Cultura/ La invención de los libros. [Irene Vallejo - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Vie Mayo 19 13:19:12 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

19 de mayo 2023

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Cultura



Irene Vallejo en Montevideo



La invención de los libros



Literatura y autobiografía, filosofía e historia, mitos, filología y cultura
popular, Oriente y Occidente, el dato y la imaginación. Inteligente y amena,
Irene Vallejo invita a acompañar su viaje a través del tiempo y la
geografía: un torbellino de signos y preguntas que sobrevuelan la aparición
de la escritura y los orígenes del libro. Su mirada fresca y erudita da
forma a una obsesión, ofrece una historia de la lectura y reivindica al
lector.



Alicia Torres

Brecha, 19-5-2023

https://brecha.com.uy/



Nadie que lea El infinito en un junco (2019) puede sentirse forastero entre
sus páginas.(1) La escritura de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) cautiva al
público especializado y al que no lo es. Publicado por primera vez en Madrid
por Ediciones Siruela, pocas personas deben haber imaginado que un ensayo de
450 páginas sobre la historia del libro y la cultura en el mundo antiguo se
convertiría en un fenómeno de ventas (más de 1 millón de ejemplares en todo
el mundo), sería traducido a 40 idiomas y conquistaría una veintena de
galardones, entre ellos el Premio Nacional de Ensayo que otorga el
Ministerio de Cultura de España. Aunque, la verdad, el libro va más allá de
su género: concierta categorías y quebranta clasificaciones.



Vallejo estudió Filología Clásica y obtuvo el doctorado europeo por las
universidades de Zaragoza y de Firenze. En su obra de ficción destacan La
luz sepultada (2011), una historia cotidiana en Zaragoza ante el estallido
inminente de la guerra civil en 1936, y El silbido del arquero (2015), que
interroga la peripecia de Eneas y la construcción del héroe a partir de la
derrota y reflexiona sobre conflictos actuales como la guerra, las
migraciones y el desarraigo. La filóloga aragonesa se adentra en la historia
antigua a la luz de prácticas literarias contemporáneas. Publicó además
literatura infantil y juvenil: El inventor de viajes (2014) y La leyenda de
las mareas mansas (2015), colabora en medios de prensa como Heraldo de
Aragón y El País de Madrid y dos libros recopilan sus columnas semanales: El
pasado que te espera (2010) y Alguien habló de nosotros (2017). En El futuro
recordado (2020) convoca voces del pasado y toma el pulso a nuestra época.
En Manifiesto por la lectura (2020), un texto que nace a propuesta del
Gremio de Editores de España, reflexiona en torno a la lectura y por qué su
práctica es importante para la democracia.



La frágil figura de Irene Vallejo parece tallada en espuma, pero es una
mujer acostumbrada a enfrentar las adversidades más severas con una decisión
y un vigor inusitados. El 15 de mayo fue declarada visitante ilustre de la
ciudad de Montevideo y deleitó a la multitud que desbordaba el Salón Azul de
la Intendencia y el espacio contiguo que previsoramente se había
acondicionado con pantalla gigante. Cientos de personas pudieron verla y
escucharla, mucha gente naufragó en la espera de una fila que caracoleaba
hasta el atrio del edificio municipal. El fenómeno es sorprendente. Nunca vi
en Uruguay que un escritor, en este caso una escritora, suscitara un furor
manso y colas de tal longitud. A esas audiencias fieles y entusiastas Irene
se dirige con su sonrisa dulce y la misma empatía que pone en juego a la
hora de pensar y de escribir. Posee atributos que no se encuentran
fácilmente: el equilibro perfecto entre divulgación y erudición, un talento
indudable para insertar historias en el corazón de la Historia, para saltar
con gracia de lo culto a lo popular, para traer a cuento episodios de su
biografía y convertir lo personal en universal.



Los libros le ganan al olvido



—Visitaste Montevideo por primera vez hace más de 20 años –cuando aún no
eras famosa– con la intención de seguirle los pasos a Horacio Quiroga en su
ruta a Misiones. ¿Por qué ese interés y cuál fue el resultado?



Me habían deslumbrado sus Cuentos de amor, de locura y de muerte y me
interesaba el vínculo con la poeta Alfonsina Storni, una mujer libre y
valiente, madre soltera, su muerte me conmueve. Ambas figuras eran muy
importantes para mí. El viaje fue una peregrinación literaria que hicimos
con mi padre en el 2000. Partimos de Montevideo, fuimos a Colonia del
Sacramento, cruzamos a Buenos Aires por el río, seguimos hacia Misiones y
llegamos a la casa de Quiroga. Mis padres se hicieron lectores de literatura
latinoamericana durante la dictadura española, compraban libros prohibidos
en las trastiendas de algunas librerías, clandestinamente, libreros amigos
los traían de contrabando.



Hay ciudades a las que nunca se viene por primera vez, hay ciudades que se
conocen por rutas de papel, caminos que se transitan con la imaginación y
después con el cuerpo y la mirada, y este es mi caso con Montevideo. Visité
Santa María antes que Montevideo, amé a sus autores, a sus poetas, Delmira,
Felisberto, Ida, Marosa, Idea. La poeta favorita de mi hijo es Juana de
Ibarbourou.



—¿Cómo surge tu amor por los libros?



Durante mi infancia me leían cuentos antes de dormir, era el momento más
feliz del día. Una noche mi padre me empezó a contar la historia de Ulises.
Me fascinó sin yo saber que era un clásico de la literatura ni entender el
peso cultural de aquella obra. Él me fue contando, noche tras noche, La
Odisea, y yo creía que mi padre la inventaba para mí, todo ese mundo de
dioses y héroes fue a mi encuentro, no tuve que ir a buscarlo, ahí empezó
todo. En El infinito en un junco evoco aquellos momentos que me convirtieron
en filóloga clásica y en escritora. Me fascinaron esas historias
fundacionales que hablan de cómo somos, de dónde venimos. Me pregunté cómo
esas «palabras aladas», como dice Homero, llegaron a nosotros. Cómo
conseguimos que esas historias no se extinguieran y sigan resultando
fascinantes.



—Luego de un período académico dedicado a la investigación y los estudios
filológicos, ¿cómo fue el salto a la escritura de ficción y qué te condujo a
contar la historia de los primeros libros como «una novela negra» (según
Petros Márkaris), «un ensayo de aventuras» (en palabras de Luis Landero), un
libro de viajes en diálogo con lo contemporáneo y mediado por el giro
autobiográfico?



Rodeada de todos los apocalípticos que nos decían que los libros en papel
eran un ritual obsoleto, que naufragarían en la luz de las pantallas, sentí
un deseo profundo y optimista de rebelarme. El libro es el protagonista de
El infinito en un junco: pasa por todas las peripecias del héroe y
finalmente es un sobreviviente gracias a un clan que es la tribu lectora y
las personas que trabajan en la educación, las bibliotecas, las editoriales.
También quería contar su historia. Esas profecías de extinción no tuvieron
en cuenta que el libro, como el dinosaurio, siempre está ahí.



Era un momento muy difícil de nuestra vida, acababa de ser madre y nuestro
hijo había nacido con graves problemas de salud, estuvo hospitalizado casi
todo su primer año de vida, no sabíamos si iba a sobrevivir. Cada día, al
regresar del hospital, escribía, era la mejor manera de olvidar
momentáneamente la angustia y la ansiedad, olvidar el hospital, tratar de
resistir, por eso me puse a escribir. También quería cerrar el capítulo de
una tesis que había quedado constreñida a un círculo muy limitado de
personas. Fueron cuatro años, los peores de la enfermedad de mi hijo,
escribí con toda libertad porque no esperaba nada, estaba convencida de que
sería mi último libro, que mi carrera literaria se acababa, ni siquiera
sabía si lo podría terminar ni si a alguien le interesaría. Resultó un texto
híbrido que propone un viaje desde los lejanos tiempos de las tablillas
mesopotámicas hasta los actuales e-books. Contiene todo lo que soy y todo lo
que aprendí. Encontré lo que llamo cariñosamente «la tribu del junco», una
familia internacional que celebra los libros y quiere que estén siempre a
nuestro lado, una familia que los gurúes de la catástrofe habían
subestimado.



Borges y el infinito



—¿Cómo apareció el título?



El inicial era Una misteriosa lealtad, en homenaje a Jorge Luis Borges, que
está en el núcleo del libro y es una inspiración constante. Dijo sobre los
clásicos «que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones,
leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad». Busqué la definición
poética que acotara el tema, una contradicción, una tensión: el infinito
comienza en el humilde junco que crece a orillas del Nilo y que hizo posible
la invención del papiro. Como en la borgiana biblioteca de Babel, en los
papiros cabe el universo. La paradoja existe entre lo frágiles que son
materialmente los libros (de barro, madera, papel, ahora luz) y que sin
embargo han sido los vehículos de todo el conocimiento y el arte del mundo.
Si no existieran, deberíamos empezar de cero cada día. La variedad de
formatos nos da más posibilidades y opciones. Los antiguos vivieron algo
similar con los papiros, los pergaminos, los códices. Durante mucho tiempo
se usaban indistintamente según el lugar, la ocasión y las necesidades de
cada lector.



—El infinito en un junco comienza con unos jinetes misteriosos y termina con
unas bibliotecarias a caballo, ¿por qué la circularidad de esas figuras en
movimiento?



Transmiten la historia de 30 siglos y articulan el final con el principio.
Los jinetes son militares despiadados a quienes el rey de Egipto envía por
el mundo a comprar o robar todos los libros que existen, con el fin de
enriquecer la Biblioteca de Alejandría. Las mujeres son bibliotecarias
ambulantes que antes de la mitad del siglo XX recorren Estados Unidos para
entregar libros a las poblaciones de Kentucky, a donde nunca habían llegado.



Son dos metáforas y dos movimientos, el segundo sucede luego de un largo
proceso de democratización del saber. Ese viaje incorpora a la mujer en
roles intelectuales por los que venía luchando desde hacía mucho tiempo, y
recupera a personas anónimas como las madres, las maestras, las
bibliotecarias, salvadoras de libros a lo largo de 30 siglos que,
parafraseando el poema «Los justos», de Borges, están salvando el mundo sin
conocerse.



Voces de mujeres silenciadas



—¿Era muy diferente el lugar que ocupaban las mujeres en Grecia y en Roma?
¿Hay voces literarias?, ¿cuál fue el primer texto conocido?



Mientras estudié en la universidad, la cultura y el conocimiento de la
Antigüedad era un paisaje sin mujeres, solo aparecía Safo de Lesbos, la
única que integra el canon de la literatura griega. Me pregunté cómo era que
no estaban, ¿no leían?, ¿no contaban historias?, ¿no escribían?,
¿consiguieron algo a pesar de tantas dificultades? Mis profesores nunca
respondieron esas preguntas. Decidí investigar y fui a fuentes muy antiguas,
pero los eruditos no decían mucho, algunos apenas dejaban caer una nota al
pie, una referencia que habla de maestras, poetas, filósofas y sabias.
Recopilé añicos que me fueron ayudando a reconstruir un paisaje, aunque
fuera de ruinas, una imagen fragmentada que me permitiera dejar constancia
de la existencia de esas voces desvanecidas de escritoras rebeldes que
transgredieron la prohibición de adueñarse de la palabra cuando esta era
patrimonio de los varones.



—¿Algún otro nombre a destacar?



Sí, llegué a un personaje del que nadie me había hablado durante mis años de
especialización, Enheduanna, una sacerdotisa acadia nacida en la
Mesopotamia, la primera escritora que registra la historia, muy anterior a
Homero –quien quiera que este sea–, anterior al autor del Poema de
Gilgamesh. Enheduanna fue la primera persona, no la primera mujer, la
primera persona que firmó un texto, o por lo menos el primer texto firmado
que se conoce. Es decir, el paso de la literatura anónima a la literatura
con firma sucede a través del gozne de una voz femenina. ¿Cuántas otras
quedaron silenciadas, desconocidas o descuidadas después de su muerte? Me
pareció hermoso restituirles su lugar, aunque no se conserven sus textos,
recuperar algunos versos o fragmentos para que se vea que las mujeres
existieron, por lo menos en las esferas sociales del poder donde pudieron
tener cierto protagonismo, para decir que siempre estuvieron del lado de la
palabra y del relato. Aunque fueron pocas, fueron muchas más de las que
pensábamos.



—Según tú, ¿quiénes habrán sido las primeras narradoras de la Historia?



Mi hipótesis es que si la construcción de un relato se describe con términos
y expresiones como telar, tela, tejido, el nudo del argumento, la trama de
la narración, hilvanar ideas, bordar el discurso, hilar palabras, el hilo
del relato (en Twitter seguimos hablando del hilo), es posible que las
primeras narradoras de la Historia fueran mujeres que, reunidas para coser,
empezaron a contarse historias utilizando palabras de lo que estaban
haciendo. La metáfora del tejido es constante en la creación verbal. Veo una
etimología reveladora que nos habla de texto y textil. Quise homenajear a
esas genealogías que desembocan en mi madre y en mi profesora de griego, que
fueron tan importantes en mi formación.



—¿Cómo te explicas el éxito abrumador de El infinito en un junco?



El libro apareció en 2019 y se leyó, sobre todo, durante la pandemia, tal
vez los lectores tuvieron la necesidad de sumergirse en ese viaje histórico
que es también una aventura. Si la palabra ensayo puede espantar a algunos
lectores, yo había aprendido en la práctica del periodismo que al dirigirme
a un público amplio debía escribir de la manera más transparente las
cuestiones más complejas, sin perder rigor. Traté, entonces, de darle una
cierta resonancia y musicalidad, busqué un tono que intentó ser cálido para
que la gente sintiera que había alguien cerca susurrándole una historia al
oído. Nunca pensé que tanta gente lo leería y recomendaría: este flexible
junco, tan traducido. Cuando daba clases, reparaba en que lo que los alumnos
recordaban eran las historias, la emoción que nos produce un relato. Me
pregunté cómo contaría Scheherezade la historia de los libros. Una historia
que pasa por Alejandro Magno, obsesionado con Homero y admirador de Aquiles
y de La Ilíada (dormía con un ejemplar debajo de la almohada), y por los
Ptolomeos, de origen griego. Homero es el nombre que le damos a un enigma.
Está en el territorio fronterizo entre oralidad y escritura. Emociona pensar
en aquellos primeros momentos: atrapar las palabras, que según Homero huían
como pájaros. El infinito en un junco es una invitación a viajes posibles e
imposibles.



—¿Qué te llevó a escribir la novela El silbido del arquero?



La conmoción de la guerra de Siria. Yo trabajaba en el Heraldo de Aragón
cuando empezaron a llegar las primeras fotografías del éxodo de los
refugiados que se lanzaban a las balsas y los barcos para huir de la guerra.
Ya lo había contado Virgilio en La Eneida. Pensé en Eneas abandonando Troya
y naufragando en el Mediterráneo. El mito del que huye parecía revivir
delante de mis ojos y ofrecía una lectura sugestiva para el mundo
contemporáneo, atravesado de exilios y migraciones. Estamos acostumbrados al
héroe que vence en combate, es uno de los requisitos de la heroicidad, pero
Eneas pierde su guerra y huye; en lugar de quedarse a morir, salva a su
padre y a su hijo y escapa, algo que parece muy poco heroico. La deriva de
quienes huían de la guerra en Siria me recordaba los vagabundeos de Eneas
intentando encontrar el camino que le marcaba su destino. Lo recordé en esa
Europa que con la llegada de los emigrantes y los refugiados ensanchaba los
movimientos de extrema derecha; hay que tener presente que si alguien puede
tener derecho a ser llamado el primer europeo, ese es Eneas, porque es el
padre el Imperio romano que por primera vez unifica a Europa bajo un mismo
poder.



—¿Qué características tenía ese primer europeo?



Era extranjero, emigrante, refugiado, derrotado, un hombre solo. Es mucho
más héroe ese Eneas que salva lo poco que queda después de la batalla, que
héroes como Aquiles, que prefieren morir para conseguir la gloria. Me
pareció una historia muy moderna.



El silbido del arquero tiene mucha relación con El infinito en un junco,
aunque es otro género y está separado por esa muralla teórica que
establecemos entre la ficción y la no ficción. Fue el principio del
experimento. Es una novela de ideas donde comencé a jugar con esos
territorios fronterizos que siempre me interesaron. El tipo de relato y de
estructura fragmentaria de perspectiva múltiple donde ningún personaje posee
toda la información y el lector debe ir ajustando las piezas como en un
mosaico, el polifónico de un clásico.



Nota



1) Al respecto véase en Brecha «Como la rueda», de María José Santacreu,
26-6-20: https://brecha.com.uy/como-la-rueda/

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