Brasil/ Laberinto reaccionario. El peligro de la derrota histórica. [Valério Arcary - Entrevista]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 20 00:50:20 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

20 de mayo 2023

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Brasil



Entrevista con Valério Arcary *



Laberinto reaccionario. El peligro de la derrota histórica



João Vitor Santos

Revista IHU, 19-5-2023

https://www.ihu.unisinos.br/

Traducción de Correspondencia de Prensa



El profesor Arcary ha presentado su más reciente libro, Labirinto
reacionário: o perigo da derrota histórica. (Usina Editorial, 2023), donde
explica la coyuntura que desemboca en la adhesión social a valores de
extrema derecha. Reconoce el avance que ha sido la victoria de Lula en las
elecciones, aunque dice que todavía se precisa mucho más. Señala que "la
capacidad de movilización de la izquierda es baja. Aun así, ha habido
algunos pequeños pero alentadores signos de recuperación del ánimo, en
sectores de vanguardia, o en algunas categorías de trabajadores mejor
organizados". No obstante, resume: “sin lucha social, el gobierno de Lula
fracasará".



- ¿Cómo fuimos a parar dentro de un laberinto reaccionario? ¿Encontraremos
una salida?



Sí, es decisivo entender el laberinto reaccionario: después de todo, ¿cómo
fue posible? Ocurrió y fue terrible. ¿Por qué ocurrió? Un buen criterio es
ponerse las "sandalias de la humildad". Este tema será investigado en los
próximos años y, como todo problema complejo, tiene muchas determinaciones.



La avalancha bolsonarista culminó en una dinámica social
contrarrevolucionaria muy profunda, algo sólo comparable a lo que vivió el
país bajo la dictadura. Las tres variables más importantes fueron:



(a) un proceso de transición de la mayoría de la burguesía del apoyo crítico
a los gobiernos del PT, entre 2003 y 2013, a la oposición moderada, entre
2013 y diciembre de 2015, a la oposición frontal y al impeachment de Dilma
Rousseff;



b) la derrota de la ola de movilizaciones de junio de 2013 -comparable sólo
en su masividad con las Directas Ya de 1984- que estalló, esencialmente, de
forma espontánea y acéfala;

(c) que nos lleva al giro radical de la clase media hacia la oposición a los
gobiernos del PT, así como de sectores masivos de la clase trabajadora del
Sudeste y del Sur.



Del mensalão al Lava Jato



Este giro sociopolítico comenzó con el mensalão (mecanismo de corrupción
operado por dirigentes del PT en el primer gobierno Lula, estableciendo una
componenda de “gobernabilidad” con la derecha parlamentaria y fracciones
empresariales: ndt), pasó por el deterioro de la situación socioeconómica
tras la crisis de 2008-2009, dio un salto a partir de 2013, cuando grupos
fascistas se atrevieron a tomar las calles, y empeoró cualitativamente con
el Lava Jato, a partir de noviembre de 2014. Los factores determinantes
parecen haber sido cuatro.



(a) el estancamiento con sesgo a la baja de los ingresos de los sectores
medios, con el impacto de la inflación de los servicios y el aumento de los
impuestos;



(b) la percepción de que la vida empeora porque los gobiernos son corruptos,
muy especialmente los del PT, porque los dirigentes obreros en el poder "se
lamen".



(c) el aumento de la violencia urbana, de los índices de homicidios y el
fortalecimiento del crimen organizado;



(d) la reacción de un sector más retrógrado de la sociedad, más racista,
misógino y homofóbico, ante el impacto de la transición urbana, generacional
y cultural de la sociedad.



Resumen de la operación: ha surgido un movimiento político-cultural
neofascista de masas. La situación reaccionaria aún no se ha revertido. Pero
la victoria de Lula fue gigantesca. La esperanza puede vencer al miedo. Sólo
que la lucha contra el bolsonarismo no puede parar.



- ¿En qué medida estos acontecimientos de 2013 y 2015 alimentan una acción
reaccionaria en el país? ¿Por qué, frente a estos acontecimientos, en lugar
de caer a la extrema derecha, no se dio un giro brusco a la izquierda?



2015 no fue una continuación de las jornadas de 2013. Desde junio de 2013
había una disputa en curso. Dilma Rousseff ganó la segunda vuelta en octubre
de 2014. Pero después sufrimos duras derrotas. La ofensiva burguesa en 2016
fue monumental, fracturó la sociedad, ganó los sectores medios, desplazó una
mayoría social que e Factores objetivos y subjetivos explican por qué, desde
2016, sigue siendo tan difícil para la clase trabajadora tomar el escenario
de las grandes movilizaciones:



(1) el desempleo, por tanto el miedo a los despidos, y la ferocidad de la
lucha diaria por la supervivencia alimentan la inseguridad social y la
desesperanza política;



(2) las políticas públicas de los últimos 30 años, como la creación de una
red de seguridad social con la Seguridad Social, el SUS (Sistema Único de
Salud), Bolsa Familia, entre otras, no existían en 1984, cuando se
produjeron las Directas Ya, ni en 1992, cuando Fernando Collor de Mello fue
expulsado, y, paradójicamente, atenúan el impacto de la crisis económica y
social;



(3) otras redes que amortiguan la creciente pauperización, como la expansión
de las iglesias evangélicas, y otros procesos, como la inmigración y las
remesas de los inmigrantes



(4) el creciente miedo a la represión



(5) la desindustrialización, las transformaciones estructurales en el mundo
del trabajo, por lo tanto la mayor debilidad orgánica de los sectores
organizados de la clase y la expansión del semiproletariado



(6) el peso de las derrotas acumuladas en la conciencia de la clase, en
particular, el impeachment de Dilma Rousseff, el encarcelamiento de Lula y
la elección de Bolsonaro;



(7) las ilusiones en Bolsonaro o el giro a la derecha de una parte de la
clase trabajadora más conservadora en valores y más vulnerable,
políticamente, al discurso de la guerra contra la criminalidad, o incluso
contra la corrupción;



(8) la fuerza de la ofensiva burguesa y su narrativa de que el crecimiento
económico es cuestión de tiempo, siempre que se hagan “reformas”;



(9) el desplazamiento de la clase media hacia la extrema derecha y la
presión del impacto de sus movilizaciones desde 2015-2016;



(10) los gravísimos errores de los gobiernos del PT, en particular la
política de Dilma Rousseff tras las elecciones de 2014.



Algunos de estos factores pesan más y otros menos. El papel de los
dirigentes tiene que ser inspirador. Pero la autoridad de la izquierda ha
disminuido, y mucho. Incluso cuando el fenómeno es contradictorio. La del PT


ha caído mucho y la del PSOL ha aumentado un poco.



Errores, desviaciones y horizontes



Sí, hay responsables. Tienen nombres y apellidos. Pero decir que la culpa es
del PT en primer lugar, y repetirlo todos los días, no cambiará la
inseguridad de la gente, atormentada en la lucha diaria por la
supervivencia. Un balance riguroso debe ser justo.



Los límites del PT se han hecho evidentes: sigue empeñado en un proyecto de
regulación del capitalismo. El desafío es que incluso reformas elementales
han precipitado un golpe como reacción. Y las expectativas de las masas
siguen siendo muy bajas. La crisis tendrá que ser mucho más grave para que
la voluntad de lucha cobre un impulso más radical.



Nadie tiene el tipo de autoridad que tenía Lula en su apogeo, ni siquiera el
propio Lula, pero es el líder más respetado. En la izquierda sigue faltando
autoridad moral, política e intelectual. La autoridad moral viene del
ejemplo que dan Lula y Guilherme Boulos (principal referencia pública del
PSOL, diputado federal: ndt), ellos la tienen. Pero nadie tiene demasiada
autoridad.



La intelectual viene de la fuerza de las ideas. En este terreno, seguimos a
la defensiva. Nada de esto quiere decir que la relación social de fuerzas
entre las clases no pueda cambiar. Por supuesto que puede. El papel de la
izquierda debe ser elevar el nivel de conciencia. Pero no se trata sólo de
un problema de comunicación. Es cierto que la agitación en las redes
sociales es insuficiente. Pero éste no es el problema fundamental. La
cuestión central es que los frentes amplios necesitan creer que es posible
ganar para movilizarse a millones.



- ¿La izquierda nacional, hoy, es capaz de comprender las nuevas formas de
organización del trabajo y, especialmente, esta nueva clase trabajadora que
emerge en este escenario?



Cierto, hay una nueva clase trabajadora, tanto en la dimensión objetiva como
en la subjetiva. Tenemos dos componentes en la clase. Los 37/38 millones con
contrato de trabajo, entre ellos 12 millones de trabajadores industriales, y
los 13/14 millones de empleados públicos. El otro componente son los 10
millones que tienen patrón pero no contrato, y los 25 millones que son
autónomos, un semiproletariado. Pero soy de los que sostienen que los
mayores cambios son subjetivos. La clase trabajador es un gigante social. Es
inmensamente grande y poderosa. Pero no sabe lo fuerte que es. Ha perdido
confianza y está dividida.



La izquierda, en cambio, es muy plural. Tenemos una izquierda política
organizada en partidos, como el PT, el PSOL, el PCdoB y otros. Tenemos una
izquierda social en movimientos populares, sindicales y agrarios, negros y
feministas, estudiantiles y LGBT, ecologistas y culturales, etc. Tenemos una
izquierda académica. Hay sectores moderados y radicales y, entre ellos,
muchas corrientes intermedias. La izquierda es, en su mayor parte, muy
moderada. Dramáticamente moderada.



Sin embargo, creo que toda la izquierda se ha visto sacudida en cierta
medida por cinco grandes cambios:



(a) por el impacto de la restauración capitalista hace 30 años;



(b) la ofensiva neoliberal en América Latina y la ola de
desindustrialización;



(c) por la aparición del calentamiento global;



(d) por las jornadas de junio de 2013, hace diez años;



(e) por la tragedia del golpe institucional y el peligro neofascista de una
derrota histórica desde 2016.



El mundo y Brasil han cambiado. La cuestión estratégica central es revertir
la relación social de fuerzas y abrir el camino para un ascenso de la lucha
de masas. Sin lucha social, el gobierno de Lula fracasará.



- ¿Cuál debería ser la agenda del progresismo de izquierdas en el siglo XXI?
¿Cuál es la lucha central y cómo se está abordando?



La lucha central es la lucha por el poder. Una izquierda que pierde su
"instinto de poder" es impotente. Estará perdida sin brújula de clase. El
programa de la izquierda debe ser el socialismo. Un socialismo que vaya más
allá de las tragedias del siglo pasado.



El mundo no cambiará de "abajo hacia arriba" en una eterna lucha por
concesiones negociadas. Aun cuando hayamos conquistado algunos derechos,
como el Bolsa Familia, siguen amenazados, son efímeros, transitorios.



El camino no puede ser otro que la movilización permanente para ir más allá
del capitalismo. Esta lucha por la revolución brasileña pasa por la lucha
por reformas que puedan movilizar a las amplias masas. Pero hay obstáculos y
debemos ser lúcidos.



Factores objetivos y subjetivos explican por qué aún es tan difícil que la
clase trabajadora entre en escena. Estos, citados anteriormente, son:



(1) tenemos diez millones en el desempleo, cuatro millones en el desánimo;



(2) las políticas públicas de los últimos 30 años atenúan el impacto de la
crisis económico-social;



(3) existen otras redes para amortiguar el creciente empobrecimiento;



(4) el aumento del miedo a la represión con la aparición de milicias en las
periferias y el papel perturbador del crimen organizado;



(5) la desindustrialización, las transformaciones estructurales en el mundo
del trabajo;



(6) el peso de las derrotas acumuladas en la conciencia de clase;



(7) el giro a la derecha de una parte de la clase trabajadora;



(8) el desplazamiento de la clase media hacia la extrema derecha;



(9) los gravísimos errores de los gobiernos del PT; y



(10) la tragedia de la dispersión e incluso fragmentación de la izquierda
radical.



- ¿El gobierno de Lula 3 será un gobierno de izquierda? Dados los
movimientos que hemos visto en los cinco meses transcurridos desde su toma
de posesión, ¿cuál es la estrategia central del gobierno? ¿Es el camino
correcto?



El gobierno Lula es un gobierno de colaboración de clases, con sectores
capitalistas que son una representación orgánica de fracciones de la clase
dominante. Hay burgueses en el gobierno, pero es un gobierno de gestión
empresarial “anormal”, porque tiene a Lula en la dirección y el mayor
partido es el PT. Sí, el gobierno está en disputa. Pero todo lo que existe
en la vida tiene contradicciones y está en disputa.



La cuestión estratégica central es que el bolsonarismo aún no fue derrotado.
Bolsonaro está a la defensiva, pero la extrema derecha sigue siendo muy
fuerte. No se debe estar apoyando incondicionalmente al gobierno.



Pero no se puede estar, incondicionalmente, contra el gobierno, frente a la
amenaza neofascista.



La vía de la movilización social es la clave para desbloquear la situación.
La historia del capitalismo refuta la posibilidad de una reducción gradual,
creciente e ininterrumpida de las desigualdades. Sólo cuando se vieron
seriamente amenazados por el peligro revolucionario -por la Comuna de París
en 1871, tras la Revolución de Octubre en Rusia, o después de la derrota del
nazifascismo, por ejemplo- el capital aceptó hacer concesiones.

Ninguna clase propietaria, en ninguna experiencia histórica, ha renunciado
nunca voluntariamente a sus privilegios. Fue la lucha por las revoluciones
la que allanó el camino para las reformas.



El proyecto histórico de reformar el capitalismo ha fracasado repetidas e
innumerables veces. Todos los experimentos de reforma han sido fugaces y
efímeros. Tan pronto como el capital consiguió neutralizar la fuerza social
de los trabajadores, anuló para la siguiente generación los logros de la
generación anterior



- ¿La extrema derecha, en Brasil y en el mundo, ha vivido ya su apogeo? ¿O
aún tiene mucho espacio para su reacción y sus giros, volviendo a grandes
puntos de poder?



En el mundo el neofascismo sigue siendo una corriente muy poderosa. Trump
competirá con Biden en Estados Unidos. Marine Le Pen es la principal líder
de la oposición en Francia, incluso hoy compite con Mélenchon contra Macron.
En el Cono Sur ha ido creciendo, como vimos en la reciente elección en Chile
y como indican las encuestas para la elección presidencial argentina.



En Brasil, el apogeo ha sido en los últimos cuatro años. Pero la clase
dirigente sigue dividida, incluso después de la victoria electoral de Lula
en 2022. La derrota electoral de Bolsonaro aún no ha cambiado la relación
social de fuerzas. El bolsonarismo no es un "cadáver insepulto". La "masa de
la burguesía" ha abrazado un programa de extrema derecha. El bolsonarismo es
la principal fuerza política y social de oposición.



La fracción más reaccionaria de los capitalistas se dio cuenta de la
gravedad del impasse estratégico impuesto por el prolongado estancamiento.
Esta fue una de las determinaciones que explican el golpe institucional
encubierto del impeachment en 2016. Abogan por un nuevo proyecto
estratégico: la subversión del pacto social establecido en los últimos 30
años, desde el fin de la dictadura militar, el intervalo más largo de
régimen democrático-electoral de nuestra historia. Este pacto pasó por el
reconocimiento de derechos, como la Seguridad Social, el SUS (Sistema Único
de Salud) y la universalización del acceso a la educación básica, entre
otros. Quieren volver al poder y serán una oposición implacable a Lula.



- Se habla de la derrota de la extrema derecha en Brasil, por la victoria de
Lula en las urnas. Pero tenemos uno de los congresos más conservadores y
reaccionarios de la historia. Después de todo, ¿qué clase de derrota es esa?



Fue una derrota electoral. Un nuevo momento en la coyuntura no equivale a
una nueva situación en la lucha de clases. La situación, paradójicamente,
sigue siendo defensiva. La relación social de fuerzas aún no ha cambiado,
como podemos ver en el ambiente dentro de las grandes empresas y en los
sondeos de opinión. En las fábricas y en las escuelas, en los barrios y en
las familias, la fractura política permanece. En las métricas de las redes
sociales, el compromiso de la amplia izquierda incluso ha disminuido un
poco. La capacidad de movilización de la izquierda es baja. Aun así, hubo
algunos pequeños, aunque alentadores, signos de recuperación del estado de
ánimo, en sectores de vanguardia, o en algunas categorías de trabajadores
mejor organizados.



La más importante fue la movilización nacional del 9 de enero, un día
después del intento de golpe en Brasilia, que en São Paulo superó las 50.000
personas en la Avenida Paulista.



- Más allá de cuestiones políticas y partidistas, ¿cuáles son los elementos
que hacen germinar la semilla de la extrema derecha? ¿Qué papel juega la
tecnología en este proceso?



Este giro político-social comenzó con el mensalão, pasó por el deterioro de
la situación económico-social tras la crisis de 2008-2009, dio un salto a
partir de 2013, cuando grupos fascistas se atrevieron a salir a la calle, y
empeoró cualitativamente con el Lava Jato, a partir de noviembre de 2014.



Los factores determinantes parecen haber sido los mismos cuatro citados
anteriormente: (a) el estancamiento con tendencia a la baja de la renta de
las clases medias; (b) la percepción de que la vida empeora porque los
gobiernos son corruptos; (c) el aumento de la violencia urbana; (d) la
reacción de un sector más atrasado de la sociedad.



Hemos estado cuatro largos años, dos años pandémicos, faltos de oxígeno.
Hemos respirado, estos cuatro meses. Pero Bolsonaro sigue, políticamente,
"vivo" y no debe ser subestimado. La derrota electoral de octubre no enterró
al bolsonarismo. La extrema derecha sigue siendo la mayor corriente política
de oposición al gobierno en las calles y en las redes.



Las campañas diarias de los neofascistas en grupos de Telegram y WhatsApp
son una intoxicación que no cesa. Hay un envenenamiento ideológico con la
denuncia sistemática de que la izquierda es corrupta. No sólo se alimenta
del resentimiento social y de la ideología fascista. Hay un caldo cultural
que "naturaliza" la violencia. El horror de la oleada de ataques demenciales
en las escuelas es, trágicamente, una expresión de ello.



- Brevemente, ¿cómo explica la caída del capitalismo brasileño? ¿Cómo ha
reaccionado este capitalismo para mantenerse?



La decadencia de una nación es un proceso histórico grave. Ninguna sociedad
se sumerge indefinidamente en la decadencia sin precipitar, en algún
momento, una crisis social explosiva. El capitalismo brasileño no sólo
atraviesa una crisis económica, como tantas otras del pasado. Ha entrado en
decadencia.



Brasil ha cambiado mucho desde el final de la dictadura militar. En el
espacio de una generación hubo fases más intensas de decadencia, como la
década perdida de 1980, y fases de recuperación, a partir de la segunda
mitad de la primera década del siglo XXI. Pero la tendencia histórica no se
interrumpió una vez concluida, en 1980, la etapa dinámica de transición del
mundo agrario al urbano.



Entre 1950 y 1980, Brasil fue el primer destino de las inversiones
extranjeras entre las naciones de la periferia, y duplicó su PIB cada
década. La desaceleración del crecimiento medio anual desde 1980, de tasas
en torno al 7% a tasas inferiores al 3%, y el estancamiento económico desde
2014, son un dramático indicador de decadencia. El argumento liberal es que
hace falta un shock de reducción de costes para que "ayer" atraiga
inversiones, sobre todo extranjeras. Sueñan con que parte de la inmensa masa
de capital, que se ha trasladado a China y Asia desde los años 90, pueda
interesarse por Brasil. Por eso defienden un ajuste fiscal draconiano de los
gastos públicos y la reducción de la carga fiscal.



La extrema derecha argumenta que "la democracia se ha vuelto demasiado
cara". Pretenden imponer una derrota histórica a la clase trabajadora.
Quieren un cambio de régimen, incluyendo amenazas a las libertades
democráticas, lo que sería decisivo para destruir las conquistas sociales.
Bolsonaro fue la personalización de este programa contrarrevolucionario



- ¿En qué consiste y cómo se mueve en la escena nacional el electoralismo
que aparece en su libro?



Las elecciones son un terreno de lucha de clases. Pero es un terreno
limitado. Una estrategia estrictamente electoral no es seria en Brasil. ¿No
hemos aprendido nada del golpe de 2016? Sin grandes rupturas, no cambiaremos
el país.



El electoralismo es también una forma política del "todo vale" en función
del deseo de ganar votos y elegir diputados a cualquier precio. El
pensamiento mágico es dejarse seducir por la fuerza del deseo. Es también
una degeneración arribista de quienes aspiran a "subir la escalera" en vuelo
solitario. Es un mal criterio, incluso cuando las perspectivas electorales
de la izquierda son buenas. Pero cuando son difíciles, como confirmamos
dramáticamente en 2022, porque la victoria de Lula fue muy ajustada, el
electoralismo es la antesala de un pesimismo por anticipación. Y el
pesimismo es la antesala de la desmoralización.



En la historia, hay derrotas electorales que son victorias políticas, como
la de Lula en 1989, y victorias electorales que son derrotas políticas, como
la de Dilma Rousseff en 2014. Pero la peor derrota es la derrota sin lucha.
Cuando el trabajador de a pie, el ciudadano medio, se siente acorralado,
tiende a abandonar la credulidad política. La credulidad es una forma de
inocencia política. Es la ventana por la que pasa la ola de radicalización
social.



Luchas y realidades sociales



Cuándo llegará esta radicalización social, no lo sabemos, porque se decide
en el terreno de la lucha política, que es el terreno de las coyunturas, de
los ritmos cortos, de las respuestas rápidas, de las iniciativas
inesperadas, de las sorpresas, de los golpes y contragolpes, de las
respuestas instantáneas. Pero ninguna sociedad se hunde en la decadencia sin
resistencia, por tanto, sin lucha social.



La psicología social no funciona de la misma manera, a los mismos ritmos,
que la psicología de los individuos. En la dimensión personal, cualquier ser
humano puede renunciar a luchar en defensa de sí mismo. Cuando lo hace, está
agotado por la fatiga, o el desánimo, incluso la desilusión. Las clases
sociales no. Las clases tienen que luchar. Siempre luchan. La mayoría de las
veces resisten, y sólo un sector más activo avanza. Y ese sector que está en
la vanguardia de la lucha se siente, innumerables veces, frustrado o
deprimido, porque sabe que está luchando por los demás, luchando por todos,
en el lugar de los que no se mueven, de los que no se arriesgan.



Es común que este desarrollo desigual de las movilizaciones genere cierta
desesperación en la vanguardia. Las amplias masas no luchan con una
disposición revolucionaria a vencer, salvo excepciones. Pero cuando esta
disposición emerge, es la fuerza sociopolítica más poderosa de la historia.
No será posible transformar Brasil en un Bangladesh sin grandes luchas
sociales. Pero las grandes luchas pueden ser victoriosas o derrotadas. Las
oportunidades pueden ser aprovechadas o desperdiciadas.



- ¿En qué medida las investigaciones, e incluso eventuales juicios y
condenas, sobre acciones y agentes del gobierno Bolsonaro, incluyendo al
propio Jair y a sus hijos, pueden representar contenciones a la extrema
derecha y a su ideología?



Son una forma de contención. El resultado del proceso judicial contra
Bolsonaro es, por ahora, incierto, aunque el escenario más probable, después
del 8 de enero, es la pérdida de los derechos políticos. Si se confirma, la
imposibilidad de presentarse a las elecciones abrirá una disputa por su
reemplazo.



Bolsonaro seguiría siendo el líder más importante del movimiento
político-social de extrema derecha, y tendría la última palabra en la
elección. La "normalización" del bolsonarismo como corriente política
legítima, que ya se cuela en los medios de comunicación burgueses, es una
aberración, una atrocidad. La detención de Bolsonaro, sin una movilización
popular de masas, no será posible. Pero su castigo es una condición
ineludible de la defensa de las libertades democráticas. Cualquier
vacilación frente al neofascismo será fatal.



- ¿Cómo analiza la derecha tradicional en la escena nacional? ¿Podemos verla
en representaciones en la Cámara o en el Senado, o reside en la extrema
derecha o en el centro-izquierda?



La influencia política de la derecha tradicional, que estuvo representada
entre 1985/2015 durante 30 años por el MDB, el PSDB y los herederos del
PFL/Demócratas, ha sido devorada por el bolsonarismo. ¿Por qué? Porque la
"masa" de la burguesía se volcó, políticamente asociada a la radicalización
de la clase media, en dirección a los neofascistas para derrocar al gobierno
de Dilma Rousseff. Aspiraban a un choque brutal del capitalismo e imponer
una derrota histórica a la clase trabajadora.



Estudiar a los enemigos de clase es esencial. Es necesario evitar un error
metodológico de inversión de perspectiva. Nunca es el futuro el que explica
el pasado, sino al revés. Es lo que pasó lo que determinó el resultado. Toda
lucha política y social, incluidas las electorales, es un proceso en
disputa. El resultado de la lucha no explica el proceso. Tal error es una
ilusión óptica. Este método anacrónico se llama finalismo. El finalismo no
es un análisis serio. Son las condiciones concretas de la lucha las que
explican por qué se impusieron los vencedores. Ese es el buen marxismo.



Pero el gobierno de Bolsonaro fue una catástrofe tal que precipitó una
división en la clase dominante. Un sector más concentrado intentó construir
la tercera vía y fracasó y dio apoyo táctico a Lula. Ahora quiere cobrar la
factura. Tienen un pie en el gobierno y otro en la oposición. Están
abrazando a Arthur Lira (Partido Progresista,,derechista, presidente de la
Cámara de Diputados: ndt)



- ¿Cómo explica lo que ocurrió el 8 de enero? Hoy, después de todas las
reacciones y evoluciones de aquellos actos terroristas, ¿podemos afirmar que
el espíritu que movía a aquellas personas es cosa del pasado?



No es el pasado. Es un peligro latente. Pero no es probable que haya, en un
futuro previsible, un nuevo levantamiento. Lo que ocurrió ayer fue una
semi-insurrección y punto. Caótica, demencial, oscura, pero una
insurrección.



El objetivo era el derrocamiento del gobierno de Lula. Afortunadamente, no
hubo muertos. No fue una manifestación de protesta. No fue la "explosión"
incontrolada de una radicalización espontánea. La aparente "acefalia" de la
subversión no debe ocultar la responsabilidad de quienes prepararon,
organizaron y dirigieron el intento de tomar el poder. Obedecía a un plan.
Fue un intento descabellado de provocar un levantamiento. Un levantamiento
desarmado, pero no por ello menos peligroso. Obedecía al delirante cálculo
de que una chispa bastaría para que algunos generales sacaran los tanques a
la calle.



El hecho de que la chispa no generara un incendio con la salida a las calles
de tropas militares dispuestas a apoyar el golpe de Estado no disminuye la
gravedad del levantamiento. Y no anula el peligro que supone una evidente
simpatía policial y militar por el movimiento bolsonarista. Una
desconcertante operación articulada, planificada y, minuciosamente,
orquestada que no puede ser subestimada.



La "desbolonarización" debe ser una estrategia permanente. Se ha abierto un
nuevo momento, una oportunidad que no podemos desaprovechar, con el fiasco
de la aventura golpista. Es el momento de una contraofensiva implacable.
Desgraciadamente, tenemos que ser conscientes de que la sociedad brasileña
todavía está muy fracturada.



- ¿Qué le ha legado a Brasil esta experiencia de degradación social,
ambiental, económica, política y moral?



Un trauma histórico. Fueron siete años de derrotas acumuladas. Mucho
sufrimiento. En este contexto, la victoria de Lula fue gigantesca. Una
regresión histórica es más que un proceso ininterrumpido de decadencia
económica, o de estancamiento a largo plazo, de degradación social debido al
desempleo crónico, o de degeneración política debido al abuso de poder de un
gobierno de extrema derecha dirigido por un presidente neofascista con un
proyecto bonapartista. Una regresión histórica es una catástrofe para la
civilización.



Marx comentó una vez que la historia podía ser estúpidamente lenta. Vale la
pena recordar que la dictadura militar tenía mucho apoyo popular a
principios de los años setenta, pero perdió las elecciones en 1974 y luego,
en 1984, más de cinco millones de personas salieron a la calle en las
Directas Ya: tardó más de diez años; que el gobierno de Sarney era
ultrapopular en pleno Plan Cruzado en 1986, pero luego millones se sumaron a
la huelga general en 1989, y Lula llegó a la segunda vuelta: fue mucho más
rápido; que el gobierno de Collor era superpopular mientras la inflación no
se disparaba en 1991, pero entonces de nuevo unos cuantos millones salieron
a las calles para derrocarlo: dos años; que el gobierno de Fernando Henrique
Cardoso (FHC) era megapopular en 1994 y fue reelegido en primera vuelta en
1998, pero entonces, en 1999, la campaña Fuera FHC movilizó a cientos de
miles de personas y allanó el camino para la elección de Lula en 2002.



- Usted lleva cinco décadas luchando por la construcción del socialismo.
¿Cómo resume esta lucha? ¿Cuáles son los desafíos para la construcción del
socialismo en el siglo XXI?



Incluso en la izquierda hay muchos que consideran que el socialismo, como
apuesta histórica para ir más allá del capitalismo, ha fracasado. Hay muchos
en la izquierda que sostienen que el socialismo sería una solución
excesivamente radical. Afirman que se podría disminuir la desigualdad social
corrigiendo las diferencias en la distribución de la renta, pero preservando
el capitalismo. Al fin y al cabo, en los países centrales, ¿no se redujo la
desigualdad social en la posguerra después de 1945? Sí, se redujo en Europa,
en Estados Unidos y en Japón, mientras que aumentó en el resto del mundo,
del mismo modo que, a finales del siglo XIX, el nivel de vida medio de las
clases trabajadoras aumentó en algunos países europeos. Pero fue una
experiencia histórica excepcional y transitoria. En los últimos 30 años,
aumentó la desigualdad entre el centro y la periferia, y también aumentó la
desigualdad social dentro de los países centrales.



* Valério Arcary es miembro de la coordinación nacional de Resistencia,
corriente del PSOL y columnista de Esquerda Online
(https://esquerdaonline.com.br/)  Es licenciado en Historia por la
Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP) y doctor en Historia
Social por la Universidad de São Paulo (USP). Es profesor jubilado del
Instituto Federal de Educación, Ciencia y Tecnología de São Paulo - IFSP.

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