. Estos dos argumentos ponen en jaque a los más poderosos, a los que
poseen el capital para poder hacer este tipo de apuestas, y esto crea un
prejuicio.



El prejuicio contra la deuda pública, contra el gasto público, y la idea de
que el Estado sólo puede gastar lo que ingresa se remonta a décadas, cientos
y miles de años. Muchos antropólogos dicen que la deuda está asociada a la
idea de culpa, de pecado; no es habitual asociar la deuda a la idea de
compromiso con los demás. Yo la asocio a la idea de compromiso con el otro.
El crédito, no por casualidad, se asocia a la idea de credere, de creer.
Este tipo de idea se asocia a la defensa de un Estado no fiscalmente
responsable, sino socialmente responsable. La fiscalidad del Estado - su
aspecto fiscal, que tiene que ver con la recaudación y el gasto público -
tiene que ser funcional y no responsable; tiene que atender a las
necesidades de la población que, por cierto, es la gran promesa del gobierno
Lula.



- ¿Cuáles son las preocupaciones y expectativas en este sentido respecto al
nuevo gobierno?



Muchos economistas y movimientos sociales están preocupados con esta
situación porque, si no se cumplen las promesas de campaña, tendremos el
fascismo al acecho. Lula, hoy, está a la izquierda de su propio gobierno,
pero en su primer mandato, cuando había presión para hacer superávit, dijo
que el superávit del país no sería del 3% del PIB, sino del 5%. Es decir,
además de comprometerse con el superávit, dijo que iba a hacer más. ¿Para
qué? ¿Para decir que sería capaz de hacer más que la antigua clase
dirigente? ¿Que conseguiría apretar aún más el cinturón de la población?



Desde mi punto de vista, Lula aprendió la lección de que no es así. Espero
que no sólo haya aprendido él, sino que toda la izquierda le recuerde a
Haddad que no se puede volver a hacer lo mismo. Como dijo Albert Einstein,
esta es la peor forma de entender el uso de la razón: hacer lo mismo y
esperar resultados diferentes. Yo no diría que vendrá un golpe si nos
enfrentamos a las élites rentistas, pero sí que vendrá un golpe si hacemos
lo mismo que hizo Dilma en el gobierno pasado, intentar complacer al mercado
en lugar de intentar complacer al grueso de la población, aun a riesgo de
que nos llamen populistas y derrochadores.



- ¿Cuáles son sus preocupaciones con el NAF?



Soy pesimista y estoy preocupada, pero al mismo tiempo estoy contenta con
las movilizaciones de los movimientos sociales y de los economistas en
general. Estoy preocupada porque el NAF es un techo, aunque sea un techo
blando. Es un techo porque parte del punto de vista de que es necesario
tener un objetivo de resultado primario, que estará entre el +0,25 y el
-0,25%. Sólo si se cumple este objetivo será posible gastar hasta -y no más
de- el 70% del aumento de los ingresos. En otras palabras, el NAF parte del
punto de vista de que primero necesita aumentar los ingresos para poder
gastar después. No todos los economistas creen esto.



No todos entienden lo que significa la propia lógica del crédito; crédito no
significa aumentar los ingresos para gastar después. Crédito significa que
la institución recibe un crédito, porque apuesta por lo que está haciendo,
es decir, anticipa el recurso y, por eso, una vez hecho el negocio, hay un
aumento de ingresos y después se devuelve el crédito. La idea de que, en
primer lugar, hay que tener ingresos no se aplica a la empresa privada, y
mucho menos al Estado, que es el creador de dinero. Cuando digo eso, no
quiero decir que el Estado tenga que ser irresponsable, que pueda emitir
dinero sin límite; no es cierto. Pero el estímulo a la economía tiene que
estar muy presente en épocas de recesión económica, disminuido en épocas de
auge.



Haddad no tiene que preocuparse por subir los impuestos ahora. Puede
subirlos en el momento en que la economía esté en auge. Los impuestos son
importantes, pero no para financiar el gasto público; son importantes para
hacer frente a los problemas de desigualdad, de concentración de la renta.
Haddad apuesta mucho por subir los impuestos ahora porque todo el
razonamiento es erróneo: primero se aumenta la recaudación para luego
gastar.



¿Cuáles son los otros problemas del NAF?



El NAF tiene una regla según la cual, si la economía decrece mucho, habrá un
techo a la baja del 0,6%, pero si la economía mejora, habrá un techo al alza
del 2,5%. En otras palabras, están vinculando la recuperación al
cumplimiento de una cifra mágica que ni siquiera sabemos exactamente de
dónde ha salido. Las primeras simulaciones que está haciendo el grupo de
investigación Laura Carvalho, economista y profesora de la USP (Universidad
de San Pablo), muestran que, si se cumplen esos números, habrá una reducción
del papel del Estado y las propias políticas del período del PT se volverán
inviables. Aquel sobrecrecimiento del gasto en los gobiernos Lula I y Lula
II ya no existiría. Las mismas proyecciones hechas para el futuro muestran
una disminución del gasto público. Esas reglas, como la Regla de Oro y la
Ley de Responsabilidad Fiscal, implantadas en el país poco antes de los
gobiernos petistas, forman parte de un trabajo ideológico de que el gasto
público, para la población, no puede crecer tanto.



Todo el mundo reconoce la deuda social y la ministra Simone Tebet, antes de
ser ministra, parecía muy comprensiva con estas cuestiones, pero, después de
asumir la cartera, dijo que, para gastar aquí, hay que ahorrar allí. Se
trata de la idea de que no podemos tener un aumento del gasto público para
la población porque hay un compromiso con los que compran los bonos de la
deuda pública. No es verdad que sea dinero del presupuesto, pero es verdad
que esta parte de la población, que compra los bonos, presiona y hace un
terrorismo exactamente para que puedan hacer un dinero fácil, prestando al
gobierno. Es bueno recordar que esta gente tiene el poder de presionar sobre
los tipos de interés. Este es el problema. Estas son las mismas personas que
están representadas en el Consejo Monetario Internacional. Pero el Banco
Central, cuando escucha al sector privado, escucha a media docena de
representantes de este mercado, que son exactamente los que presionan para
que suban los tipos de interés, porque van a beneficiarse. Esto también crea
otra fábula: primero, el Estado tiene que mostrar responsabilidad, recortar
gastos y apretarse el cinturón, y luego los tipos de interés bajarán. Esto
es lo que (el presidente del Banco Central) Roberto Campos Neto, dice sin
parar.



Desmontar este tipo de comprensión es fundamental para que entendamos lo que
estoy diciendo: el NAF es un techo, aunque tenga algunas salvedades. Los
movimientos sociales están presionando para que todos los gastos en las
áreas de salud y educación queden fuera del techo. Quizá sea esto lo que nos
quede. Quizás toda nuestra militancia a partir de ahora sea para intentar
dejar más cosas fuera del techo, como una ciencia de la política y la
tecnología para recuperar la industria, una política para recuperar el
salario mínimo.



- ¿Qué hay que aclarar en relación a la forma de concebir el NFA?



Desde mi punto de vista, es importante entender que la filosofía que está
detrás de la propuesta del NAF es equivocada. Otra cosa que está equivocada
en la filosofía de esta propuesta es la idea de que es necesario
racionalizar el gasto. Haddad se imagina que este conjunto de detalles, de
vínculos, hará que todo sea más racional. Yo le pregunto: ¿no sería racional
vincular el crecimiento del gasto al crecimiento de la población, a la
mejora de la vida de la población? Si la concentración de la renta mejora,
entonces el gasto puede bajar. Eso es. ¿No podemos hacer una racionalización
de otra naturaleza? ¿Por qué la racionalización necesita tener, detrás, la
filosofía de que, por encima de todo, el presupuesto para la población debe
mantenerse dentro de la recaudación de ingresos? ¿Por qué? Esta pregunta
merece una respuesta porque no es así como ocurre en todo el mundo ni ha
sido así desde el inicio del capitalismo. No habría capitalismo si
Inglaterra hubiera actuado así cuando se convirtió en potencia hegemónica y
desarrolló una industria en el pasado. No se podría financiar ninguna guerra
en el mundo. La lucha contra epidemias y pandemias, como el Covid-19, no
sería posible de ser así. Salir de las crisis no sería posible.



- ¿Cuáles son las proyecciones y expectativas si el NAF se aprueba tal como
está?



Según las simulaciones que han hecho los economistas, este tipo de política
nos llevará a una situación peor que la actual. En una de las proyecciones
para 2030, la tendencia, si se aplican las medidas propuestas en el nuevo
régimen fiscal, es a reducir los gastos corrientes en relación al PIB.
Incluso las proyecciones que consideran el crecimiento del PIB y de la
recaudación tributaria, sin cambiar las reglas de los impuestos, dada la
limitación del gasto hasta el 70%, indican que habrá, en la sartén, una
caída del gasto público.



Aunque se atiendan las necesidades acuciantes de la población, ¿no sería
hora de ampliar nuevos gastos para afrontar el próximo momento de la
industria, donde la mano de obra es cada vez más irrelevante? ¿Quién dijo
que este tipo de demanda, de recalificación del trabajo, no es altamente
estratégica y fundamental para tener de nuevo en boga un proyecto de nación?



Quiero llamar la atención de todos nosotros -académicos y no académicos,
trabajadores, militantes- de que es en interés de la población brasileña en
su conjunto que empecemos a desconfiar de cosas que nos parecen obvias. Si
no hacemos un cambio de mentalidad, compraremos ideas que están establecidas
desde hace mucho tiempo, que tal vez ya están establecidas erróneamente y
que, en este momento, harán inviables no sólo las promesas de campaña del
gobierno de Lula, sino también la reanudación de un proyecto nacional. Esas
ideas pueden colocarnos, una vez más, ante la amenaza del fascismo, que
crece y ha crecido en todo el mundo cada vez que hay pobreza y desesperanza.



Tengo mucho miedo, deseo de verdad que el gobierno de Lula acierte y que el
presidente haya comprendido la necesidad de invertir en gasto público, hoy,
para poder hacer todo lo que es necesario. Por cierto, Lula dijo en la
campaña: nos toca a nosotros presionar -y no sólo a Faria Lima- (centro del
poder financiero en San Pablo: ndt) para que el gobierno dé un giro en su
propuesta. Como mínimo, tendremos que desenterrar este techo antes de que
nazca.



* Gláucia Campregher es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad
Federal de Viçosa - UFV, máster y doctora en Ciencias Económicas por la
Universidad Estatal de Campinas - Unicamp. Es profesora en la Universidad
Federal de Rio Grande do Sul - UFRGS.



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