Colombia/ "Yo sé de crímenes de Estado. Pero acá nos hemos enseñado a recoger nuestras lágrimas". [Pedro Anza - Testimonios]

Ernesto Herrera germain5 en chasque.net
Sab Mayo 20 15:04:18 UYT 2023


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Correspondencia de Prensa

20 de mayo 2023

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Colombia



“Yo sé de crímenes de Estado. Pero acá nos hemos enseñado a recoger nuestras
lágrimas”



A dos años de la represión de la protesta social en Cali, las familias no
han logrado justicia para sus jóvenes asesinados.



Pedro Anza, desde Cali

Pie de Página, 14-5-2023

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“No le gustaba el zapato de material sino los tenis, yo le compraba zapatos
de material y sí los estrenaba, pero solo por no despreciármelos, ya después
no los usaba. Pero la mama sí le compraba buena marca de zapatos”.



Hernando Cabrera deja un plato con empanadas en la mesa central de su sala,
en la pared hay una fotografía enmarcada de su nieto, Juan Pablo Cabrera, y
enseguida la descuelga para mostrármela. Su esposa Ana Milena entra y sale
de la casa para atender a los clientes que se acercan a su puesto de
fritangas en el porche de su casa en la Comuna 10 de Cali.



“El me heredó el hacer deporte, hacía gimnasia y ciclismo. Tenía proyectos,
estaba esperando a que le dieran ese cartón del colegio para irse a estudiar
a España. Se quedaron ahí sus sueños, en veremos”.



Fue al costado de una palma en el camellón de la Autopista Suroriental y
Diagonal 23, muy cerca del Puente de la Luna, uno de los puntos de
resistencia donde se establecían las barricadas de jóvenes, conocidos como
“primera línea”, durante los álgidos tiempos del Paro Nacional del 2021. El
paro, que fue convocado por diversas organizaciones sociales y el grueso de
la sociedad civil colombiana, se originó con una convocatoria en contra de
la Reforma Tributaria impulsada por el entonces presidente Iván Duque. La
oposición a la reforma tributaria, así como el rechazo a la administración
de Duque, se generalizaron rápidamente en todo el país, siendo la ciudad de
Cali, en el Valle del Cauca, el epicentro de las movilizaciones, protestas y
enfrentamientos que devendrían en un trágico estallido social que duraría
tres meses. Al menos 75 personas, la mayoría siendo jóvenes de entre 17 y 26
años, fueron asesinadas en Colombia en el marco del paro, 44 de esos
asesinatos bajo la presunta autoría de la fuerza pública.



“Era viernes 28 de abril, a las 11 pasaditas, cerca del mediodía. Yo estaba
echando comida a la vitrina para trabajar y escuché los tiros, pero pues uno
que se va a imaginar que mi nieto iba a estar involucrado, le dije a mi
esposa que le llamara a Juan Pablo, pero no contestaba el teléfono, llamé,
llamé, llamé y nada”.



Juan Pablo tenía 18 años recién cumplidos, acababa de terminar el
bachillerato y se perfilaba para estudiar geología. Era la primera jornada
del paro, los manifestantes, en su gran mayoría jóvenes, mantenían bloqueada
la calzada. Un agente de la fiscalía, vestido de civil y enfundado con su
arma de dotación intenta cruzar la avenida bloqueada, los manifestantes le
bloquean el paso, le dicen que no puede pasar. Según testigos, el agente
está aferrado a cruzar la calle justo por ese lugar, Juan Pablo va
atravesando la avenida y se detiene en el punto, se une al reclamo, le dice
que no cruce, que la vía está cerrada, el agente insiste, Juan Pablo le dice
que si va a pasar lo haga rápido, otros manifestantes se oponen. En medio
del alebreste y los gritos el agente deja caer un maletín donde trae una
pistola y el carnet de la fiscalía, se ha descubierto su identidad, las
cosas se ponen tensas, el oficial saca su arma de dotación, una pistola 9
milímetros, y amenaza con disparar a quienes lo rodean. Juan Pablo está a
unos metros, el de la fiscalía apunta, dispara, la bala le da a Juan Pablo
en la cabeza y lo mata al instante. Los manifestantes enfurecidos se
abalanzan sobre el agente, este comienza a disparar a diestra y siniestra
hiriendo a otro muchacho que morirá horas más tarde en el hospital
departamental. La turba está embravecida, hay gritos, hay un muerto, hay
heridos, como pueden se acercan y rodean al agente. Terminan su vida con el
mismo hierro en que él acaba de fundir otras dos.



“Mi hija, la mamá de Juan Pablo, estaba haciendo gimnasia y empezaron a
rodar en internet los videos de los tiros y de lo que había pasado acá, en
esos videos ella vio que montaron a alguien en una ambulancia y vio unos
tenis que ella le había comprado a mi nieto y se vino a averiguar. Alguien
le dijo que a él lo habían herido, siguió averiguando hasta por ahí tipo
cuatro de la tarde, cuando se vino a dar cuenta que Juan Pablo ya estaba sin
vida”.



Sin dejar de mirar la fotografía de su nieto, Hernando vuelve a decir lo que
ha repetido una y otra vez desde que lo conocí hace un par de horas en una
misa en honor a los muchachos asesinados en el paro: que lo persigue el
arrepentimiento de no haberle dicho en vida a su nieto lo mucho que lo
quería, que necesita desahogarse, hablar de ello con alguien, que han pasado
ya dos años desde el asesinato de Juan Pablo y a él, a diferencia de su
esposa, el llanto no le alcanza para consolarse, necesita hablarlo para
liberar su dolor, que a veces incluso le habla a su nieto directamente, a
sus fotografías, para decirle lo mucho que lo quiere.



“Yo estaba con un mal genio porque escuché esos tiros y mi nieto no
respondía el teléfono, pero qué iba a responder el teléfono si ya estaba
muerto. Es bravo, sentimientos de un lado por otro, una muerte tan absurda.
Mi nieto no sintió la muerte, pero a mí me dio mucho pesar. Lo que cuentan
es que el tipo lo encontró así de frente y le disparó, que fue un señor de
la fiscalía. A ese tipo lo mataron ahí mismo también. No sé si mi dios lo
prepara a uno para llevárselo el día que es o a veces está uno en el lugar
equivocado. No sé, pero yo no he podido asimilar su ida”.



***



“Yo sé de los crímenes de estado, sé de la impunidad. Pero acá nos hemos
enseñado a recoger nuestras lágrimas, nuestro dolor, y seguir. Sóbese y
siga”.



Laura Guerrero sostiene dos flores en las manos, está parada frente a un
mural pintado en una pared alta encima de un puente en la desembocadura de
la avenida quinta. Laura es miembro y vocera de la organización Memoria Viva
Colombia (Mevico) la cual está compuesta por familiares de víctimas mortales
del paro, así como de sobrevivientes de este que quedaron lesionados
permanentemente. El amplio mural tras de ella tiene al centro el rostro
alegre de un joven y la palabra Flex repetida con diferentes tipografías a
sus costados. Cientos de motos atraviesan desordenadas las calles ajetreadas
de la noche caleña.



“Sucedió en vivo, en redes sociales, se ve en el video que aparece en
Youtube. Fue el 3 de mayo, había miles de personas conectadas, la gente
estaba sorprendida de ver cómo la fuerza pública estaba disparándole a la
gente, sin control. Yo estaba poniendo a cargar mi teléfono cuando me llegan
muchos mensajes y el teléfono se apaga, asumí que algo había pasado, tenía
mucho estrés por lo que se estaba viviendo y por saber que mi hijo estaba en
la calle”.



Conocido también como Flex, nombre con el que pintaba graffiti, Nicolás
Guerrero, hijo de Laura, tenía 26 años y vivía desde hacía cuatro con su
esposa y su hija en Guijón, España. Es domingo 2 de mayo, cuarto día del
Paro Nacional, Nicolás almuerza con su madre, le dice que en adelante no
participará más en la primera línea, que apoyará el estallido de otra
manera. Montado en su motocicleta va a transportar donaciones alimenticias a
las ollas comunitarias y llevará insumos médicos y agua, así como leche y
bicarbonato que se usan para palear los efectos de los gases lacrimógenos, a
los puntos de confrontación. Amigos y conocidos lo ven aparecer y
desaparecer esa tarde cargado de insumos en distintos puntos de la ciudad.



“Nosotros estábamos en contacto, pero él no quería que yo saliera porque me
decía que la calle estaba muy dura y peligrosa. Yo le contaba todo lo que
estaba pasando, me enteraba por todos los grupos en los que estoy: grupos de
mujeres, ecuménicos, de paz. Él me dijo: mamá, vos sos mis ojos en la
calle”.



Los muertos empiezan a contarse. Esa noche, en las inmediaciones del Paso
del Comercio, manifestantes se congregan para ofrecer un velatón a la
memoria de dos personas muertas en los días pasados en el marco del
estallido. Se prenden velas en homenaje a Jovita Osorio y Yinson Andrés
Angulo. Jovita, una anciana de 73 años, quien murió en el hospital de un
paro respiratorio tras ser asfixiada en su casa por un proyectil de gas
lacrimógeno lanzado por el Escuadrón Móvil Anti Disturbios (Esmad) que
aterrizó en su patio; Yinson, un joven de 24 años que murió asesinado por
impacto de bala durante enfrentamientos con la policía precisamente ahí, en
el Paso del Comercio, bautizado por los manifestantes como “Paso del
Aguante”. Comienza a oscurecer. Después de recorrer la ciudad en su moto,
Nicolás llega al velatón, ahí se encuentra con amigos y se “parchan”,
conviven y platican sobre la jornada. Entre diálogos y debatas sobre los
pormenores del día, la noche cede el paso a la madrugada del 3 de mayo.
Según testigos, se corre la voz de que el Esmad está buscando replegar a
manifestantes que se encuentran en un punto de la Calle 14, a no muchas
cuadras de ahí, se necesitan refuerzos y un grupo grande sale de la velatón
para apoyar, entre ellos está Nicolás. Cuentan que la policía ha comenzado
la trifulca. Fuertes enfrentamientos se suceden. Según el testimonio de
algunos congregados, Nicolás camina llevando en sus manos una valla
metálica, con ella se protege de los proyectiles de la policía, además puede
ser útil como barricada. Una pistola 9 milímetros lo tiene en la mira, desde
el lado de la policía un láser lo sigue continuo, preciso, suena un disparo
seco, Nicolás cae al piso, la bala le pega en la cabeza, sus rastas están
empapadas, coloreadas por su sangre, los jóvenes alrededor se acercan para
asistirlo pero la policía lanza gases lacrimógenos formando una cortina de
humo a su alrededor, el coraje los impulsa a cruzarla poniendo los cuerpos
de escudo. Lo toman como pueden y lo llevan lejos del enfrentamiento, lo
tienden en el piso, intentan auxiliarlo.



“Llegamos muy rápido al hospital, cuando me entero inmediatamente voy. Ya
iban dos paros cardio respiratorios, en la ambulancia tuvo dos y en la
clínica tiene otro y fallece. Cuando salgo de la clínica le entrego el
cuerpo de Nico a la fiscalía y pongo el denuncio. Después me encuentro con
el Esmad en un parqueadero, les dije que no mataran más gente, a ustedes
quien los volvió dioses para matar a la gente, uno se reía, otro agachó la
cabeza. Esa misma noche fui a la velatón de Nico, lo velaron en muchos
lugares, entre ellos en Siloé, porque Nico era graffitero y tiene lugares
pintados en Siloé, él había estado haciendo trabajo social ahí con algunos
amigos. Empezó una tendencia, mucha gente de muchos lugares del mundo
pintaron Flex, el tag de Nico”.



Es dos de mayo, mañana se cumplen dos años exactos del asesinato de Nicolás
Guerrero. Laura sonríe después de mirar en silencio, por unos segundos, el
rostro de su hijo pintado en la pared. La cara de Flex, así como la de otros
jóvenes asesinados en el paro, aparecía también en otro mural a unas cuadras
de donde estamos parados, pero hoy está estropeado por pintura gris, un
sector de la sociedad caleña se dispuso a borrar las consignas y símbolos de
quienes apoyaban el paro.



“Les incomoda la memoria. En el caso de Nico no hemos llegado ni a la
primera audiencia, es negligencia, se fue Duque pero dejó el fiscal, y ese
fiscal es puesto para entorpecer los procesos. Todos estos sujetos, policías
y gente del Esmad, sabe quién disparó a Nicolás. Me mataron a mi hijo. Yo
sentía tanto dolor que dije si no hago algo yo me voy a morir, no se estarme
quieta, vivo para eso. Me levanto siendo Memoria Viva Colombia, mamá de
Nicolás Guerrero, y me acuesto así todos los días durante estos dos años. Me
imagino el resto de mi vida así, no me imagino otra cosa, mi vida quedó a un
lado, todo lo que hubiera podido pensar, planear, soñar”.



***



“Acababa de salir del ejército hacía tres meses a la fecha que lo
asesinaron, con libreta militar y todo. A los tres meses de jurar bandera lo
habían ascendido a dragoneante, por tener buena conducta. Terminó el estudio
bachillerato en el batallón de Cartago Valle, ahí hizo también un curso de
joyería, en el Sena”.



Hace calor en Cali. Es tres de mayo del 2023 y Jeny Mellizo deja su puesto
de moto-partes ubicado en la Glorieta de Siloé para visitar la tumba de su
hijo en el cementerio local. De los 75 asesinatos contabilizados en el marco
del paro nacional por organizaciones no gubernamentales como Temblores o
Indepaz, así como por la CIDH, entre los meses de abril, mayo y junio, 58 se
registraron en el departamento del Valle del Cauca; 43 de estos en la ciudad
de Cali. El 3 de mayo del 2021, quinto día del paro, en las inmediaciones de
la Glorieta del barrio Siloé, Comuna 10 de Cali, 5 jóvenes fueron asesinados
por balas de la policía. Entre ellos estaba Harold Rodríguez, hijo de Jeny.



“Harold apenas había cumplido los 18 cuando se fue para el ejército, y tenía
dos meses de haber cumplido 20 cuando lo asesinaron, no participaba en el
paro. Desde el 28 de abril que iniciaron las protestas yo estuve trabajando
normal en la glorieta de Siloé vendiendo refacciones para motocicletas, él
estaba con la novia en la casa, me decía: mama, mándame fotos de qué está
pasando ahí abajo. Yo le mandaba fotos de lo que pasaba, que quemaban
llantas, y me decía: “ah, esos locos”. Lo decía riendo, él a todo le sacaba
chiste, ahí habían conocidos y amigos suyos”



Es 3 de mayo del 2021. No tiene mucho que Harold volvió del servicio
militar. Junto con Andrés, su amigo de la infancia, Harold permaneció 22
meses en el ejército, participando en combates contra las disidencias de las
FARC y el crimen organizado en el Chocó. Recién llegado de vuelta a Cali,
entre otras cosas, se enamora y ennovia de Estefanía y se dedica a dejar
hojas de vida, está buscando trabajo, quiere arreglar la casa de su madre,
ubicada el barrio “La Sirena”, una ladera a unos diez minutos en motocicleta
de la Glorieta de Siloé, donde su familia tiene el negocio. En ese mismo
sitio se planea para la noche una velatón en honor a Nicolás Guerrero, un
joven asesinado esa madrugada en el Paso del Comercio. Esa tarde Harold
ayuda a su madre a recoger el negocio y suben hacia su casa. Alrededor de
las ocho de la noche, Harold avisa en casa que irá con Andrés a comprar
salchipapas en un local a pocas cuadras de la Glorieta de Siloé. Parquean la
motocicleta en la esquina del puesto. Hay un revuelo en las calles. Mientras
los amigos esperan sus “salchipapas”, la policía lanza gases para dispersar
a la multitud que asistía a la velatón de Nicolás. Está la policía, está
también el Esmad y, según testigos, el Grupo de Operaciones Especiales
(GOES) entra en escena con armas largas. Apenas pasadas las nueve de la
noche, un láser apunta directamente a la cabeza de Harold, suena un disparo,
cuando su amigo voltea este está ya tirado en el piso.



“Me dice: mamá, me voy a ir a comprar una salchipapas, yo le dije, papi, te
vas a quedar donde la loca -o sea la novia- y me dijo no, yo ya subo mama,
me voy a comprar una salschipapas con Andrés y ya subo. Esa fue la última
palabra y la última vez que lo vi salir de la casa. Más tarde, como a las
10, por intuición de mamá, me dio por llamarlo. Lo llamo y me contesta su
amigo, me dice Jeni hirieron a Harold. Recuerdo que alcancé a ponerme el
pantalón y salí en chanclas. Volvió a sonar el celular y me dice Jeni,
Harold se nos fue. Ya había muerto hacía rato sino que él no tenía la forma
de decírmelo, yo mandé un grito que no sé de dónde me salió y me caí en la
cama”.

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Solamente seis de los casos de muchachos asesinados en el paro han tenido
audiencia, entre ellos el de Harold Rodríguez, una audiencia de imputación
de cargos, virtual, en el 2022. Han habido además acercamientos con el
gobierno de Gustavo Petro, mandatario de la nueva administración, sin
embargo, los casos no avanzan.



“Harold no participaba en las protestas, pero incluso así hubiese sido no
tiene por qué morir de esa manera asesinado. Y ni aunque fuera una persona
que estuviera robando, se supone que para eso hay leyes, para eso hay una
cárcel. Ah, pero claro, si matan a un policía ahí si ya hubieran cogido a la
persona que lo asesinó, así no hubiera esa persona, meten a otra, a un falso
positivo, pero como es mi hijo, como son los jóvenes de los barrios
populares, ahí si nadie ofrece plata para que cojan a los asesinos. Esos
policías que asesinaron a Harold y a los jóvenes aquí en Cali no merecen el
uniforme, así los trasladen a otra ciudad, igual, es un peligro para otra
ciudad, para otros jóvenes. Para nadie es un secreto que los implicados ya
no están aquí en Cali”.

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